Desfigurada por los golpes de sus compañeros, Ana Claudia Rocha Ferreira no se atrevía a salir a la calle. «No me quedaban más que cuatro dientes, me avergonzaba salir», cuenta una de las millones de mujeres que sufren violencia conyugal en Brasil.
En casi todos los casos, los hombres buscan agredirlas en la boca y los dientes, en un intento de afectar su autoestima y confinarlas en casa, como ocurría con Ana Claudia. Este fenómeno se ha vuelto tan común que dentistas voluntarios formaron una red para reconstruirles la dentadura, y la vida.
El odontólogo Armando Piva es uno de ellos. En su consultorio de Río de Janeiro se dedica a devolverles la sonrisa a mujeres de bajos recursos víctimas de violencia.
Allí, Ana Claudia cuenta que el tratamiento que recibió fue como un «sueño» que cambió completamente su vida.
Antes de convertirse en la mujer de sonrisa brillante que resalta entre sus labios pintados de rojo intenso, pasó por muchos dramas.
«Las agresiones comenzaron cuando tenía 15 años y estaba embarazada de mi primera hija», dice Rocha, ya cuatro veces abuela con sus 39 años, empleada por una empresa de diseño gráfico.
«Comenzó a golpearme, me separé de él, pero después de eso conocí al padre de mi segunda hija y él también comenzó a pegarme… mis dientes fueron cayendo uno atrás del otro», recuerda.
Rocha vive en una favela del barrio Sao Cristovao (zona central de Río). «En las favelas, los hombres dicen que les gusta golpear a sus esposas para que nadie las codicie, les marcan la cara», afirma.
«Desde que tenía 18 años hasta prácticamente ahora, no he sonreído… siempre me sentía avergonzada», asegura Ana Claudia.
No pudo abandonar el hogar conyugal por falta de recursos ni regresar a la casa de su madre, quien la había echado a una edad muy temprana y era ella misma víctima de violencia: «La golpearon la vida entera y no le quedaba un solo diente», afirma su hija.
Una gran precariedad
Hasta que un día decidió lanzar una botella al mar: contactó por Instagram a una actriz de telenovelas que ella admiraba, no para pedirle dinero sino ayuda, para poder tener una dentadura tan bonita como la suya. La actriz la orientó a buscar a los dentistas voluntarios.
Fue así que llegó hasta la moderna clínica del doctor Piva, en el lujoso barrio Barra da Tijuca.
Con el tratamiento, que duró casi un año, obtuvo los implantes dentales que le devolvieron la confianza. Dos grandes pendientes se sacuden en sus orejas cuando se ríe. «Nunca más aceptaré ser golpeada», anuncia.
En Brasil, el 27.4% de mujeres de más de 16 años -o sea, 16 millones- afirma haber sido víctima de violencia física o psicológica en el último año, de las cuales un 42% fueron agredidas dentro del hogar, según la ONG Foro Brasileño de Seguridad Pública (FBSP). Y las mujeres negras son las más afectadas.
«Puñetazos, patadas y codazos»»
«Vimos que la cantidad de mujeres que sufrían violencia era enorme», cuenta Armando Piva, el joven dentista a quien Ana Claudia llama su «ángel».
El programa «Apolônias do Bem» (Apolonias del bien) fue fundado en Sao Paulo en 2012 por el dentista Fabio Bibancos. Toma su nombre de Santa Apolonia de Alejandría, la patrona de los dentistas, una mártir cristiana a quien sus verdugos le arrancaron los dientes.
Actualmente, una red de 1,700 dentistas en Brasil y en otros 12 países latinoamericanos y Portugal restaura la dentadura a mujeres de bajos ingresos víctimas de violencia, con la condición de que ya no vivan con su agresor.
En Brasil, donde la práctica odontológica es muy avanzada, a menudo se aplican cinco o seis implantes a cada una, un tratamiento de aproximadamente 30 mil reales (US$ 7,300), financiados por donaciones de individuos, empresas y por los propios dentistas, sin ningún subsidio público.
«En Brasil, las mujeres (violentadas) tienen derecho a asistencia psicológica y legal, pero no a asistencia dental», explica Piva.
«Sin embargo, en la mayoría de los casos, si no en el 100% de ellos, la agresión física comienza en la boca: golpes de puño, de pies, codos o con utensilios de cocina» detalla.
«Los atacantes quieren quitarle a las mujeres el deseo de sonreír y observamos que la mayoría perdió más de la mitad de los dientes superiores», agrega, subrayando que son heridas que les impiden acceder al mercado laboral.
«Nadie va a contratar para sus hijos una niñera sin dientes frontales. Ninguna tienda contratará a una vendedora sin dientes», dice el dentista. Y «Recursos Humanos se niega a hacer entrevistas con personas sin dientes», agrega.
Incapaces de trabajar, sonreír o reírse libremente, tampoco pueden besar o masticar con normalidad.
Poder «comer una manzana»
«No tienes idea de cómo es vivir sin dientes», exclama Thais de Azevedo, una transexual negra beneficiada por el programa, durante una entrevista con AFP en Sao Paulo.
«Ahora que tengo todos los dientes, comer una manzana es sensacional», afirma Azevedo, de 70 años, que recibió los implantes hace dos años, cuando Apolonia empezó a atender pacientes transgénero.
«He sido víctima de violencia desde que me definí como transgénero, fui abandonada tanto por mi familia como por la sociedad y condenada a la marginalidad», señala.
En Brasil, la esperanza de vida de una persona trans es de apenas 35 años.
Thais explica modestamente que perdió algunos de sus dientes «en su lucha por la vida». Se las arreglaba creando piezas dentales con goma de mascar y se había convertido en «experta» en ello.
A los 68 años, los dentistas de Apolônia le colocaron implantes. «Lo que me aportaron es mucho más profundo y grandioso de lo que podría imaginar», dice Thais.