En el hospital psiquiátrico de Amiens, en el norte de Francia, hay médicos, enfermeros… y perros para cuidar a los pacientes. Desde 2010, el centro Philippe Pinel practica la canoterapia, un tratamiento que recurre a los animales para ayudar a enfermos mentales.
Con Zoé, un Golden retriever, en una mano y Fatou, un cavalier King Charles, en otra, Priscillia, de 27 años, pasea bajo la arcada de este hospital de ladrillo rojo del siglo XIX. «Me encantan los perros», reconoce con alegría.
«Priscillia sufre psicosis infantil. Cuando me hice cargo de ella, su única relación con el mundo era el sufrimiento, se hacía incisiones, se quemaba… Tras una sesión de canoterapia, todo eso desapareció, fue espectacular», asegura William Lambiotte, el enfermero canoterapeuta que introdujo este tratamiento en el hospital.
«Se abrió a los demás, se volvió coqueta, encontró la valoración que nunca había tenido», añade Lambiotte, quien también es educador canino.
Pasear, ocuparse de perros y relacionarse con ellos tendría numerosos beneficios para los pacientes, como un efecto antidepresivo, servir de freno para el proceso de aislamiento, la disminución del estrés, o la adaptación a la vida social.
El hospital Philippe Pinel, que tiene unos 300 enfermos y cuatro perros, es uno de los pocos establecimientos de Francia que recurren a la canoterapia para ayudar a los pacientes tratados en psiquiatría.
El centro médico de Mulhouse (este) también propone esta actividad, que también existe en otros países, sobre todo en el norte de Europa y en Canadá.
«Los perros son tan indispensables como inexplicables. ¿Por qué hay enfermos que no reconocen a su propia familia pero reconocen a Fatou, Zoé o Evie? Yo no sé explicarlo», reconoce Lambiotte.
Con Evie, otro cavalier King Charles, sobre sus rodillas, el enfermero dirige cada semana un grupo de apoyo de una decena de enfermos.
Cada uno cuenta por turnos lo que le ronda por la cabeza: «Mi padre está muerto», dice Karim antes de quedar eclipsado; «Mi prima está viva», sigue Sylvie; y Jean-Claude por su parte cuenta su visita al Palacio de Versalles.
«Nos dimos cuenta de que la presencia de un perro en los grupos de apoyo atrae más pacientes, pero sobre todo anima a expresarse más fácilmente», explica Lambiotte.
– ‘Un medicamento como cualquier otro’ –
Desde que se creó la actividad en el hospital Philippe Pinel, 259 pacientes de entre 6 y 98 años, con 97 diagnósticos diferentes fueron tratados con canoterapia, de la que 54 médicos son ya «prescriptores».
«Empezamos a utilizar este tipo de terapia con pacientes que tenían dificultades para abrirse. El paciente encerrado en sí mismo se centra en el animal que lo anima, y llega así a abstraerse del medio persecutivo que lo rodea para enfrentar la realidad», explica el doctor Cyril Guillaumont, jefe de una sección del hospital.
Así, «poco a poco, estos pacientes van saliendo de su habitación, del servicio, del hospital. Constatamos que el animal ha podido ser el tratamiento que les permitió abrirse», añade.
Un ejemplo es Stéphane, de 43 años, un paciente que sufre esquizofrenia y que hace un picnic con Zoé a su lado en el patio del hospital.
«Cuando me pidieron que me encargara de él, vivía desnudo y solo en su habitación, se tragaba todo: tenedores, sábanas que cortaba en pedazos… Luego vio los perros y eso le salvó la vida, la ingestión de cuerpos extraños se detuvo de un día para otro», relata Lambiotte.
Esta terapia «también permite disminuir los tratamientos psicotrópicos administrados hasta ahora a algunos pacientes. El efecto tranquilizador del animal hace que los pacientes estén más calmados y así ya no es necesario entrar en una escalada terapéutica», afirma el doctor Guillaumont.
Al final, «es un medicamento como cualquier otro: hay una evaluación inicial, una prescripción con el acuerdo del paciente y un efecto terapéutico que se evalúa», concluye.
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