En Argentina, tres altos funcionarios de la agencia estatal Telam fueron denunciados a la Justicia por la sustracción de documentos, cajas con material desconocido y una trituradora de esa oficina pública. Ello ocurrió durante un fin de semana, en horas de la noche y la madrugada, días previos a la asunción del gobierno de Mauricio Macri. Los jerarcas que se llevaban documentos y cajas fueron filmados en acción.
Telam es la agencia estatal de noticias de Argentina. En teoría, la encargada de la versión oficial, fría y neutra. En la práctica, y muy especialmente durante el kirchnerismo, ha sido el órgano de propaganda del gobierno y el partido gobernante y un centro de militantes pagos. Un organismo con muchos recursos a su disposición y el manejo y determinación de la publicidad oficial, a través de la cual el kirchnerismo premiaba y seducía a medios y periodistas y castigaba a los rebeldes e independientes.
¿Qué había en esas cajas? ¿Cuántos nombres –premiados–? ¿Cuánta documentación y borradores que después periodistas y medios difundían como noticias propias? ¿Cuántas pautas publicitarias, sus costos y beneficiarios? ¿Cuántas indicaciones para no apartarse del relato oficial?
No lo sabremos nunca.
Lo que había en esas cajas, sin embargo, ayudaría mucho para conocer la verdadera historia, pero todo desapareció. Debe haber sido destruido rápida y concienzudamente: para tales efectos, hasta la trituradora se llevaron.
Todo ello se enmarca en una política que sigue el neoprogresismo de izquierda para recontar la historia, incluyendo nuevos nombres en casos, escudos, banderas, himnos y hasta un nuevo país, como pasó en Bolivia para que Morales fuera reelecto. Es el relato al que hay que someterse y sobre el que no se puede correr el riesgo de dejar rastros, cuando llega el momento, como ahora en Argentina. Sobre todo, porque la lucha continúa.
Nada es nuevo. Ya lo denunciaron hace 20 años en El libro negro del comunismo una media docena de intelectuales, historiadores e investigadores europeos, todos de izquierda. Una obra de más de mil páginas muy escondida en librerías y bibliotecas universitarias progresistas e intelectualmente correctas, por una razón muy simple: allí está la historia sobre los crímenes del comunismo. Se condenan tanto estos como los crímenes del nazismo. Y se comparan. Mientras los alemanes fueron juzgados y condenados por unos 25 millones de crímenes, nada ha pasado con los crímenes del comunismo, que alcanzan, según los autores, los 100 millones: 20 millones en la Unión Soviética, 65 millones en la República Popular China, un millón en Vietnam, dos millones en Corea del Norte, dos millones en Camboya, un millón en los regímenes comunistas de Europa Oriental, 150 mil en Cuba y otros países de Latinoamérica, 1,7 millones en África, 1,5 millones en Afganistán, 10 mil muertes provocadas por (el) movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder y 38 mil a 85 mil en España (represión en la zona republicana durante la Guerra Civil española).
Nuestra obra –advierten en 1997 los autores de El libro negro del comunismo– contiene muchas palabras y pocas imágenes. En ella se aborda uno de los puntos sensibles de la ocultación de los crímenes del comunismo: en una sociedad mundial hipermediatizada, en que la imagen –fotografiada o televisada– es lo único que merece credibilidad ante la opinión pública, solamente disponemos de algunas escasas fotografías de los archivos dedicados al Gulag o al Laogai, y ninguna foto de la deskulakización o del hambre durante el Gran salto adelante. Los vencedores de Nüremberg pudieron fotografiar y filmar con profusión los millares de cadáveres del campo de concentración de Bergen-Belsen y se han encontrado las fotos tomadas por los mismos verdugos, como ese alemán que dispara a bocajarro sobre una mujer que lleva a sus hijos en los brazos. Nada de eso existe en relación con el mundo comunista en que se había organizado el terror en el seno del secreto más estricto.
En Buenos Aires, los kirchneristas de Telam fallaron: fueron filmados.
Nadie ha juzgado los 100 millones de muertes que provocó el comunismo en todo el mundo.