El sueño americano por tener una mejor vida y triunfar en los Estados Unidos se vuelve pesadilla para algunos inmigrantes guatemaltecos y de otros países de Centroamérica, quienes, en un peligroso y largo trayecto, son capturados en la frontera; y, en el peor de los casos, son víctimas de bandas de trata de personas o mueren en el desierto por inanición.
Las historias de los migrantes no siempre tienen un final feliz, muchos chapines han intentado cruzar ilegalmente, hasta cuatro veces, hacia territorio estadounidense, algunos sobre el tren de carga, llamado La Bestia, y otros caminando sin rumbo fijo para atravesar la frontera, el camino es incierto y el destino se lo juegan como en la ruleta rusa, o lo logran, o son deportados, o pierden la vida en lamentables situaciones, como el accidente de tránsito ocurrido el pasado 30 de agosto en Nuevo León, México, en el cual cinco personas murieron y 21 resultaron gravemente heridas.
De acuerdo con testimonios, este grupo de ilegales viajaba con un traficante de personas que conducía a exceso de velocidad, por lo cual se salió de la carretera y volcó aparatosamente. No obstante, otra camioneta que escoltaba al grupo de personas pasaron recogiendo al chofer y huyeron, dejándolos abandonados; con lo cual quedaron truncados los sueños de cruzar al territorio estadounidense.
Actualmente, varios de estos guatemaltecos heridos se debaten entre la vida y la muerte, ante la impotencia de sus familiares de poder ayudarlos, otros lesionados son originarios del Salvador y Honduras y corren el mismo infortunio, se endeudaron y no lograron pasar.
Los esfuerzos de los guatemaltecos que viven actualmente en Estados Unidos, ya sea de forma legal o en un proceso para regular su estatus migratorio, son un importante pilar para la economía de Guatemala, ya que para este año se esperan más de US$7 mil 200 millones en remesas (Q54 mil millones 216), y cada año aumenta esa cantidad, lo cual mejora el consumo y el bienestar de sus familiares.
La mayoría de esos chapines también tienen una historia de sufrimiento al haberse arriesgado a cruzar ilegalmente a EE. UU., pero algunos comentan que tuvieron la suerte de haber pasado y que, actualmente, las condiciones son más difíciles para sus compatriotas y otros centroamericanos que intentan arriesgarse por una mejor vida. ¿Vale la pena?, se cuestionan, por lo cual afirman que definitivamente no, si se va a perder la vida.
Ahora vemos muchas noticias de compatriotas deportados, pero hay otros casos en los cuales las mujeres no aparecen porque las obligan a prostituirse y otros paisanos mueren en el desierto, o se ahogan en el río grande, además de que las medidas ahora son más estrictas; yo no quisiera que uno de mis hijos intentara venir así, para eso trabajo yo, explica Antonio Pérez, quien ahora reside en Los Ángeles.
Las rutas fatales
Para otros medios de prensa de EE. UU., ubicados en el área fronteriza, el tema de los inmigrantes que mueren en el trayecto es una noticia constante, como lo destaca un diario de Alabama, Tennesee, que hace días público el hallazgo de otros cuatro cadáveres en la frontera de Arizona.
Las autoridades sospechan que los cuatro murieron tras caminar por el desierto bajo el sol, con temperaturas de más de 45 grados centígrados. Los agentes localizaron la mañana del sábado, cerca de la comunidad de Sells, a una mujer embarazada sentada junto al cuerpo de su esposo. La pareja de origen guatemalteco había cruzado la frontera dos días antes, pero fue abandonada por el traficante que los guiaba cuando el esposo falleció, son parte de las noticias que publican esos diarios.
A continuación se destacan algunas historias de inmigrantes, que lejos de lograr llegar a Estados Unidos, fueron víctimas de vejámenes y estuvieron a punto de morir en el desierto. Por razones de seguridad se omiten sus nombres reales.
Recuerdan que el papá de Diego pasó hace décadas por la frontera de Tijuana, antes no estaba tan poblada esa área, por eso era fácil cortar la cerca y correr hacia el otro lado, especialmente de noche. Cerca de la frontera hay muchas tiendas, así que los ilegales corrían a los estacionamientos donde había autos esperándolos para que se subieran y luego los llevaban a una casa. Sin embargo, ahora todo eso está vigilado, hay cámaras por todos lados, y aunque logren llegar al estacionamiento, las cámaras detectan el vehículo y son detenidos en la carretera, o donde sea.
Por ello, pasar por el desierto es lo más fácil y conveniente para el coyote (los que guían a los ilegales a cruzar la frontera), hay vigilancia, pero no se dan abasto para cubrir tanta área despejada, aunque, por lo mismo, los peligros son más grandes, no hay autos esperando al otro lado, ni en la montaña, así que los migrantes tendrían que llegar a una zona donde exista una pequeña ciudad, pero que está a millas del cruce fronterizo, destaca un agente que patrulla por el área.
Se estima que 200 mil indocumentados intentan cada año ingresar a la frontera de México para llegar a Estados Unidos, un trayecto que recorren montados en La Bestia, y que tampoco les garantiza que realicen su cometido, a raíz de varias medidas de seguridad impuestas por el gobierno mexicano, ante el incremento de niños enviados sin acompañamiento. Muchos centroamericanos son detenidos y deportados, pues hasta los primeros días de septiembre fueron retornados 22 mil 626 guatemaltecos, provenientes de Estados Unidos, y otros 34 mil de México, según datos de la Dirección General de Migración.
El desierto de la muerte
Atravesar el desierto representa un momento clave dentro del largo viaje hacia la potencia del norte, no solo porque es el último, sino también el más difícil obstáculo de afrontar.
Algunos de los grupos que cruzan están formados por 45 personas, 43 hombres y dos mujeres, casi todos de su misma región, algunos salvadoreños, otros guatemaltecos y de otras partes de Centroamérica. Al caer la noche comienzan el viaje, en ese momento nadie sabe cuánto va a durar el trayecto, el pollero o coyote les dice que de tres a siete días.
Casi todo el recorrido se hace de noche y de madrugada, para evitar las horas de más calor. Los migrantes caminan durante días, hasta lograr alcanzar algún punto de la carretera poco transitado por la migra, en donde puedan ser recogidos por otro pollero y, posteriormente, ser transportados a una casa de seguridad, dice la fuente.
Igual que en un rito de paso, los migrantes tienen que superar diferentes pruebas para alcanzar su sueño americano, el que podría convertirse en pesadilla, pues deben hacer de 50 a 80 kilómetros de caminatas, sufriendo altas o bajas temperaturas, en un ambiente de rancheros armados que custodian sus propiedades, la vigilancia de las patrullas fronterizas, la tecnología de alta seguridad, asaltantes, pandilleros, grupos de caza de inmigrantes, narcotraficantes, animales venenosos, el frío de las noches, el hambre y la sed. Este calvario lo narran tristemente algunos deportados, pero otro grupo de ellos, lamentablemente, ya no puede contar la historia.
De acuerdo con la Organización Internacional de la Migración (OIM), al menos seis mil inmigrantes han muerto tratando de cruzar hacia Estados Unidos desde el año 2000, no obstante, la desesperación por encontrar un mejor nivel de vida en territorio estadounidense, por el desempleo y falta de oportunidades en sus lugares de origen en Centroamérica, los hace arriesgarlo todo por sus familias.
El éxodo de indocumentados se ha incrementado en el transcurso de 2016, según expertos, a causa de las radicales medidas migratorias anunciadas por el candidato presidencial Donald Trump, quien incluso ha promedito la construcción de un muro que impida el paso de ilegales.
Cuando los corre la migra
Era el segundo día y ya no llevábamos agua, los galones de agua se quedaron tirados cuando nos corrió la migra, entonces, ¿cómo le hacemos? Preguntamos. Y nos dije el coyote: ahorita vamos a pasar por un tanque en donde toman agua las vacas; y ahí todos pueden llenar sus botes, sus galoncitos, para que puedan resistir, cuando llegamos al punto nos dimos cuenta de que era una alcantarilla redonda, el agua estaba toda sucia, mugrosa, verde, pero uno dice, ni modo, la tengo que tomar.
Nos acercamos a un rancho y los perros empezaron a ladrar, por lo que el pollero nos dijo: Silencio, nada de bulla, silencio, caminemos un poco rápido porque aquí es un rancho de un moreno y si nos aproximamos mucho nos puede agarrar a balazos, porque piensa que estamos robando ganado, así nos pasó una vez.
Al tercer día que ya íbamos llegando, de repente oímos el ruido de un avión de guerra como rayo en el desierto, y todos nos quedamos ahí tirados, de ahí seguimos avanzando y nos entró la noche, ya estábamos cerca cuando pasó la moto de la migra, entonces tuvimos que cruzar rápido un arroyito seco, este no es el momento para equivocarse, porque ya se está cerca, y se ven las luces de Estados Unidos, comenta Oliverio.
Al momento de cruzar el desierto los jóvenes experimentan un estado de desposesión. Desde que salen de sus lugares de origen, los futuros migrantes llevan consigo muy pocas pertenencias, y se reducen aún más durante el viaje por el desierto, ya que, conforme pasan los días, sus provisiones se terminan o el cansancio los hace ir abandonando sus pertenencias.
Cuando la migra te corre, tiras todo si es necesario, hasta la mochila. Ese día que nos agarró la migra alguien gritó: La migra, ahí viene la migra, entonces, los que pudimos brincar, brincamos, pero las que no pudieron brincar fueron las mujeres. Yo brinqué, aventé la mochila, y me brinqué, tuve que tirar mis galones de agua, me quedé sin agua, recuerda Ramón, en otra entrevista.
El viaje por el desierto se hace bajo el cuidado y las órdenes de un pollero, al que suelen llamar guía, ya que se supone que conoce bien el territorio que hay que franquear, y se supone que posee el saber necesario para hacerlo. Todas las redes de traficantes de indocumentados cuentan con personas especializadas en atravesar el desierto; muchas veces se trata de muchachos muy jóvenes, incluso menores de edad, que aguantan las largas caminatas y no tienen miedo de tomar el riesgo.
Mujeres, las más vulnerables
Las mujeres migrantes constituyen uno de los grupos más vulnerables, maltratados y vejados a la hora de cruzar la frontera. Son grupos que experimentan grandes cargas de estrés, debido a las condiciones de gran vulnerabilidad que deben enfrentar en el trayecto.
De acuerdo con otra fuente consultada, el espacio en que se realizan los cruces es predominantemente masculino y en éste predomina también una lógica sexista, por lo que, quienes se encargan de dirigir estos cruces (polleros), así como aquellos que se encargan de impedirlos (policía, agentes de migración), casi siempre son hombres, que al estar en una situación de poder saben que pueden abusar de las mujeres, sin que esto tenga mayores consecuencias.
Estos abusos pueden ser desde simples bromas o comentarios sexistas, hasta acoso, violencia física, secuestros, violaciones sexuales y asesinatos, agrega.
El testimonio de este indocumentado refleja cómo las mujeres son víctimas de todo tipo de abuso durante el trayecto.
Llegué ahí con el coyote, toqué y pregunté por un tal Omar y me esperé a que llegara el señor. Ahí en su casa había una muchacha de unos 18 años, como estaba sola me contó que abusaban de ella y me dijo que la ayudara a cambiarse con otro coyote.
Los polleros afirman su poder y su preponderancia sobre la joven migrante, tratándola como si fuera una mercancía de la que pueden disponer, e incluso ponerla a disposición de un tercero. Este tipo de situaciones le ocurren menos a los migrantes hombres, ya que claramente se trata de violencia de género, es un tipo de violencia que se dirige contra las mujeres por el simple hecho de ser mujer.
El poder de los traficantes
Entre los traficantes y los migrantes existe una relación de poder asimétrica: quien contrata los servicios de un pollero, acepta voluntariamente ponerse en sus manos para que le ayude a cruzar la frontera y acepta obedecerlo. Algunos aprovechan esta situación para obtener ventajas de diversa índole de las mujeres.
Por ejemplo, el miedo a la violación sexual siempre está presente, la conciencia de estos riesgos provoca estrés, nerviosismo, sufrimiento y un fuerte sentimiento de vulnerabilidad, lo que genera que la experiencia del cruce sea más difícil de llevar y sea percibida en términos mucho más negativos que en el caso de los hombres, añaden los consultados.
El año pasado murieron 463 personas tratando de cruzar hacia Estados Unidos, según cifras oficiales de la Patrulla Fronteriza, pero se habla solo de cadáveres recuperados, pues muchos no son encontrados.
La mayoría de las personas que dejan Centroamérica para intentar llegar a EE. UU. son mujeres: el 57 % de los migrantes de Guatemala y el 54 % de El Salvador y Honduras, según la Mesa Nacional para las Migraciones.
Para las féminas, su única protección ante los abusos de los coyotes o los delincuentes son los condones y las inyecciones, en pocos casos, se estima que entre seis y ocho de cada diez mujeres guatemaltecas son violadas en su paso por México.
Hoy, en esta frontera, va a morir un inmigrante, o quizás dos, mañana se repetirá la historia, son muertes terribles, pero ocurren, ya que se pierden en el desierto, sin agua y usualmente mueren de insolación en dos o tres días, dicen los reportes fronterizos.
Los coyotes cobran a los migrantes entre US$2 mil a US$5 mil por persona por cruzarlos, pero, para no ser detectados por las patrullas migratorias de Estados Unidos, los alejan lo más posible de los puntos de vigilancia. Esto los deja, generalmente, a uno o dos días caminando del pueblo más cercano, algunos no llegan en esta ruta de la muerte.
Actualmente, autoridades fronterizas de Estados Unidos, así como el FBI, buscan a diez personas relacionadas con el tráfico de personas, ellos son Agzamov Sandjar, Yunusov Nodir y Rustamjon Shukurov, de Uzbekistán; José Francisco Maciel Jaramillo, Paulino Ramírez Granados, Eugenio Hernández Prieto, Raúl Granados Rendón, Severiano Martínez Rojas, Saúl Romero Rugerio, Alfonso Ángel Díaz Juárez y Roger Galindo Sepeda, de México; Jamal Moore, de Estados Unidos; María Isabel Cruz, de Honduras y Wei Li Pang y Shu Cang Li, de China.