La lucha contra la corrupción fue desprovista de su contenido ideológico e incluso político (strictu sensu) que señalaba con claridad el contubernio de los “dueños de la finca” y sus administradores. Esto hizo que casi todo el cotarro ciudadano, independientemente de sus ideas o posturas hacia las izquierdas o derechas, acogiera la lucha contra la corrupción como lo más importante para el cambio.
José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde aquella elección espuria de magistrados de la Corte Suprema de Justicia en 2014 que, por cierto, se excedió abusivamente más de 4 años y 2 meses de su período legal, suceso que sirvió de base para acuñar el apelativo: Pacto de Corruptos. Lo que en un inicio fue un acuerdo entre operadores políticos, fundamentalmente diputados, se convirtió después en un engendro más amplio y se bautizó como la Alianza Criminal.
A pesar que algunos analistas nos hemos esforzado por diferenciar lo que significa uno y otro término, la mayoría de la población utiliza indistintamente ambas denominaciones; sin embargo, hay diferencias cualitativas como el hecho que la Alianza Criminalno solo trascendió en cuanto al nivel de sus integrantes, sino en sus alcances y, sobre todo, en la sostenibilidad de la misma. Esta transición resulta vital para comprender que, aquellos polvos, son nuestros actuales lodos. Dicho en otras palabras, en el pacto participan abiertamente los mandos medios alrededor del Congreso y sus dinámicas, pero en la alianza, las élites económicas, militares, caudillos religiosos y otros personajes le dan solidez y amplitud a la perversión.
El vocablo Pacto de Corruptos permanece como el más popular para referirse a los mañosos en general y esto, trajo consigo la manipulación de los mismos de siempre, aquellos que no necesariamente están en el escenario con los reflectores puestos. La lucha contra la corrupción fue desprovista de su contenido ideológico e incluso político (strictu sensu) que señalaba con claridad el contubernio de los “dueños de la finca” y sus administradores. Esto hizo que casi todo el cotarro ciudadano, independientemente de sus ideas o posturas hacia las izquierdas o derechas, acogiera la lucha contra la corrupción como lo más importante para el cambio.
Lo anterior explica porqué los sectores conservadores y hasta los de extrema derecha empezaron a hablar abiertamente de luchar contra los corruptos, sin especificar ni detallar nada. No solo fue una moda, existía un diseño tras del cual podemos identificar algunos puntos importantes:
- Se le quita la bandera a los antisistema, y el enemigo a golpear es la corrupción en general y no los mecanismos estructurales del sistema que la provocan; es decir, no se deben atacar las causas sino el efecto de las mismas, estrategia mágica y perversa para perpetuar sus fines.
- Desprovisto del carácter político-ideológico, un tema sistémico se convirtió en problema de moral y personas, ergo, entra en escena la visión individualista y religiosa, tan enraizada en nuestra sociedad. El reto es, según ellos, encontrar buenas personas, mejor si son temerosas del “Señor”, para que ocupen los puestos públicos. Así mismo, castigar a los “malos” con base a la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-13:52)
- La batalla contra el nuevo enemigo interno se aparta de la lucha contra el sistema, lo estructural, y trasciende a otros campos, como el político-electoral, cuya solución, según los manipuladores, se reduce a introducir tímidos cambios en la Ley Electoral y de Partidos Políticos LEPP), todo ello, realizado dentro de la institucionalidad corrompida que se quiere “cambiar” y ¡con los mismos actores (diputados)! que han hecho de esto su modus vivendi.
Ha tenido tanto éxito tal entelequia que, hasta los sectores identificados como de izquierdas en el espectro político, han caído en el juego que la lucha contra la corrupción y la impunidad, debe ser el motor de arranque para cualquier proyecto de “cambio”. Por eso, los optimistas informados desconfiamos de cualquier iniciativa que ponga al frente solo los efectos, y no las causas de la problemática social, económica y política del país.
El meollo central de todos los males es el modelo económico, que antepone las ganancias y los privilegios de un minúsculo grupo, por delante de las mayorías y los intereses nacionales y que, a su vez, construye una estructura de desigualdad social sostenible. Sin atacar esto, pasaremos toda una vida luchando contra molinos de viento.
Finalmente, debo acotar que el “castigo de los malos” al que aludo supra, se refiere sí y solo sí, a todos aquellos corruptos no apadrinados por el sistema. Los peces gordos seguirán gozando de inmunidad y las mieles de la impunidad, salvo que, por alguna desavenencia circunstancial y muy puntual con los principales actores del macabro juego, lleguen a caer en desgracia.
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