«Me pegaron con la Biblia en los ojos, me dejaron ciega y perdí el conocimiento», manifestó este martes Efigenia Valdés, una de las sobrevivientes de la matanza de integrantes de una comunidad indígena de Panamá a manos de una secta religiosa.
En una iglesia improvisada en la comunidad de Altos del Terrón, en la comarca indígena Ngäbe Buglé, provincia caribeña de Bocas del Toro, unos 250 km al noroeste de Ciudad de Panamá, una secta sacrificó hace dos semanas a seis niños y una mujer embarazada, madre de cinco de los menores.
La mujer, llevada a la fuerza a la iglesia, fue asesinada delante de sus hijos, que luego fueron ultimados ante todos los presentes.
Los restos de los sacrificados fueron hallados en una fosa común amarrados y en avanzado estado de descomposición, en un cementerio en medio de la selva.
«Apenitas yo escuchaba que decían que había que sacarle el diablo a mi hermano, a mi hermanita y a mí», afirmó Valdés a periodistas.
La mujer contó que, mientras rezaba, recriminó la actitud de los miembros del secta, por lo que fue sacada del altar y puesta de rodillas. Posteriormente fue golpeada con correas en la espalda y con la Biblia en los ojos, que aún los tiene enrojecidos por las agresiones.
«Yo seguía orando más duro y aun así me pegaban y me tiraban contra el piso y me pisoteaban, me apretaban duro el pescuezo y me decían que el diablo tenía que salir porque yo tenía un diablo inmenso», contó Valdés.
De los golpes «quedé sin fuerza» y «no me podía levantar ni arrastrarme», agregó.
La policía entró a la iglesia el 15 de enero y detuvo a los miembros de la secta, que en ese momento tenían retenidas a 15 personas, incluidos varios niños. Las autoridades sospechan que también iban a ser sacrificados.
Desde entonces han permanecido bajo protección policial en un hotel de Santiago de Veraguas, 250 km al oeste de la capital panameña. Este martes han sido reubicados en unas viviendas sociales de esa localidad.
Según la Fiscalía, los 10 acusados, todos en detención preventiva, amarraron a los indígenas y les pegaron con biblias, palos y machetes hasta ocasionarles la muerte.
La vegetación y las altas paredes de madera la iglesia impedían ver el interior del templo. Por eso, y por los habitualmente bulliciosos rituales que se realizaban, la comunidad no sospechó lo que ocurría.
«Hacía mucho tiempo que nosotros íbamos a ese lugar y nunca pensábamos que eso iba a suceder», dijo Valdés.
«Eso nunca se había visto, vi a mi hermana desfigurada», señaló Rubén Valdés, hermano de Efigenia. Pese a lo ocurrido en Terrón, toda la familia quiere volver, agregó.