PROVOCATIO: Consumidores de la Democracia S.A.

…estos sacristanes de la democracia también tienen acólitos, mostrando cada uno, un atuendo que puede ser de sastre gacho o almacén clasemediero, según la suerte de cada emprendimiento. Unos se presentan como consultores, otros como analistas, los hay de autodenominación: influencers/creadores de contenido o generadores de opinión. Los más atrevidos se venden como académicos o intelectuales.  Todos coinciden en algo: el sistema solo acepta cambios gatopardistas y cualquier intento de reforma estructural o supraestructural de fondo, debe ser denunciada, criminalizada y abortada, pues de lo contrario, se les acaba el negocio.

José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)

En el anterior artículo https://cronica.com.gt/provocatio-de-que-democracia-se-habla/ demostré las razones del porqué, lo que aquí llamamos democracia, no es tal. Ahora bien, la pregunta obligada es: ¿Por qué, si solo el 29% de la población en Guatemala cree en la democracia (Latinobarómetro 2023[i]), la asistencia a los comicios sigue siendo tan alta en estos simulacros?

En 2015 el porcentaje de votantes fue de 69.74%, en 2019 fue de 61.84% y en 2023 se tuvo una participación del 60.08% (datos de primera vuelta).

A pesar de las pestes generales sobre la política y los políticos, el guatemalteco es una especie muy ingenua (por no usar un apelativo más fuerte), conformista, resignado (“es lo que hay”) y, una víctima, todo al mismo tiempo; ya que se cree el cuento que el voto puede cambiar algo sustancial e, incluso, que el voto nulo o la abstención, es casi tan malo como ser ateo.

Y, cada cuatro años, a pesar de la evidencia histórica, la masa de votantes rescata, por enésima vez, la sempiterna farsa y le da otras libras extra de oxígeno al sistema político-electoral. Pero esto no sucede espontáneamente, pues el negocio de vender un producto vetusto que solo beneficia a los de siempre, es una plataforma comercial que le da de comer a un montón. Si bien los principales y más carnosos beneficios son elitarios, hay un cúmulo de vendedores y revendedores del producto que logran mantenerse a flote, e incluso prosperar, gracias a ese entretenimiento que se vuelve tradición.

Este segmento de vendedores de humo, cumplen una función parecida a los pastores protestantes que adormecen conciencias y, aunque no tengan la relevancia de los grandes “predicadores”, no dejan de tener su cuota, la cual viene acompañada de otro producto colateral muy codiciado: la fama, efímera, insignificante y aldeana, pero al fin, fuente de reconocimiento tropical.

Cualquiera diría que la clase dominante y sus distintas facciones invierten mucho dinero en mantener las alegres elecciones, pero no, resulta que muchos de quienes replican la rueda de caballitos (literal); lo hacen por propia supervivencia o para pasar de zope a gavilán.

Cuando las familias elitarias decidieron que lo suyo era incrementar su patrimonio por todos los medios posibles, se inventaron esa mal llamada clase política, es decir, un segmento que haría de la política su profesión, tuviera o no, las credenciales académicas o tan solo cognitivas para hacerlo. Su función básica fue mantener los privilegios de ese reducido grupo y, a cambio, estos tendrían una autonomía relativa para hacer sus propios negocios, siempre y cuando el leitmotiv principal se mantuviera. Esto funcionó por un buen tiempo, pero más temprano que tarde, surgió la rebelión de los Brayans, ese grupo casi lumpen de hampones que empezó a extorsionar a sus padrinos y creadores, amasando fortunas inverosímiles, lo cual les permitió financiar proyectos de toda índole, ya sea de forma directa o en alianzas con el narco (la mayor parte).  Finalmente, los “fifís” perdieron las formas y se aliaron también a ese nuevo actor oscuro. amo y señor transversal de la vida política, económica y social de lo que se llama Guatemala.

Pero volviendo al tema central, estos sacristanes de la democracia también tienen acólitos, mostrando cada uno, un atuendo que puede ser de sastre gacho o almacén clasemediero, según la suerte de cada emprendimiento. Unos se presentan como consultores, otros como analistas, los hay de autodenominación: influencers/creadores de contenido o generadores de opinión. Los más atrevidos se venden como académicos o intelectuales. Todos coinciden en algo: el sistema solo acepta cambios gatopardistas y cualquier intento de reforma estructural o supraestructural de fondo, debe ser denunciada, criminalizada y abortada, pues de lo contrario, se les acaba el negocio.

Redes sociales, medios de comunicación tradicionales y alternativos, constituyen los canales a través de los cuales se modelan los imaginarios sociales, fabricando mantras como: “nuestra democracia tiene defectos, pero es peor no tenerla y volvernos una Cuba, Nicaragua, Venezuela o El Salvador”; o bien joyas como: “no es posible que con 40 partidos no te guste ninguno”; “optar por el voto nulo o peor aún, abstenerse, es ser mal ciudadano y no querer a la patria”.  Se instala un sentimiento de culpa general; el pensamiento crítico deviene en maledicente y, por ende, moralmente punible.

Si quiere votar, vote; si todavía cree que sirve para algo, pues dele. Si quiere inducir a otros a seguir la farsa, nadie se lo impide. Haga pronósticos y rásguese las vestiduras por su personaje favorito. Pero no pretenda ser un cruzado en la defensa de una democracia inexistente. Sea honesto y diga: “Promover la feria me conviene para quedar bien conmigo mismo, pero, sobre todo, con los que jamás me considerarán un igual”.


[i] https://www.fundacioncarolina.es/wp-content/uploads/2023/11/Latinobarometro_Informe_2023.pdf


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