La perversión en la manipulación del término resentirse o resentido/a, está en que quienes mandan en el país, no quieren ciudadanos que hayan pasado por ese proceso de autoconciencia que les permita resentirse de la realidad que los circunda. Nadie en sus cabales, puede NO resentirse ante las condiciones obscenas que Guatemala presenta en casi todos los segmentos: niñez, mujer, juventud, discapacidad, personas mayores, diversidad sexual, migrantes, pueblos indígenas y trabajadores. O en diversas áreas como: Desnutrición, pobreza y extrema pobreza, violencia e inseguridad, falta de oportunidades, empleos precarios, alto costo de la vida y un largo etcétera. |
Guatemala es un país con muchas particularidades que ya hemos abordado en otros artículos. Los extranjeros que visitan el país se sorprenden porque no entienden las formas de expresión que usamos, aunque la lengua materna sea el español.
En este bello territorio no se dice sí o no a secas. En el primer caso es muy común responder con un “ajá, bueno, va pues, mjm, vaya”. Y en el segundo, se contesta con evasivas, excusas, inventos, para no parecer maleducado, tajante o “mala onda”.
Del mismo modo, para designar a una persona como pobre o sencilla se le dice que es humilde, cuando este calificativo tiene que ver con lo axiológico, es decir, la humildad es un valor que sabe reconocer las propias limitaciones. Otras expresiones que llaman a risa pero que derivan del clasismo, la discriminación y el racismo, se refieren, por ejemplo, a decir que se es de buena familia, que, en otras palabras, significa que son adinerados y/o tienen abolengo. Entre este segmento socioeconómico de la sociedad guatemalteca, esto se relaciona más a la “casta”, que a la plata. Mientras en entornos menos pudientes, la expresión se concentra en los recursos económicos y en la posibilidad que el chico o señorita, pueda cambiar el destino de su vida, al casarse con alguien de mayor jerarquía socioeconómica.
Existen otras expresiones menos inocentes que generan discursos de no confrontación y aceptación de la realidad, aunque esta sea notoriamente injusta y hasta obscena, como la oprobiosa frase de que “los pobres son pobres porque son haraganes”.
En esta semana platicaba con mis alumnos sobre esos entornos laborales que hablan de dar la “milla extra”, de “ponerse la camisola de la empresa”, de no “andarse metiendo en problemas” y frases por el estilo. De lo que se trata en realidad, es que usted acepte trabajar más tiempo por el que lo tienen contratado, sin cobrar horas extras; o que, al ponerse la camisola, usted sienta empatía por el patrón y dé todo sin esperar nada a cambio, pues suficiente tiene con que le den trabajo.
“Meterse en problemas” puede significar muchas cosas, desde el reclamo de sus derechos laborales, la formación de un sindicato, aconsejar a otros compañeros por potencial violación a sus derechos o manifestar alguna inconformidad con el clima organizacional, sus jefes o las condiciones de la empresa.
Similar a la anterior expresión, la narrativa que se ha construido en torno a que la política es sucia y que uno no debe inmiscuirse, está elaborada para que solo un grupo de operadores mafiosos permanezcan en el imaginario social y se beneficien de todas las prebendas que brinda el ejercicio de la POLITIQUERÍA (no política), olvidando que estos son tan solo representantes de los verdaderos causantes de nuestra tragedia.
Todo este preámbulo tiene la finalidad de enfocarme en la definición común de lo que se entiende por una persona resentida que, según el discurso sistémico de las élites, sus adláteres y advenedizos, resulta ser un sinónimo de alguien envidioso, de mal vivir, de sentimientos oscuros y otras descalificaciones por el estilo. Veamos lo que dice el DRAE sobre la palabra resentirse: Empezar a flaquear, decaer o debilitarse. Tener sentimiento, pesar o enojo por algo; sentir dolor o molestia en alguna parte del cuerpo, a causa de una enfermedad o dolencia pasada. Respecto del término sentir, la misma fuente indica que es: experimentar sensaciones producidas por causas internas o externas, de lo cual podemos inferir que resentirse, es sentir, en un grado mayor.
La perversión en la manipulación del término resentirse o resentido/a, está en que quienes mandan en el país, no quieren ciudadanos que hayan pasado por ese proceso de autoconciencia que les permita resentirse de la realidad que los circunda. Nadie en sus cabales, puede NO resentirse ante las condiciones obscenas que Guatemala presenta en casi todos los segmentos: niñez, mujer, juventud, discapacidad, personas mayores, diversidad sexual, migrantes, pueblos indígenas y trabajadores. O en diversas áreas como: Desnutrición, pobreza y extrema pobreza, violencia e inseguridad, falta de oportunidades, empleos precarios, alto costo de la vida y un largo etcétera.
Por lo anteriormente expuesto, quiero reivindicar la justa dimensión de la palabra resentido/a pues es el primer paso para entender lo que pasa a mi alrededor; el por qué las cosas son como son y no de una manera diferente, idealmente más humana. RESENTIRSE es, precisamente, acercarse a entender por qué el privilegio de unos pocos se basa en la desgracia y precariedad de muchos. Cuestionarse a sí mismo y confrontar la realidad, es lo que nos lleva a comprender que las cosas pueden cambiar, pueden ser de una forma muy diferente. Esto no tiene nada que ver con otro discurso perverso: que el Estado “regale” o que la gente espere que todo le caiga del cielo, sin esforzarse; o que, mágicamente, todos seremos iguales.
El resentimiento, en realidad, es lo que llevó a los esclavos a darse cuenta que el esclavismo debía desaparecer porque los oprimía y reprimía de manera inhumana. Llevó también a los campesinos de la Gleba a resentirse del poder del señor feudal y los abusos en su contra. Incluso los propios burgueses tuvieron que resentirse de los reyes y nobles para poder cambiar la historia; así como también lo hicieron los obreros y campesinos en tiempos más modernos, reacción sin la cual, no existiría la jornada de 8 horas, derechos especiales para las madres trabajadoras, prestaciones y derechos laborales mínimos, sindicatos y condiciones de empleo digno, por decir lo menos.
Necesitamos más resentidos que se INDIGNEN por nuestra realidad vergonzosa, la cual es provocada, y que esto les haga acceder a la claridad política, condición sine qua non para organizarse y luchar por el cambio, por una realidad diferente en donde el hombre, no sea el lobo del hombre, como ya bien apuntó Thomas Hobbes hace mucho tiempo.
Si le dicen resentido/a, como me lo dicen a mí, pues alégrese, ya que es un indicativo que usted no se conforma con lo que hay y tiene la decencia y la claridad para construir un mundo mejor.
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político