El dilema real es el siguiente: descartado el recurso revolucionario armado por anacrónico e inviable, y sabiendo que toda la institucionalidad está cooptada por mafias, llámense narcos, clase política o élites empresariales ¿Cómo diablos hace la sociedad guatemalteca para encontrar una salida intermedia entre la complicidad con el sistema y los radicalismos soñadores? Salvo algunos esfuerzos personales y grupales sin mayor incidencia, no veo un movimiento genuino organizándose en torno a alternativas serias a lo de siempre. |
Gran parte de la ciudadanía experimenta la misma sensación cada cuatro años. Esa desilusión generada por la expectativa de creer que, por quien se votó, fue la mejor opción, o al menos, la menos mala. Luego viene la impotencia de no encontrar una salida real al engaño de un supuesto sistema de partidos políticos, que sabemos, es inexistente.
Las ilusiones cambian de nombre en cada ciclo electoral, pero representan el mismo canto de sirenas: Se vivió con Vinicio Cerezo al ser el primer presidente civil[i] después de una larga dictadura militar de 1954 a 1985. Todos esperaban un cambio real olvidando que el socialcristianismo tiene sus límites muy marcados. De alguna forma se vivió también con Ramiro De León Carpio (1993-1995), porque fue el único que ha llegado a la presidencia sin partido político, habiendo sido Procurador de los Derechos Humanos y navegando con la bandera de “centro”, quien fue nombrado por el Congreso sin elecciones populares y después de haber pasado por el Serranazo. Por cierto, el propio Jorge Serrano fue el primer caso de supuesto outsider, aunque en realidad, no fuera tal, pues esta categoría proviene de alguien ajeno a la política.
Con Alfonso Portillo se generó una narrativa en torno a que el ríosmontismo sería contrarrestado por el portillismo, un grupo de amigos del presidente con vocación más democrática y social, lo cual, ahora lo sabemos, fue un completo fracaso. Álvaro Colom no fue la excepción, ya que ser sobrino de Manuel Colom Argueta, líder socialdemócrata asesinado en marzo de 1979, lo “vendía” como una especie de reencarnación de aquel mártir. Del resto de presidentes, por lo menos se tenía la certeza de su filiación derechista o ultraderechista como Jorge Serrano, Álvaro Arzú, Oscar Berger y Alejandro Giammattei, lo que mesuró sensiblemente, cualquier expectativa de cambio.
El caso de Jimmy Morales también generó esperanza en muchos incautos, pues algunos lo definieron como producto de La Plaza en 2015 y su supuesta condición de outsider (que para nada lo era) hablaba de alguien diferente. Quizá este comediante de tercera –se decía– resulte buena gente y no tan perverso. La historia reciente se encargó de darnos un sopapo de realidad.
Todos los personajes señalados supra, no tuvieron la desmedida expectativa que tuvo el actual mandatario. Tener de presidente a una persona honrada, intelectual, diplomático, hijo del que todavía considera la mayoría de la población, el mejor presidente de la historia del país; era un lujo que difícilmente alguien hubiera soñado, si comparamos el talante de la saga de presidentes que ha tenido el país, entre chafas, empresarios y politiqueros oportunistas y mafiosos.
Quiero centrarme en la parte estructural del verdadero dilema y no en detalles histriónicos o trágicos de cada personaje. Quien a estas alturas no se ha percatado que el problema es el SISTEMA y no las personas, es un iluso/a de primera o un bobo/a de colección.
Descartando la dictadura militar de 1954 a 1985, la apertura democrática de 1986 a nuestros días, ha generado algunos avances (sería ingrato no reconocerlo) pero sin tocar NUNCA el diseño estructural que las élites económicas construyeron por medio de sus operadores políticos. Reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos van y vienen, pero la esencia y dinámica fundamental es la misma:
- Mecanismo electorero patrocinado por empresarios privados pues está prohibido el capital internacional o público.
- En consecuencia, se da el financiamiento electoral lícito y/o ilícito para que compitan los escogidos en un simulacro democrático.
- Finalmente, cobro de los favores pecuniarios entregados en campaña para que los nuevos gobernantes se los retribuyan –muy generosamente– en forma de negocios basados en el latrocinio del erario o la inacción gubernamental ante cualquier ilegalidad empresarial.
- Los gobiernos que asumen una postura progre (real o simbólica) se mantienen en el filo de la navaja y terminan capitulando frente a los verdaderos dueños de la fincona.
Ya no se trata de analizar el agotamiento del sistema, sino su colapso. A pesar de ello, la respuesta de la mayoría, es la apuesta anticipada a la próxima elección, sabiendo que no puede haber resultados diferentes, haciendo lo mismo.
El debilitamiento del presidente y su gobierno provoca muchas cosas, pero la más visible es la salida anticipada de los futuros competidores (as); muy similar al síndrome de la selección de futbol: talvez ahora sí llegamos al mundial…
Si usted es parte del problema (y se beneficia de ello) o le gusta, le acomoda, le parece magnífico, ser parte de un sistema fallido, listo; no haga nada y en 3 años más, su irresponsabilidad perversa le seguirá dando sostenibilidad al caos. Ahora bien, si le queda dignidad y su cabeza le da para un mínimo de pensamiento crítico, al menos reflexione ante estas líneas.
[i] Julio César Méndez Montenegro (1966-1970) no cuenta por lo que ya he explicado con creces en otros artículos.
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