Máxima metida de pata: situar los Acuerdos de Paz en la misma categoría que los textos de Quiriguá

Pecado inapelable de la UNESCO.

Mario Alberto Carrera

Los Acuerdos de Paz son la mayor falsificación histórica que se haya dado jamás en los anales de nuestro país. Con ellos se pretendió poner punto final a un conflicto que no termina, y que no terminará jamás, mientras no se entienda que la democracia verdadera sólo germinará cuando las insidias y embustes -de ese calibre- se cancelen de parte de la alta burguesía, el Ejército y el Estado en general, orquestadas y confabuladas en contra de las clases sociales secularmente humilladas y reprimidas.

Los Acuerdos de Paz han adulterado la historia como el guaro clandestino -y el malditamente legal- que se fabrica para la embriaguez de los pueblos y su embrutecimiento. De ese jaez son los llamados Acuerdos de Paz que para mí son lo más artero que ha fabricado la oligarquía en los últimos 20 años. Mucho más debió haber investigado la UNESCO, y su representante en Guatemala el señor Julio Carranza, para repartir –al unísono- honores y categorías ¡incomparables!

Los Acuerdos de Paz son el documento donde los valientes, agotados, asustados y acorralados guerrilleros dan cuenta de su incapacidad militar final y de su fracaso como grupo beligerante, para firmar una “paz” en volandas –acobardados y a la carrera- antes de que el Ejercito triunfante y la oligarquía que los arrasó, acabaran con ellos en unas cuantos calabozos solapados o en ejecuciones extrajudiciales en las que se especializan los castrenses.

Los Acuerdos de Paz fueron y son el recurso aprovechado y ventajoso que la alta burguesía nacional, encabezada por el adelantado Álvaro Arzú, encontró para mentir al mundo. Y en ello pecó por igual –como digo- la guerrilla asustadiza que buscó una solución económica a su indigencia de toda la vida, al término de casi 40 años de beligerancia y 250 mil muertos que puso el mismo pueblo.

Los Acuerdos de Paz fueron un maldito arreglo ¡arreglo que no transacción honesta!, porque de antemano se sabía que no iban a ser cumplidos ni, menos, que iban a ser firmes y duraderos. Todo eso se conocía –entre las indignas partes- pero intentaron meter gato por libre o, mejor, hacer de chivo los tamales o mamar gallo a la colombiana. Y así fue ¡y así es!

La prueba de que los Acuerdos de Paz son la falacia más grande fabricada especialmente por la oligarquía y el entonces triunfante Ejercito, es que hoy ¡20 años después!, ninguno de ellos se ha cumplido. Señor Carranza de la UNESCO, analice e investigue bien. Le repito: ninguno de los Acuerdos ha encontrado realización. Ni siquiera en mínima parte. Menos aún en su hermandad con el Convenio 169 –sobre pueblos indígenas y tribales en países independientes– de la Organización internacional del Trabajo, casualmente, asimismo, parte de las Naciones Unidas de la que también es miembro la UNESCO, a su digno cargo aquí en Guatemala, señor Carranza.

Los Acuerdos de Paz falsificaron precisamente y también el Convenio 169 porque, al intentar hacer un trasunto -del Convenio a los Acuerdos- sólo realizaron una caricatura, pérfida, desfigurada y amañada. Y los pueblos originarios de Guatemala lo saben bien. ¿A quién pretenden engañar?

Y para hacer esta nueva atelana ¡desleal y fementida! se presta ¡y cómo no!, si les conviene según ellos para llenarse de gloria: el Vicepresidente Jafeth Cabrera y el ministro de Cultura José Luis Chea, este último acostumbrado ya a ofrecer y prestar el espacio -en buena parte a su cargo- para reuniones sociales de su familia en cócteles de la más refinada jet set. Y aquí hay que añadir algo más: era el ministro de Cultura Chea Urruela el llamado a aconsejar y a asesorar a este Gobierno para que no hiciera parte de la triste comedia, porque en los Acuerdos de Paz sólo cree el Zipitío o el Cadejo que se mantiene socado.

Dicho todo lo anterior la afrenta se complica y se torna suprema. Los Acuerdos de Paz no se pueden comparar ¡jamás de los jamases, añadido el jamás del cuervo de Alan Poe!, con los textos recogidos en las estelas y los zoomorfos de Quiriguá.

Hablo de textos y no de monumentos, porque en esto es muy explícito el Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco, según entiendo, por lo que he investigado al respecto.

Indudablemente, Quiriguá es memoria del mundo, textualmente hablando. Los textos de Qiuirguá hablan al planeta desde sus piedras erguidas –cual el verde ciprés de Silos- y desde sus zoomorfos acaso inescrutables como el Dios de los cristianos.

Quiriguá es el registro del misterio. Quiriguá es un libro cerrado y casi hermético que promete hablar cuando el hombre esté purificado. Esto lo sabía bien Sylvanus Morley cuando trato de sistematizar su habla barroca, sinuosa y danzante. En Quiriguá se resolvió la palabra de los mayas. En Tikal y Uaxactún, el monumento magistral y la pirámide majestuosa y siempre imponente, sagrada e intangible.

Zoomorfos y estelas platican en silencio con lo desconocido. Simposio impenetrable de lo ignoto y de lo velado. ¡Quiriguá por siempre respetable y reverenciada!

El rango de Quiriguá no es comparable a ningún texto espurio ni documentos falsificados como los Acuerdos de Paz. Y estos, para honrar aún más la palabra de Quiriguá, deben eliminarse del Registro de la Memoria del Mundo de la Unesco. Colocarlos a un mismo nivel ha sido una afrenta irresponsable de cara a la Cultura guatemalteca.

Un consejo final: antes de honrar a La Recordación Florida, hay que honrar al Rabinal Achí, que es el único texto sin contaminación de Guatemala, con perdón del Popol Vuh… El cura Jiménez ladinizó el libro que descubrió.

Eso, en otra entrega.

marioalbertocarrera@gmail.com

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