Tapachula, México |
Instalado en un camión, un militar mexicano observa un desfile de imágenes en la pantalla de su ordenador. Sus ojos buscan formas humanas escondidas en vehículos; las de migrantes clandestinos.
En una carretera, cerca de la frontera entre México y Guatemala, las autoridades desplegaron un scanner para detectar migrantes que tratan de escabullirse para seguir rumbo al norte con el sueño de pasar a Estados Unidos.
Algunas decenas de metros más allá, se divisa otra barrera. Guardias fronterizos revisan minibuses y taxis y verifican la identidad de los pasajeros bajo la mirada de policías federales.
En los últimos días, los retenes policiales y militares fueron reforzados en esta región de Chiapas, al sur de México, principal puerta de entrada de los migrantes centroamericanos.
Esa movilización es parte del acuerdo sobre inmigración alcanzado el viernes por Estados Unidos y México y que evitó la imposición de aranceles de 5% a todos los productos exportados al poderoso vecino de norte.
«Estamos aquí las 24 horas», dice uno de los agentes.
De pronto, las autoridades detectan una familia de emigrantes. Padre, madre y tres hijos, incluido un bebé. Los cinco acaban en una camioneta de vidrios enrejados para su probable expulsión.
Desde enero, la cantidad de arrestos de inmigrantes clandestinos en México se ha triplicado al pasar de 8.248 a 23.679 en mayo. Las expulsiones también aumentaron y llegaron el mes pasado a 16.507.
6 mil efectivos
El despliegue de 6 mil efectivos de la Guardia Nacional de México previsto para el lunes, una de las concesiones de México para evitar la imposición el lunes de aranceles del 5% a todas sus exportaciones a Estados Unidos, debería elevar la cantidad de arrestos.
Si bien algunos comerciantes se congratulan por el aumento de la seguridad, la medida generó miedo entre los migrantes y cólera en los activistas.
«Utilizan a los migrantes como pretexto», dice Ernesto Castanedo, activista del refugio Buen Pastor en Tapachula.
«Esto va a hacer desaparecer las grandes caravanas, pero la migración seguirá», añade.
Su refugio acoge a unos 600 migrantes, mayoritariamente hondureños, que esperan poder seguir su periplo hacia el norte.
Algunos miran la televisión o juegan al fútbol. Otros lavan la ropa mientras animadores de Unicef entretienen a los niños.
La llegada de la Guardia Nacional genera temor hasta entre quienes tienen una visa temporal.
«Me da miedo por los policías que golpean», dice Alexi, de 21 años y expulsado en mayo de Estados Unidos, a donde espera volver en mayo en otra caravana.
Migrantes y traficantes
Al amanecer, los migrantes clandestinos atraviesan el río Suchiate en balsas neumáticas aportadas por vecinos, observó la AFP.
Hondureños, salvadoreños o haitianos, surcan el río que separa Guatemala de México antes de alejarse rápidamente una vez tocan la orilla mexicana.
«Pasaron militares hace poco, pero su ronda es habitual. Buscan narcotraficantes, pero no a los migrantes», dice Cristóbal, uno de los que se dedica a pasar migrantes.
A unos cientos de metros de allí, y a dos pasos de un puesto de vigilancia fronteriza, van y vienen barcos cargados con bidones de combustible robado sin que nadie moleste a los traficantes.
Andrés Mazariegos dijo que esa vigilancia puede afectar a quienes circulan con mercadería clandestina. «Pero no a nosotros», asegura Mazariegos, quien en el puente fronterizo de la vecina localidad de Talisma ofrece cambiar dinero a los viajeros.
«Deberían más bien luchar contra el crimen organizado», critica Abraham, de 49 años, un empleado salvadoreño del albergue.
El propio Abraham sufrió la violencia de las bandas criminales mexicanas cuando intentó llegar a Estados Unidos en el tren de carga conocido como «La Bestia».
Los delincuentes lo desvalijaron y lo lanzaron desde el tren en marcha en el estado mexicano de Sonora. Pasó cinco años en un hospital antes de volver a casa. En su pueblo, no lo reconocieron. Sin noticias suyas, sus parientes hicieron una tumba en el cementerio.