PROVOCATIO: El maniqueísmo moralino en el trópico

La política sin moral es perversa, lo sé plenamente; pero de eso, a reducir los enfoques y análisis de la realidad a una simple dicotomía entre el bien y el mal, es lo que nos tiene en el estado actual de incertidumbre y agobio.  No en balde las sociedades formadas históricamente dentro del papel protagónico de la religión, acusan con más ahínco la distorsión a la que me refiero.
José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)

Muchas veces he tocado el tema del maniqueísmo y el gran daño que causa al categorizar todo en blanco y negro, sin tomar en cuenta que tiene sus matices. 

Este enfoque cuenta ahora con otro elemento que le añade obnubilación a la mirada social: la moralina, es decir, una postura impostada o trivial, un acatamiento falso y exagerado de los principios de la moral.  

Ejemplos sobre lo anterior abundan en la realidad política de Guatemala. La narrativa siempre es la misma: nosotros los buenos, contra ustedes los malos; estándar que, por supuesto, tiene límites y definiciones nebulosas.

También lo mencioné en mi reciente artículo cuando abordé el tema del “buenismo” en el sector justicia: “Se debe buscar a los buenos, porque los hay; motivando a los indiferentes que son la mayoría. En consecuencia, estos buenos eligen a otros buenos (en las postuladoras) para que estos, a su vez, elijan magistrados del mismo talante”. A este penoso silogismo se debe agregar que, mientras los facinerosos planifican con mucha anticipación y operan con todas las formas perversas posibles; los que se denominan progres y democráticos, siempre vamos tarde…”  Provocatio: Lo que no se siente, no se entiende (cronica.com.gt)

Si bien la sentencia supra se refiere al manido proceso de elección de cortes, aplica también para muchas áreas de la vida sociopolítica: lo vi y viví en la USAC en la última elección de Rector y las resacas subsiguientes; lo veo en la forma que se aborda el drama en el Congreso con el famoso pacto de corruptos, o en la pretendida lucha –con ribetes epopéyicos– entre el buenazo del presidente y la jauría de malvados que lo acorralan y no lo dejan hacer nada.

La política sin moral es perversa, lo sé plenamente; pero de eso, a reducir los enfoques y análisis de la realidad a una simple dicotomía entre el bien y el mal, es lo que nos tiene en el estado actual de incertidumbre y agobio.  No en balde las sociedades formadas históricamente dentro del papel protagónico de la religión, acusan con más ahínco la distorsión a la que me refiero.

Las élites menos primitivas conocen esta manía de las masas por inclinarse entre el bien y el mal; adjetivos definidos, claro, por cánones convenientemente impulsados por quienes marcan el rumbo de la nación y que, “casualmente” tienen todo el tiempo para pensar y los medios para contratar a otros para que piensen por ellos, incluyendo personajes de signo ideológico contrario. Son los mismos que promueven la tan manoseada “opinión pública”, que no es más que la manipulación de unos pocos para que las masas “piensen” y, sobre todo, actúen de una forma que al final, resulte yendo en contra de sus propios intereses.

Los empresarios con un poco de más visión, saben de la importancia de la penetración cultural e ideológica en poblaciones poco o nada formadas, apenas instruidas y con un ferviente espíritu religioso, como lo es la sociedad guatemalteca; víctima, además, de un derramamiento de sangre descomunal que costó 200 mil muertos y 45 mil desaparecidos, así como del principal producto que quedó de la misma: el miedo.

Dentro de una amplia estrategia elitaria de alinear los intereses de las mayorías a la visión empresarial (por su bien, dirían algunos) surgen tácticas como la de importar pensadores (que tanto escasean entre las élites y sus advenedizos) como el caso del historiador argentino Sabino, contratado por la UFM, para desvirtuar el imaginario social e histórico de la guerra interna. O qué decir de Mario Vargas Llosa, contratado por el mismo centro de estudios para hablar mal de la figura señera de la revolución: Jacobo Árbenz. Al final, el escritor peruano se rindió ante la evidencia y en un acto ético, dijo la verdad, ante el desagrado de sus auspiciadores iniciales.

En estos días, circula en redes el pensamiento de un consultor y empresario que ha causado impacto en los sectores llamados progres y democráticos, precisamente el segmento al que está dirigido su emprendimiento ideológico. Este personaje, Ben Sywulca, reduce el problema del país al enfrentamiento de progresistas y conservadores y ubica al verdadero enemigo en la extrema derecha y su par, en la izquierda. No está demás indicar que el buenismo es primo hermano del centrismo político, el cual no existe por definición. Cuando explico esto, viene a mi mente el trillado chiste de aquel que se define de forma inocua: “No soy ni de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario”.

Según la lógica del pensador de marras, la extrema derecha no es conservadora, pues esta no es mala per se, como sí lo son, los otros, las mafias, que militan fuera de los progresistas y conservadores. En consecuencia: “Independientemente de si somos progresistas o conservadores, todos deberíamos estar indignados con esta realidad, y deberíamos apoyar a cualquier gobierno que intente seriamente desmantelar a las mafias —sea ese gobierno de izquierda o de derecha–“ indica Sywulca. Y agrega: “Muchos conservadores no se han dado cuenta de que son peones manipulables en el juego político de las mafias.” Como si los enemigos del cambio (los conservadores) no fueran, precisamente, las mafias. La mano dura que creemos que queremos | by Benjamin Sywulka | Jul, 2024 | Medium

Nos advierte, además: “La ciudadanía en general, sean progresistas o conservadores, está permanentemente desviando la culpa de nuestros males hacia el gobierno de una forma irresponsable.”  Es decir, que los críticos independientes, caemos en este torbellino maniqueísta de buenos y malos.  El pensamiento reflexivo deviene peligroso y debemos guardar silencio ante lo que se está haciendo mal, para no perjudicar a los “buenos”. Así de penoso su razonamiento.

La puntilla final se da con una estratagema que las élites han utilizado mucho: echarle la culpa a la ciudadanía y no a los tomadores de decisión: “Necesitamos una muestra de fuerza. Pero el que tiene que darla no es sólo Arévalo. Somos nosotros.” En esto, estoy parcialmente de acuerdo con un papel ciudadano más protagónico; sin embargo, esto debería ser consecuencia de una actitud transparente, decidida y firme del gobernante, en coherencia con lo ofrecido.

La invitación es a no dejarse manipular y construir desde abajo, una ciudadanía consciente, reflexiva y, sobre todo: CRÍTICA, basada en el estudio y análisis científico de la realidad. No caigamos en el perverso juego que criticar es estar del lado de los “malos”.

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