Soad R.A. Rumman*
Desde la llegada del presidente Donald Trump a la Casa Blanca, las decisiones políticas en relación al Medio Oriente han sido perjudiciales para la región, en especial para Palestina, desde el cierre de la oficina de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Washington; el reconocimiento de Jerusalén ocupada como la capital de Israel junto con la orden de trasladar su embajada a la ciudad; la retirada de los fondos para la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA); el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán sirios; y finalizando con el plan de paz, mal llamado “Acuerdo del Siglo”, con el que se pretendía complacer todas las pretensiones de Israel sobre los territorios ocupados palestinos, acuerdo que se estableció sin el consentimiento ni la presencia de la parte palestina; y que, para sorpresa de sus autores, fue repudiado no solo por Palestina, sino también por el resto del mundo, cuyos actores ya hablaban de tomar medidas en represalia si Israel formalizaba la anexión a su soberanía de partes de Cisjordania a partir del 1 de julio.
Todas las actuaciones anteriores se han presentado en un clima político donde, tanto el presidente Trump, como el primer ministro israelí, están atravesando momentos de tensión en sus respectivos cargos. Por un lado, el gobernante norteamericano está sediento de protagonismo y gloria para sentir seguridad en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos, ante su nefasto desempeño observado específicamente desde la llegada de la emergencia por el COVID-19; por el otro, Benjamín Netanyahu, se encuentra en la espera de responder a la justicia por los cargos de corrupción que le persiguen.
El tema de la anexión pasó a un plano secundario y reapareció en forma de un afilado puñal atravesando la espalda de Palestina con el acuerdo tripartito estadounidense, israelí y emiratí de normalizar las relaciones entre el estado de ocupación de Israel y los Emiratos Árabes Unidos, este último justificando la decisión como si se tratara de un “salvador” del pueblo palestino, indicando que el acuerdo conlleva, no la extinción, sino la “suspensión temporal del plan de anexionar tierras palestinas y extender la soberanía israelí sobre ellas”, y alardeando de constituir un paso hacia la paz de la región.
Se debe aclarar que Palestina no está en contra de normalizar relaciones con Israel, de hecho, la Iniciativa de Paz Árabe presentada por el rey Abdullah aprobada por la Liga Árabe en la Cumbre de Beirut en 2002, contemplaba la normalización de las relaciones entre los países árabes e Israel a cambio de que este último se retirara completamente de los territorios árabes ocupados desde junio de 1967, en cumplimiento de las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, reafirmadas por la Conferencia de Paz de Madrid de 1991; y la aceptación por parte de Israel de un Estado de Palestina independiente, con Jerusalén Este como su capital. Pero Israel no aceptó la generosa propuesta, a pesar de contener las peticiones ya establecidas en las diversas resoluciones de la ONU.
Ahora bien, hablar de normalizar relaciones con Israel a sabiendas que actualmente la ocupación israelí sigue asediando al pueblo palestino, negándoles sus derechos nacionales; asesinando civiles inocentes; deteniendo deliberada e injustificadamente; destruyendo hogares; anexionando ilegalmente territorios y construyendo asentamientos ilegales sobre ellos; invadiendo ciudades y aldeas a diario; impidiendo la libre circulación de palestinos dentro de su propio territorio; imposibilitando a los musulmanes y cristianos palestinos para que puedan cumplir con sus actos de fe; bombardeando y bloqueando por aire, mar y tierra la franja de Gaza (que cuenta con dos millones de habitantes) por doce años; simplemente es indignante, falso, abominable. ¿Quién se jacta de quedar a tomar café con el torturador de su hermano?
Esta es ya la segunda vez en un año que otros países utilizan nuestra causa, sin nuestro consentimiento, para sus fines políticos. Nuestro pueblo grita, llora, sufre, se desmorona por la crueldad de la ocupación vigente desde hace 72 años; añora la paz, pero una paz justa y duradera, basada en el derecho internacional, que nos garantice nuestros derechos inalienables, que nos permita vivir como un estado independiente, con fronteras seguras y viables. Y al compañero que nos ha utilizado como excusa para su propio beneficio, solo esperamos, en palabras Hanan Ashrawi, “que nunca experimentes la agonía de que roben tu país, que nunca sientas el dolor de vivir en cautiverio bajo una ocupación; que nunca presencies la demolición de tu casa o del asesinato de tus seres queridos. Ojalá nunca seas vendido por tus amigos.”
- Diplomática palestina en la Embajada de Palestina en El Salvador