Más del ‘Gringo Perdido’

Por Eduardo Cofiño K.

(Segunda de dos partes)

 También viven aquí culebras y serpientes. El doctor Brody, uno de los herpetólogos más famosos del mundo, me sugirió que comprara y liberara mazacuatas, para romper el equilibrio y que se fueran las serpientes venenosas, como la barba amarilla, la temible fer-de-lance (bothrops asper). Así lo hice durante muchos años. En toda mi vida, solamente una vez he visto una barba amarilla en el Gringo Perdido. Quizás fue hace unos veinte años. Y la matamos, no sé todavía porqué. En realidad, no me estaba atacando ni nada. Fue por miedo, razón por la que ocasionamos siempre las peores catástrofes, los seres humanos. Pero hace un par de años una barba amarilla mató a mi último perro labrador. Viven aquí, también.

No venga, señora.

Cuando vengo de la capital entro durante la mañana y los colores, el lago y la belleza del lugar me dejan tan asombrado como la primera vez.

Además están los insectos peligrosos: el mosquito que transmite la malaria, el del dengue, el del ZIKA, los tábanos, la mosca chiclera, el colmoyote (Dermatobia hominis), que te pica y te deja una pequeña larva que empieza a comerte mientras se forma una especie de barro o “nacido” gigante que pica y duele…horrible.  A un mi cuate que se le ocurrió tener sexo con su esposa en el Biotopo, lo picó uno en la nalga. Lo bueno es que es fácil eliminarlo. Un poco de vaselina, taparlo con una curita o extraerlo con pinzas, y ya. Horrible pero inocuo. A mi nunca me ha picado ninguno. Gracias a Dios.

Entre la naturaleza también aprendí lo que es el pánico.

Me costó sobremanera dormir en completa soledad. Es decir, irme a un ranchito a la orilla del lago, sin electricidad, alumbrado por un par de quinqués, una hamaca, un par de sillas y una mesita. Una cama provista de mosquitero y edredón. Uno acostumbrado a la vida en la ciudad. Hasta que, una vez, me llevaron al medio de la selva, por caminos enlodados y en abandono, hasta el corazón mismo de la selva petenera donde una empresa que se dedicaba a cortar caobas, procesarlos y exportar el producto laminado, a Japón, tenía instalado un aserradero móvil. Era el año 1979. Todavía había madera en el Petén. En aquella época no comprendía que lo que miraba era la ultima extracción industrial de madera. La madera del área sur de Petén, y toda su selva, estaban destinadas a desaparecer. Aquella noche dormimos en el suelo, sobre una esterilla de petate, sin mosquitero y utilizando nuestra chaquetas como almohadas. Dormir en el ranchito se convirtió en un agasajo. Hasta que me asustó el cocodrilo. Si, en aquella época lejana los cocodrilos abundaban en este lago. Yo me levanté a mear y el cocodrilo había salido del lago a saber a qué. Le dio un gran susto y salió corriendo veloz hacia el agua, mientras yo daba un brinco.

No venga señoraaaa!!!.

Me encontré de frente a frente con un jaguar, en Tikal, mientras corría entrenando para la triatlón de Hawai, por un sendero que serpentea por la selva, adentro del parque Nacional Tikal, sin más objetivo que el de observar la naturaleza, este sendero. El jaguar venía pendiente de unos biólogos que caminaban por el sendero, monitoreando y buscando la que probablemente fuera la última águila arpía. Venía el felino más pendiente de ellos, que venían atrás de él, que de lo que se le pudiera aparecer de frente. Y ese era yo, que venía también pendiente de las raíces y pequeños obstáculos en el sendero, viendo hacia abajo. Nos encontramos como a dos metros de distancia, nos vimos a los ojos asustados los dos. El despareció entre la selva, yo me quedé temblando de emoción.

Meses después, en ese mismo sendero, corriendo nuevamente, lo alcancé, lo vi desde lejos y disminuí el paso, el me volteó a ver y siguió su camino, sin preocuparse de mi, quizás por un minuto o dos. En un recodo del sendero se metió entre la maleza. Desde entonces, siempre que corría allí, sentía que me observaba.

Un guía que además era jugadorazo de futbol, iniciando a subir los escalones que dirigen al Museo Morley, pateó una rama sin darse cuenta que era la temible fer-de-lance y lo mordió en la ingle. Lo llevaron al hospital de San Benito y logró salvarse. Me contaba que los testículos se le pusieron negros e hinchados como un coco. El dolor era insoportable y la pierna también se tornó morada. Lo acabo de ver, siempre guiando, me contó que nunca mas pudo jugar futbol. Pero tiene tres nenas preciosas, una iba con él, aprendiendo los gajes del oficio.

Con el tal doctor Brody y su discípulo, el doctor Campbell, fuimos una noche al arrollo del IXPOP, a “lucear” cocodrilos, mi amigo Santiago Billy nos acompañaba. Muchos ojos rojos se iluminaban en las orillas del arrollo. Santiago se acerco a un cocodrilo, caminando por encima de un tronco, resbaló de repente y calló al agua. Nos asustamos mucho, pero Santiago salió a la superficie sonriente y con un pequeño cocodrilo en la mano…

En aquella época yo sabía distinguir a las culebras, unas de otras. En el restaurante apareció una mazacuata, fui y la agarré con la mano, en la mañana. Iba subiendo para liberarla en el biotopo cuando volteó su cabeza y me tiró una mordida a la cara. Vi su boca abierta a pocos centímetros de mis ojos. La tiré sin pensarlo y se fue rapidísima, de regreso a la cocina, se metió por un agujero y hasta la fecha no le hemos vuelto a ver. ¡Qué pánico!

Tal vez continúe.

¿A alguien le interesa?.

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