En el corazón del desierto de Oued Eddahab, cerca de la costa atlántica del Sáhara occidental, Habibullah Dlimi cría su manada de dromedarios como hacían sus abuelos. «A la antigua», reivindica, pero eso sí, con una pequeña ayuda de las nuevas tecnologías.
Porque este saharaui de 59 años, descendiente de la tribu nómada de los Ouled Dlimi, es un tuareg moderno que vive en la ciudad con su familia, viaja en todoterreno y usa el GPS de su teléfono para localizar a su ganado, vigilado por pastores que ha contratado.
«Conozco el desierto y el desierto me conoce», dice este hombre, que para presentarse cita los nombres de sus ancestros. Hasta cinco generaciones, como indica la tradición.
Aunque paralelamente tenga su página en Facebook y su cuenta de WhatsApp, donde solamente habla de técnicas de cría de ganado, investigaciones científicas y carreras de dromedarios.
Dlimi llegó tarde al oficio, cuando su padre falleció. Con mucha pena admite que «los jóvenes de hoy prefieren quedarse en la ciudad» y los pastores vienen en muchos casos de la vecina Mauritania y piden trabajar en zonas donde «llegue la cobertura de sus teléfonos».
Los animales de este ganadero deambulan libremente por el desierto y son ordeñados a mano, al amanecer y al anochecer. Imposible saber el número de animales de su rebaño. «Trae mala suerte», dice este hombre que asegura reconocer a su ganado, de lejos, «como si fueran hijos».
«Cuando una manada se alimenta de plantas salvajes y pasa el día caminando, la leche es mucho mejor», dice Dlimi, que no se cansa de explicar las virtudes de esta bebida rica en proteínas y «fuente de vida» para los pueblos nómadas.
«Además, los dromedarios pueden resistir frente a todo: el sol, el viento, la arena, la falta de agua… Si pudieran hablar, veríamos que son muy inteligentes», asegura con entusiasmo.
«Una relación fuerte»
Pero Dlimi lamenta que los dromedarios y camellos «tengan valor en todo el mundo menos en su tierra». Y eso que su leche «está muy de moda» entre los amantes de la comida sana, la carne de camello, vendida en los mercados locales, «es excelente», y «los investigadores se interesan en las virtudes de la orina» del dromedario, que sería buena para múltiples cosas: desde la caspa a las úlceras.
La cría intensiva de dromedarios, en pleno apogeo en países como Arabia Saudita, está siendo estudiada por las autoridades marroquíes, pero aún no se ha explotado en el desierto de Oued Eddahab.
Los proyectos dependen totalmente de Marruecos, que controla el 80% del Sáhara occidental desde los años 70 y quiere convertir la zona en un «territorio autónomo bajo su soberanía».
El movimiento independentista del Frente Polisario pide, por su parte, un referéndum sobre la autodeterminación del pueblo saharaui en esta antigua colonia española situada al sur de Marruecos. La ONU se esfuerza desde hace décadas por lograr una solución a este conflicto.
Como muchos en su tribu, Habibullah Dlimi tiene allegados al otro lado de la frontera de arena que separa a los dos bandos. Él eligió la «fidelidad» a Marruecos, los otros «quieren la independencia». Pero, pese a todo, «las tribus siguen siendo tribus, es una organización de gente que tiene una relación muy fuerte entre ellas», dice.
Decidido a «preservar el pasado para preservar el futuro», el ganadero ha creado una asociación cultural que quiere mantener las tradiciones heredadas de un tiempo «en el que no había fronteras» y las «familias seguían el ritmo del rebaño y las nubes».
Ocho veces campeón
En esta zona del Sáhara, al igual que ocurre en otras partes del mundo, los nómadas dejan de serlo y van a la ciudad. La localidad vecina de Dajla ha triplicado su población en los últimos 20 años en un momento en que las autoridades de Marruecos apuestan por la pesca en el mar, el turismo y los cultivos en invernaderos.
Pero al mismo tiempo, el ganado de estas tribus del desierto se mantiene: los 26,.000 km2 de territorio controlado por Marruecos albergan a 6,000 ganaderos, 105,000 cabezas de camellos y dromedarios y más de medio millón de cabezas de ganado ovino y caprino, según cifras de Rabat.
Un viejo refrán citado por estos pastores dice que «quien no tiene un camello no tiene nada». «Algunos piensan que los saharauis están locos porque en cuanto tienen un poco de dinero, compran ganado», dice Dlimi. Pero para él, gastarse 20,000 dirhams (1.900 euros) en un camello es una «inversión segura».
Sin olvidar las carreras, que son «un placer y también reportan ganancias», afirma. Desde que los Emiratos Arabes Unidos financiaron la construcción de un camellódromo en Tantan, 900 km al norte, «los dromedarios que corren han ganado valor y pueden llega a venderse a 120,000 dirhams», según él.
El ganadero selecciona los animales que competirán entre los recién nacidos del ganado. Machos y hembras, en virtud de su fuerza. Los entrena «persiguiéndolos en todoterreno por el desierto». «No hay ninguna manipulación genética», asegura, presumiendo de haber sido «ocho veces campeón» en carreras nacionales.
Pero los dromedarios son testarudos y fieles. Dlimi vendió su mejor animal, el que más carreras había ganado, a «un muy buen precio», pero el dromedario se ha negado a correr desde que cambió de propietario.