| Con Vinicio Cerezo (1986-1991), se cuela un nuevo tipo de sindicalismo bastante corrupto y acomodaticio. Los dirigentes sindicales ya no eran obreros ni sancarlistas, ni mucho menos campesinos; los espacios dejados por la represión fueron copados por burócratas, empleados de capas medias, estudiantes de universidades privadas y hasta militares. El protagonismo sindical pasó a la entidad pública. |
José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)
Quienes me conocen, saben de mi militancia sindical cuando era joven, en un marco histórico de referencia muy diferente al que ahora se conoce.
Desde la Revolución de Octubre, floreció plenamente el sindicalismo de clase, es decir, la corriente dentro del movimiento obrero que se basó en la idea que la lucha laboral debe enfocarse en la defensa de los intereses de la clase trabajadora como un todo, frente a la clase capitalista, trascendiendo las paredes de la empresa o institución en donde opera la organización sindical y superando la visión puramente economicista de obtener incrementos salariales y algunas prestaciones.
A pesar de la contrarrevolución en 1954, el movimiento obrero siguió bregando contracorriente en los años sesenta, lapso en el que deben resaltarse dos efemérides: su participación en las Jornadas de Marzo y Abril de 1962 que estuvieron a punto de derrocar al presidente Miguel Ydígoras Fuentes; asimismo, la relación entre algunos sindicatos históricos y el recién surgido movimiento revolucionario, situación que motivó una gran represión del ejército, sobre todo durante el gobierno de Julio César Méndez Montenegro (1966-1970).
En los años setenta, el movimiento sindical se repuso de sus bajas, con nuevos cuadros que le hicieron ganar mayor relevancia y ya con una clara orientación social y política que podría definirse como de izquierdas; es decir, una posición que buscaba ya no solo las mejoras de los trabajadores en cada centro de trabajo, sino el cambio de estructuras, que se definía como el generador de todos los males del país.
Con el auge del movimiento de masas, también vino el incremento de la actividad guerrillera y una represión brutal por parte de los gobiernos de Arana Osorio, Laugerud García, Lucas García, Ríos Montt y Mejía Víctores. La violencia fue de tal magnitud, que en los años ochenta la oposición política y el movimiento sindical, estaban muy golpeados y prácticamente replegados, esperando nuevos aires.
Los sindicatos se organizaban en torno a centrales nacionales e internacionales. La Federación Sindical Mundial (FSM) aglutinaba a la mayoría, siendo de línea marxista. Con menos peso, estaban la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT) de línea socialcristiana, que dependía de la Confederación Mundial del Trabajo (CMT). Finalmente, había sindicatos con influencia norteamericana que se aglutinaban en torno a la AFL-CIO, formada en 1955 (a un año de la contrarrevolución) la cual, fue la fusión de la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL) y el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO), que habían tenido largas diferencias. “Casualmente”, fue durante el gobierno de facto de Ríos Montt cuando se impulsa a la Confederación de Unidad Sindical de Guatemala (CUSG) de clara orientación oficial y patronal y que contaba con pocos sindicatos, pero algunos muy grandes y fuertes (aunque políticamente conservadores): TELGUA, Empresa Eléctrica, la Bananera, Municipalidad Capitalina, para citar los ejemplos principales.
La “Apertura Democrática” se dio sí y solo sí, una vez que el ejército y las élites económicas se vanagloriaron de haber logrado la derrota militar del movimiento revolucionario (1983) y la destrucción del movimiento de masas y el sindicalismo de clase, a un costo altísimo en vidas humanas (200 mil muertos) y 45 mil desapariciones físicas de guatemaltecos y guatemaltecas.
Con Vinicio Cerezo (1986-1991), se cuela un nuevo tipo de sindicalismo bastante corrupto y acomodaticio. Los dirigentes sindicales ya no eran obreros ni sancarlistas, ni mucho menos campesinos; los espacios dejados por la represión fueron copados por burócratas, empleados de capas medias, estudiantes de universidades privadas y hasta militares. El protagonismo sindical pasó a la entidad pública con otro tipo de sindicalismo y dirigentes.
Recuerdo vívidamente la última asamblea general sindical en la que participé, en la cual solo un afiliado asistió porque todo el mundo tenía miedo. Nadie quería asumir responsabilidades sindicales por temor a ser asesinado. Cuadro muy distinto en la “era democrática” en la que, incluso, los aspirantes llegaban a los golpes con tal de hacerse un puesto en la dirigencia. Viene a mi mente la expresión de un “líder” sindicalista que me dijo: “Ahora hay que meterse, aunque sea en el Consejo Consultivo con tal de estar”, en alusión a que lo principal era el Comité Ejecutivo pero cualquier espacio era bueno para llegar a medrar en el nuevo sindicalismo[i], que no tenía riesgos, pues el sistema y el gobierno lo alentaba.
La clasificación más común de los sindicatos, se hacía usando colores: el blanco o abiertamente patronal u oficial; el amarillo, propenso a volverse blanco o que se centraba exclusivamente en cuestiones socioeconómicas dentro de las 4 paredes de la empresa o institución. Los rosados eran de orientación “progre”, sea socialdemócrata o socialcristiana; mientras que los rojos eran los marxistas.
A pesar de lo anterior, todavía subsistieron unos pocos sindicatos de clase, como el de Coca Cola, pero la corrupción se apoderó del movimiento en general, con las excepciones que confirman la regla. No olvido una circular del presidente Cerezo, en la que autorizaba que los sindicatos estatales dispusieran de todo el tiempo que necesitaran, más allá de lo establecido en los pactos colectivos y el Código de Trabajo y que, incluso, podían hacer uso de los vehículos oficiales para desplazarse a sus “comisiones sindicales”. Ni qué decir de los abusos amparados en este nuevo ambiente de permisividad, claro está, siempre y cuando no tuvieran “ideas del pasado”, es decir, peligrosas para el statu quo.
A finales del siglo pasado e inicios de este, todo estaba consumado; surgieron los Jovieles, los Luises (Lara y Alpírez) y un sinfín de personajes que, si bien en sus inicios no habían caído en las prácticas que hoy conocemos, no tardaron en adueñarse de la escena sindical en Guatemala y beneficiarse espuriamente. Hubo muchos casos de infiltrados que desde el inicio tenían claras sus aviesas intenciones.
En este ambiente de permisividad, conocí de cerca varios casos de sindicatos en la iniciativa privada, a los que les ponían “cascaritas” para que los dirigentes cayeran en ilícitos y luego, con incentivos más allá de sus prestaciones, los conminaban a renunciar y dejar acéfalas las dirigencias, lo que facilitaba la labor patronal de eliminar a la organización sindical.
El origen y desarrollo de los sindicatos fue legítimo, pero, paradójicamente, la democracia se encargó de corromperlos, al extremo que hoy en día, son una herramienta fundamental para el poder estatal y municipal, así como para los caciques políticos y sus operadores. No debe atacarse al sindicalismo como expresión genuina de los trabajadores, pero sí debe denunciarse la práctica perversa de sus dirigentes.
Ahora bien, detrás de los personajes visibles, están los mismos de siempre, aquellos que fabrican a los jovieles, los patrocinan y dirigen, igual que lo hacen con los candidatos a puestos de elección de primero y segundo grado.
Piense más allá de Joviel y Sandra Torres: ¿A quien beneficia el colapso del sistema educativo público?
[i] Los sindicatos se componen de Comité Ejecutivo y Consejo Consultivo. El primero se encarga de ejecutar como su nombre lo indica, y el segundo de “asesorar” aunque esto no se cumplía, pues se convertía en una extensión, que implicaba más dirigentes para lograr inamovilidad.
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