El mundo está viendo brotes constantes de autoritarismo. Sus consecuencias son nefastas, aún así, las sociedades se muestran confundidas y le dan apoyo.
Gonzalo Marroquín Godoy
En el año 2005, Hugo Chávez aprovechó un discurso para lanzar el concepto del Socialismo del siglo XXI y pronto se sumaron bajo ese concepto Rafael Correa (Ecuador), Evo Morales (Bolivia) y Daniel Ortega (Nicaragua), así como varias naciones del Caribe. En realidad, se trataba de presentar un socialismo revolucionario y marxista, al estilo del que se vivió en muchas partes del mundo en el siglo XX.
La diferencia es que se presentan como regímenes democráticos, en el sentido de que se someten a elecciones periódicas, pero aplastando las libertades ciudadanas, a la vez que se controlan los tres poderes del Estado y se elimina la institucionalidad al servicio del pueblo. Todo esto no se pude lograr más que con un abusivo autoritarismo.
Pero lo que llama mi atención es como nos vamos convirtiendo en sociedades dóciles que aceptamos lo que se nos impone.
Hoy el mundo está plagado de gobiernos autoritarios y su éxito es evidente, como también es evidente que en la mayoría de los casos llevan a sus países a la confrontación y a la pérdida acelerada de los beneficios que trae la democracia, un sistema que en América Latina se desgasta claramente a causa de este tipo de brotes políticos.
Cualquiera diría que el autoritarismo sería rechazado por las grandes mayorías. Evidentemente para las masas tiene una especie de encanto y por eso recibe apoyo popular. Creo que para ser uno de estos exitosos gobernantes o políticos autoritarios, se requiere –además de cierto carisma y liderazgo–, tener un buen discurso populista, para que el pueblo oiga lo que quiere escuchar, aunque no sea más que patrañas o una especie de espejitos que recibe a cambio de sus derechos y libertades.
Chávez fue dictador y llevó a Venezuela a una profunda crisis socioeconómica y política, pero su discurso era una especie de encantamiento para que las masas venezolanas siguieran apoyándole. Lo mismo hicieron Evo y Correa. Lo mismo hace Maduro, y le funciona. Aunque son cientos de miles y hasta millones los que han dejado Venezuela, el apoyo popular mantiene a flote a Maduro.
Trump es un ejemplo en el bando de la derecha. Discurso populista y autoritario. La diferencia es que en Estados Unidos funcionan las instituciones, porque de lo contrario, el poder de la Casa Blanca se habría impuesto y se hubiera consumado el fraude en las elecciones. El vicepresidente Pence tuvo que ver para que no sucediera.
Pero Trump, hábil populista, sigue con un apoyo muy alto, pues su discurso engañoso atrae a muchos.
El extremo de un líder autoritario de esta naturaleza lo estamos viendo en Vladimir Putin. Nadie le puede poner límites y decide la invasión de la vecina Ucrania, a pesar de tener enfrente el rechazo de los poderes de Estados Unidos y la Unión Europea.
Hoy está cumpliendo tres años en el poder Nayib Bukele en El Salvador. Otro presidente autoritario que goza de gran popularidad. Más del 80% de salvadoreños aprueban su gestión después de haber puesto bajo su control al Congreso y las cortes. Pero su estilo populista le funciona: ataca a las pandillas –que agobian a la sociedad– y a diferencia de Ortega y Maduro, tiene buenos resultados en otros campos, como la salud y la economía.
A estas alturas ya nadie habla del socialismo del siglo XXI. Lo que tiene éxito es el autoritarismo del siglo XXI, por más que sea nefasto en cuanto a las libertades individuales y colectivas de las personas en cada país.
Putin controla todo en Rusia y no permite que haya libertad de prensa, libertades políticas y mucho menos una organización social que pueda elevar su voz. Maduro siguió los pasos de Chávez y hace lo mismo al igual que Ortega.
El autoritarismo impone, mientras la democracia debe convencer. El autoritarismo detenta y abusa del poder, mientras la democracia promueve pesos y contrapesos. El autoritarismo usa las instituciones para sí, mientras en la democracia las instituciones están al servicio del pueblo.
Para saber si vivimos bajo un autoritarismo, basta evaluar lo siguiente: 1) el respeto a la independencia entre los poderes del Estado; 2) el estado de las libertades –de prensa, organización política, derechos individuales–; 3) la independencia de la justicia del sector político; y 4) el funcionamiento de las instituciones del Estado a favor del bien común. Estas, como las condiciones básicas para que la democracia funcione.
Lo que a mí me parece extraño, es la forma en que el autoritarismo encuentra respaldo. Entiendo que el populismo engaña fácilmente, pero todos debiéramos abrir los ojos para ver lo que sucede en el mundo y lo que nos está ocurriendo a nosotros. Lo peor, viene año electoral y ni siquiera nos damos cuenta de que el sistema político está cooptado, ha fracasado y no ofrece alternativas.