PROVOCATIO: El origen de nuestro infortunio político

Al margen de lo que ahora ya todos conocen sobre este acto de traición, lo que quiero resaltar es el origen político (supraestructural) de lo que hoy lamentamos como cruda realidad nacional.  Si la Reforma Liberal sentó las bases socioeconómicas estructurales de este Estado depredador, la contrarrevolución significó el diseño político para que cualquier cambio en las leyes y la política, jamás atentara contra el statu quo.
José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)

En mi último artículo (PROVOCATIO: La pregunta incómoda (cronica.com.gt)) comenté sobre los tres cortes históricos fundamentales para entender la tragedia de esto que llamamos República de Guatemala: “la independencia de mentiras”, la construcción de la Patria del Criollo y la invasión norteamericana. Concluí que el fundamento estructural y las bases económicas de nuestra tragedia se encuentra en la Reforma Liberal de 1871, cuando se funda el Estado Nacional Guatemalteco con las características espurias que ya he analizado.

Ahora bien, la base supraestructural de nuestra debacle se encuentra en la nefasta fecha del tres de julio de 1954, ocasión en la que se concreta la infame intervención mercenaria financiada y orquestada por Estados Unidos.

Por muchos años, los gobiernos posteriores a la contrarrevolución se esforzaron por generar una epopeya de lo que tan solo significó un acto de traición del glorioso y una de las manchas más paradigmáticas del imperio del norte en América Latina, aunque casi todo el cono sur, el Caribe y Centroamérica pueden dar fe de las garras del águila calva.

Durante la invasión, la radio clandestina de la mal llamada Liberación, emitía falsos pronunciamientos para hacer creer a la población que los mercenarios[i] avanzaban a paso arrollador y que, cada vez más, se les unía el pueblo. La realidad era muy distinta, pero la inteligencia norteamericana utilizó algunas tácticas interesantes, como la instrucción de reducir al mínimo los encuentros reales con el ejército guatemalteco, para evitar la imagen de una institución armada nacional en contra de invasores y, por supuesto, evitar una franca e inmediata derrota, pues los mercenarios no significaban nada.

Una de las mejores anécdotas que retratan al caricaturesco grupo invasor se dio en Puerto Barrios, cuando 170 mercenarios intentaron tomarlo por asalto. El jefe de la Policía Nacional, sin contar con recursos materiales y humanos, al enterarse de la presencia del enemigo, decidió armar a los trabajadores portuarios locales y les asignó papeles defensivos. El resultado fue catastrófico para las fuerzas de Castillo Armas, pues en pocas horas, la mayoría de mercenarios perdieron la vida, otros fueron capturados y unos pocos lograron huir a Honduras. A estas alturas, dos de los cuatro frentes liberacionistas estaban liquidados. En pocas palabras, si el gobierno norteamericano no hubiese estado detrás de toda la farsa liberacionista, jamás se hubiera podido concretar.

Al margen de lo que ahora ya todos conocen sobre este acto de traición, lo que quiero resaltar es el origen político (supraestructural) de lo que hoy lamentamos como cruda realidad nacional.  Si la Reforma Liberal sentó las bases socioeconómicas estructurales de este Estado depredador, la contrarrevolución significó el diseño político para que cualquier cambio en las leyes y la política, jamás atentara contra el statu quo.

El comisionado Iván Velásquez (jefe de la CICIG) no descubrió el agua azucarada cuando dijo que el pecado original de Guatemala era el financiamiento electoral ilícito. Lo que hizo, fue hacer más público lo que los cientistas sociales ya sabíamos, pero que solo se manejaba en la esfera académica.  Desde 1957, cuando se dio el primer fraude electoral posrevolución, la historia política quedó marcada, pues se prohibió el financiamiento público e internacional a los partidos, reduciendo el patrocinio a lo privado, es decir: a los empresarios locales. 

Escucho y leo a muchos “opinadores” expresar que todo cambiaría si se dieran estas tres variables (juntas o separadas):

  1. Siendo el problema básicamente humano, dicen estos opinólogos, la solución es que la ciudadanía reflexione y cambie de actitud. Por arte de magia, entonces, los malos desaparecen o se inhiben, y los buenos triunfan.
  2. Otros, reconocen lo mágico y cándido del anterior planteamiento, inclinándose por reformar las leyes específicas, concretamente la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) ignorando que cualquier cambio pasa por los operadores de las élites y los funcionarios que fueron financiados por estas; algo así como reciclar el veneno.
  3. Finalmente están quienes pregonan más alcance. Estos indican que la solución estriba en un remezón político que parta de la reflexión de las élites dominantes. Aceptan que cambiar la normativa no basta, pero ignoran que el principal logro del capital oligárquico primero, y corporativo después, es la cooptación del Estado para sus propios intereses, siendo la política, su principal herramienta para mantener e incrementar sus privilegios y dominio.

Como se ve, cambiar la situación es un nudo gordiano si se piensa en términos de una legalidad ajena a las mayorías y una institucionalidad corrupta. Pensar fuera de la caja conduce a soluciones radicales, pero estas atentarían contra lo políticamente correcto, la decencia y la urbanidad aprehendidas y, lo más “importante”, contra el patrimonio habido y por haber, de miles de operadores que viven del latrocinio y el siempre jugoso y rentable juego de la política tradicional. 

Quienes ejercitamos el pensamiento crítico, dicen los captores del Estado, somos los apestados, los resentidos, los antisociales, los perdedores y los sembradores de cizaña. Estimado lector: ¿A qué grupo quiere pertenecer?


[i] Dicho de un soldado o de una tropa, que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero.


LEE ADEMÁS: