La gran mayoría de guatemaltecos se mantienen en la angustia de la sobrevivencia, sea por motivos económicos o de seguridad. Constituyen la masa que termina eligiendo sin información, bastante desorientados o, al final, guiados por la pura necesidad y precariedad. Esto último explica la importancia de las bolsas con alimentos, láminas, blocks y vales de cualquier tipo. El resto lo hace la propaganda engañosa de siempre, ya que como dijo Joseph Goebbels, jefe de propaganda de Hitler: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.” |
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
Es tan exitosa la farsa electoral que, indefectiblemente, se lleva a cabo religiosamente cada 4 años, lo que hace difícil explicarse cómo desde 1954, este modelo sigue funcionando. En 1984, con la decisión norteamericana de dar por terminada la dictadura militar (1954-1985) se remozó el carrito electoral, con pintura y nueva tapicería, dejando intacto todo lo demás. Aunque fuera al puro empujón, el charnelito arrancaba, como lo sigue haciendo hasta nuestros días más campante que Johnny Walker. Al finalizar “las alegres”, el carrito se guarda en el garaje para evitar el innecesario desgaste, pues el próximo cuatrienio tiene que salir a lucir sus mejores galas o cuando menos, a echarse las dos vueltas sin descomponerse.
La nueva Constitución (la vigente) ya no condenó las ideas socialistas o socializantes, creó un órgano de control electoral supuestamente independiente (TSE) y proporcionó, además, de mecanismos nuevos (todos gatopardistas) mediante los cuales se vendió una imagen de verdadera democracia, cuando en realidad era y sigue siendo, una democracia controlada, término en el que coincidimos varios académicos.
El objetivo de EE. UU. y que tuvo que aceptar la élite ultraconservadora guatemalteca, fue bajarle dos rayitas al carácter contrainsurgente y anticomunista de la vieja Constitución (1965) pero mantener su esencia de control. De hecho, para la primera elección “democrática”, el gobierno del general Oscar Humberto Mejía Víctores, último baluarte de la dictadura directa, envió emisarios a Costa Rica para convencer a Mario Solórzano Martínez del Partido Socialista Democrático para que participara, a sabiendas que no existían las condiciones. Les garantizaron seguridad y esto fue suficiente para que, por primera vez en la historia, apareciera en la papeleta la palabra socialista, aunque el nuevo partido era más bien socialdemócrata.
Inicialmente, la nueva figura del Tribunal Supremo Electoral jugó un papel exitoso y creíble, pero desde el gobierno del Partido Patriota empezó a decaer hasta la actualidad vergonzosa en la que ni los más inocentes creen en dicho órgano.
La nueva era (1985 en adelante) puede calificarse de exitosa, pues salvo 1995, cuando “gana” Álvaro Arzú Irigoyen (45%) el resto de elecciones ha contado con la participación de la mayoría absoluta de la población empadronada. En 2023 tendremos una versión más del mismo proyecto y muy posiblemente se tendrá mayoría absoluta nuevamente, aunque los porcentajes reales con los que ganan los candidatos favorecidos por el sistema, sean muy bajos.
La gran mayoría de guatemaltecos se mantienen en la angustia de la sobrevivencia, sea por motivos económicos o de seguridad. Constituyen la masa que termina eligiendo sin información, bastante desorientados o, al final, guiados por la pura necesidad y precariedad. Esto último explica la importancia de las bolsas con alimentos, láminas, blocks y vales de cualquier tipo. El resto lo hace la propaganda engañosa de siempre, ya que como dijo Joseph Goebbels, jefe de propaganda de Hitler: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.”
Después del contexto explicado, cabe preguntarse si los guatemaltecos creen, les gusta o sienten que les conviene el proceso electoral de turno.
Para la mayoría que se debate en la pobreza y extrema pobreza, aunque en el fondo no crean en el sistema, necesitan aferrarse a algo para no derrumbarse. Esa necesidad de creer que habrá una luz al final del túnel es muy fuerte, aunque todos los indicadores demuestren lo contrario. La famosa frase: “la esperanza es lo último que muere” se convierte en mantra para sobrevivir. Por supuesto, hay gente que sí cree que las elecciones pueden resolver “algo” y que, “ahora sí”, las cosas podrán ser mejores. El sentido de conveniencia deviene obligado, porque están muy mal y la necesidad de creer se impone pues, según ellos, no podrían estar peor. Si creen o les gusta, es secundario.
En el otro polo poblacional están las élites y sus adláteres (ínfima minoría), para quienes el sistema es de vital importancia para mantener sus privilegios y asegurar el dominio elitario de siempre. A estos, el sistema les gusta y les conviene, aunque no creen en él, pero su única preocupación es planificar, controlar, manipular, comprar, cooptar o someter por cualquier medio cualquier amenaza personal, grupal o institucional en contra de sus intereses.
Existen los menos necesitados (minorías más amplias), que gozan de “prebendas” mínimas que en otros verdaderos países son condiciones por default, como la educación, un techo propio, empleo digno (o al menos un trabajo) vehículo, comida los tres tiempos y seguridad mínima. Algunos se refieren a este sector como “clases medias” e incluso, para esconder un poco la desigualdad social y económica, las subdividen en: alta, media y baja. La tendencia arribista y aspiracional de este segmento, hace que el sistema les guste y les convenga, aunque no necesariamente crean en él.
El principal problema del país y factor de privilegio para las élites, no es la educación o la salud, sino la desnutrición crónica y aguda, a la cual, convenientemente, todos los partidos y candidatos se refieren en términos generales sin asumir un plan concreto, y menos compromiso, para avanzar en su erradicación.
Además de los problemas de talla y peso que se derivan de la desnutrición endémica, el efecto más brutal es la deficiencia neuronal en la niñez, es decir, los adolescentes y jóvenes se “preparan” para apachar botones en una fábrica o para el campo. Se lee duro, pero el sistema fabrica personas cuyas destrezas se limitan a lo más operativo y fabril, con poco o ningún hábito de lectura, y los pocos que leen, carecen de compresión y asimilación de conocimientos.
Si algo asusta a los poderosos, es el pensamiento crítico que puedan desarrollar los ciudadanos. Entre la desnutrición y la precariedad de la educación pública, el sistema y sus detentadores pueden estar tranquilos. El resto de aparatos ideológicos del Estado complementan la tarea, sobre todo, los medios de comunicación.
Es por ello que, creyendo o no, gustándonos o no, conviniéndonos o no, los comicios 2023 están nuevamente garantizados. Yo también soy víctima de la esperanza y quisiera que, al menos, la abstención consciente lograra la mayoría absoluta y superara, con creces, el 55% de 1995. Reitero que el voto nulo solo es una variante de la legitimación, pues el mensaje es: creo en el sistema político-electoral, pero en esta ocasión, no me gusta ningún candidato o partido.
Si va a participar de la farsa, al menos infórmese un poco, así puede maquillar con éxito su complicidad con el sistema.
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