El líder del Likud radicaliza su discurso para renovar su mandato en las elecciones generales de Israel que se celebran este martes
Primero Jerusalén, después los Altos del Golán y ahora, Cisjordania. Benyamin Netanyahu observó con inquietud los resultados de las encuestas de cara a las elecciones generales de este martes y decidió jugarse una nueva carta con el anuncio en una entrevista de televisión de su intención de «extender la soberanía» de Israel a Cisjordania. «Yo no distingo entre los bloques de asentamientos y los asentamientos aislados, porque cada asentamiento es israelí, y yo no lo entregaré a la soberanía palestina», dijo, y prometió que no dividirá Jerusalén, ni evacuará ninguna colonia. Una declaración de principios dirigida al votante más ultranacionalista que duda entre el Likud y las distintas formaciones de extrema derecha, que son sus futuros aliados de gobierno y que en sus programas apuestan claramente por la anexión de la denominada Área C en los Acuerdos de Paz de Oslo, que abarca un 60% de Cisjordania y donde residen la mayoría de los colonos.
El reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y de la soberanía del Estado judío sobre los Altos del Golán, ocupados a Siria en 1967 y anexionados en 1981, contaron con el apoyo del presidente estadounidense Donald Trump. Habrá que esperar para conocer la opinión de la Casa Blanca sobre esta anexión, ya que después de las elecciones está previsto que Trump presente su esperado plan de paz que, según sus palabras, será «justo».
Hasta el momento todas sus decisiones han seguido la agenda marcada por un Netanyahu, que aspira a cumplir su quinto mandato y llega a las urnas después de lograr el apoyo internacional para intentar mitigar el impacto en el electorado de sus casos de corrupción.
«Esta declaración no se debe solo a un calentón de campaña. Este es el inicio del final de cualquier posibilidad de paz», lamentó la histórica dirigente palestina Hanan Ashrawi. La anexión de Cisjordania enterraría de forma definitiva la creación de un futuro Estado palestino independiente, la «fórmula de los dos estados» en la que trabaja la comunidad internacional desde hace décadas y que cada vez tiene menos opciones de futuro debido a la expansión sin freno de Israel en lo que debería ser ese Estado palestino. En Cisjordania viven 400.000 colonos y 2,5 millones de palestinos y en la parte oriental de Jerusalén, que los palestinos reivindican como la capital de su futuro Estado, hay 212.000 colonos.
Todos los asentamientos son ilegales desde el punto de vista internacional y desde la oficina de la presidencia palestina insistieron en que «diga lo que diga el primer ministro no podrá cambiar los hechos. Las colonias son ilegales y serán desmanteladas». El jefe negociador, Saeb Erekat, al frente de un proceso de diálogo congelado desde 2014, alertó de que «Israel seguirá violando sin pudor la ley internacional mientras la comunidad internacional le siga premiando con impunidad, particularmente Trump».
Auge de la extrema derecha
Para Netanyahu «no hay líneas rojas con tal de reeditar su mandato, no le hace falta una base moral o ética y por eso es capaz de cerrar alianzas con el diablo con tal de ganar», apunta Meir Margalit, activista de los derechos humanos israelí y autor de libros como ‘Jerusalén, la ciudad imposible’. Ese «diablo» en este 2019 lo forman la coalición formada por Hogar Judío, Unión Nacional y Poder Judío, herederos estos últimos de Kach, la formación encabezada por el rabino racista Meir Kahane prohibida hace tres décadas por propugnar la violencia. Esta alianza fue alentada por el propio Netanyahu para evitar que ninguna de ellas se quede fuera de la Cámara por no superar el mínimo exigido del 3,25% de votos.
Otras formaciones tienen un ideario similar como La Nueva Derecha, del ministro de Educación Naftali Bennet y la de Justicia, Ayelet Shaked, o Israel es Nuestro Hogar, del exministro de Defensa Avigdor Lieberman. Los líderes de estos partidos tienen un discurso que gana adeptos elección tras elección y que defiende ideas como «la guerra total contra los enemigos de Israel», «alentar» la emigración de los ciudadanos árabes del Estado judío (un 20% de la población), la «anexión de la tierra liberada en 1967» o la oposición firme a la creación del Estado palestino, según recogen en sus programas. En esta misma campaña Lieberman apostó además por «no prestar atención a los presos palestinos en huelga de hambre. Debemos dejarles morir de hambre». Si el gobierno actual fue etiquetado como «el más ultra de la historia de Israel» tras su constitución en 2015, el próximo podría superarle con la entrada de formaciones como ‘Poder Judío’. «El proceso no es nuevo, viene desde atrás, pero cada vez adopta un cariz más extremo y conquista más terreno», señala con preocupación Batia Siebzener, socióloga de la Universidad Hebrea. Siebzener va a la raíz de la radicalización del voto en Israel y recuerda que «en el sistema educativo se inculcan y se mezclan cada vez más ideas nacionalistas y religiosas. Un tipo de judaísmo egocéntrico que contradice los valores universales del auténtico judaísmo».