En el discurso de toma de posesión, de un presidente del país, ofreció poner a cada mico en su columpio, como una metáfora para decir que había que poner el país en orden. Lo que no nos dijo es que se trataba de la forma en que la clase política pone a cada quien en su lugar, pero concediendo una posición de exagerada preeminencia a quienes alcanzan llegar al poder o tener una cuota importante de él.
El sistema se corrompió, y el país necesita –urgentemente– un ordenamiento, un rescate, encontrar el camino para tener un verdadero Estado de derecho, como ahora propone el sector empresarial, y, en el fondo, es el anhelo de todo guatemalteco. Se requiere ordenar el país, hacer que las instituciones funcionen adecuadamente y que cada mico en su columpio, signifique en verdad que cada quien haga lo que tiene que hacer, no lo que le conviene hacer desde un columpio, símbolo de corrupción.
Es importante destacar que hoy en día no hay dudas sobre un hecho absolutamente cierto, comprobable y visible: se perdió el rumbo de la democracia.
Ahora toca componer el rumbo. Por eso es válido el planteamiento que hace el Encuentro Nacional de Empresarios (ENADE), en el sentido de ordenar el país, de buscar un auténtico Estado de derecho y que se fortalezcan las instituciones, mismas que han sido erosionadas, corrompidas y prostituidas por la clase política, hasta llegar al colapso que estamos viendo.
Por supuesto que es válido –y necesario–llevar a cabo las reformas a leyes específicas: Ley Electoral y de Partidos Políticos; Ley de Compras y Contrataciones, y Ley de Servicio Civil, pero es indispensable que los cambios se hagan de la manera correcta y no como se pretende ahora; es decir, un maquillaje más bien superficial.
Lo que se requiere es que haya aportes de expertos –nacionales e internacionales–, que la ciudadanía esté atenta y dispuesta a exigir, y que se encuentre la mecánica correcta para impulsar esas reformas profundas que tanta falta hacen. No se puede dar un cheque en blanco por simples promesas de los políticos. Ya es hora de que el Congreso empiece a comprender que son representantes del pueblo y no de los intereses particulares de sus partidos.
La frase de Albert Einstein, en el sentido de que Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo, nos debe llevar a una reflexión: en el pasado reciente hemos cedido –como sociedad– un poder absoluto a la clase política cada cuatro años, lo que derivó en el abuso. Bien dijo también Lord Acton –político inglés del siglo XIX–, que El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Si hacemos lo mismo, volveremos a repetir la historia.
El momento actual es más que oportuno. Hay un Gobierno de transición con pocos compromisos o vínculos políticos. Un Congreso que sufrirá bastantes cambios, que, sin que sea esperanzador, no debería ser tan malo como el actual. Por otro lado, en el sistema de justicia vemos que las cosas están cambiando, a paso lento, pero cambiando, y esta es una muy buena noticia para que podamos gozar de un Estado de derecho.
El funcionamiento eficiente de las instituciones es indispensable en esta etapa de cambios. El MP es un gran ejemplo y esperanza, tanto como en el otro lado aparece la inoperante Contraloría de Cuentas de la Nación (CCN). Los pesos y contrapesos deben funcionar para forzar la transparencia que se requiere.
Hay mucho camino por recorrer. Lo importante es que todo lo que hemos avanzado este año no se vaya por la borda. La fuerza del movimiento ciudadano, a la par de la tarea realizada por el MP y la CICIG, ha sido suficiente para que aspiremos a cosas mejores. Hay que demandar de las nuevas autoridades que se mantenga el impulso de la lucha contra la corrupción y la impunidad. Si a esto se suma un eficiente trabajo del Ejecutivo y las instituciones autónomas y semiautónomas –incluyendo las municipalidades–, entonces veremos cambios verdaderos en el país.
Los políticos ahora hablan sobre la lucha contra la pobreza y atender los problemas de educación, salud y seguridad –entre otros–, pero si no se logra el cambio institucional, de nada servirán las promesas de campaña.