La celebración de Nuestra Señora de la Asunción reunió a menos fieles que de costumbre el sábado en Lourdes (suroeste de Francia), uno de los lugares de peregrinación más importantes de la cristiandad, debido a la crisis sanitaria mundial.
Por primera vez, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano y mano derecha del papa Francisco, presidió la misa de la Asunción enviando un mensaje de «esperanza» para un «mundo que vive oscuridad, miedo», en referencia principalmente a la pandemia de coronavirus.
Cerca de 5,000 peregrinos acudieron a la basílica de San Pío X, una gigantesca iglesia subterránea, tan grande como dos estadios de fútbol, que tiene capacidad para cinco veces más. El uso de mascarilla es obligatorio y se respeta escrupulosamente.
En la primera fila, varias decenas de enfermos, algunos en silla de ruedas, rezaban. Debido a las precauciones sanitarias, este año no hubo desfiles de enfermos en busca de cura milagrosa en Lourdes.
«Resulta raro. No hay mucha gente este año. En general, el 15 de agosto, se da la mayor afluencia. Debido al coronavirus, no hay viajes organizados de enfermos que vienen en tren, avión o autobus» procedentes del mundo entero, observa Michel Clavel, un jubilado de 66 años, que participa cada año en la peregrinación de la Asunción.
Durante la misa internacional, oficiada en varios idiomas el sábado por la mañana, se alcanzó prácticamente el límite de 5,000 personas y los organizadores cerraron el acceso a la basílica subterránea, invitando a los peregrinos a seguir la misa en las pantallas instaladas en el exterior, en la explanada del Rosario.
Este año, los peregrinos no podrán tocar ni besar las paredes de la Gruta, donde según la tradición católica la Virgen María se apareció a Bernadette Soubirous en 1858, para evitar los contagios.
Tres sacerdotes cantan desde la gruta un Ave María, que repiten decenas de fieles. Vicenzo Trulli, un italiano de 84 años, acude «desde hace 40 años» a Lourdes.
«Es una felicidad estar aquí«, confiesa, con lágrimas en los ojos. «Aquí hay tranquilidad, paz. No entiendo este mundo de violencia, que se tolere tanta pobreza», añade.
Los peregrinos tampoco podrán bañarse ni sumergirse en las piscinas en busca de una curación milagrosa.
«Milagro»
Alexandre Vaujour, de 34 años, se desplaza en su silla de ruedas eléctrica. Parapléjico desde un accidente de coche en 2018, cree que ha vivido el «milagro» que tantos esperan.
«Somos muy creyentes en mi familia. Vine para rezar a la Virgen María, le pedí que me ayude a curarme. Hace dos días, fui a las piscinas. Al salir, le dije a mi pareja ‘siento algo. Mira, puedo mover mis piernas’«, confiesa este hombre llegado de Ardennes (norte de Francia).
Tras un cierre de dos meses durante el confinamiento, los santuarios de Lourdes, en el suroeste de Francia, reanudan progresivamente sus actividades.
Pero este año estarán ausentes los grandes contingentes de peregrinos extranjeros por lo que numerosos hoteles y tiendas de souvenirs permanecen cerrados.
«Parte el alma no recibir enfermos, los trenes han sido anulados. Pero no los olvidamos. Aunque se está difundiendo por radio, televisión, internet, no es una peregrinación virtual, es real. Estamos apegados a establecer el vínculo entre Lourdes y los que no pueden venir«, dice el director de Peregrinación Nacional, que organiza cada año las celebraciones del 15 de agosto.
Esta 147 edición particular de la peregrinación de Lourdes ha tenido que adaptarse, al igual que las citas de otras religiones, a la epidemia de coronavirus.
A finales de julio, solo 10,000 fieles fueron autorizados a participar en la peregrinación musulmana a La Meca, frente a los 2,5 millones que llegaron de todo el mundo el año pasado.
En abril, la pascua ortodoxa también tuvo lugar en condiciones excepcionales ya que las autoridades invitaron a los fieles a quedarse en casa.