Hace algunos años, un embajador acreditado en el país me preguntaba cuál era, en mi opinión, la causa principal por la que teniendo Guatemala el nivel de desarrollo económico que tiene, visto el tamaño de su economía, el PIB per cápita y la prosperidad y riqueza que salta a la vista en la ciudad de Guatemala y otras zonas, existiera tanta pobreza y la mayoría de guatemaltecos enfrentara tantas carencias.
Le respondí que la causa principal. No la única, pero sí la fundamental, era la desigualdad en materia de ingresos, que a la vez determina la desigualdad en cuanto a oportunidades. Una desigualdad ancestral, que se remonta al inicio del período colonial. Reforzada por los gobiernos liberales del siglo XIX y, a partir de los años 80 del pasado siglo, por las políticas neoliberales derivadas del gobierno de Reagan y el Consenso de Washington, se mantiene virtualmente inalterable.
Como dijera un personaje estadounidense, muchos inician la carrera de 100 metros desde la línea de salida, mientras un privilegiado arranca en el metro 50. Nunca lo alcanzarán. Guatemala – ya es un lugar común esta afirmación, pero a pesar de ello los pocos beneficiarios la rechazan categóricamente – es uno de los países más desiguales de América Latina, que es la región más desigual del planeta.
Una sociedad excesivamente desigual, como señala un informe de OXFAM e IDIES/URL, titulado Entre el suelo y el cielo, aludiendo a que la mayoría de guatemaltecos sobreviven a ras del suelo, para que unos pocos vivan en el cielo de la opulencia, padece mayores problemas sociales: “las manifestaciones de la exclusión y pobreza son más perversas y la movilidad social se encuentra atrofiada”. Esto se agrava cuando no hay, parte del Estado, acciones compensatorias que mitiguen esas manifestaciones. De ahí que la conflictividad, la ingobernabilidad y la inseguridad son cada vez mayores. La única válvula de escape lícita – desde el punto de vista ético – con todos los riesgos que ello implica, es la migración hacia los Estados Unidos. La incapacidad del Estado para nivelar el terreno de las oportunidades se debe a su captura por parte de la élite económica, que se niega a fortalecer las finanzas públicas, aduciendo que serán desviadas por la corrupción, pero cuando la lucha contra esa corrupción toca a su puerta, como sucedió con la CICIG, no vacila en apoyar su desmantelamiento.
La principal consecuencia de la desigualdad es la pobreza, que afecta a más de la mitad de los guatemaltecos, para no hablar de la pobreza extrema. Una de sus consecuencias, aunque contribuyan otros factores – hay causas básicas, subyacentes e inmediatas – es la desnutrición crónica (DC) infantil, que es la mayor tragedia humana de Guatemala y una vergüenza para todos los guatemaltecos, especialmente para aquellos que están al frente de la institucionalidad pública y de los que se benefician en mayor medida de un modelo económico concentrador y excluyente.
La DC afecta al 47 % de los niños menores de 5 años. Equivale, como han afirmado algunos que abordan este problema, a una condena a cadena perpetua. El niño que a los 5 años tiene deficiencia de talla, tendrá insuperables dificultades de aprendizaje y sufrirá graves problemas de salud en la vida adulta. Las jóvenes desnutridas crónicas seguramente darán a luz niños desnutridos.
El porcentaje de DC coloca a Guatemala, de acuerdo con un informe de UNICEF de 2017, en el cuarto lugar entre los países con mayor nivel en todo el mundo. El más alto de América Latina, y solamente superado en el mundo por Burundi (56 %), Timor Oriental (50 %), Madagascar (49 %). Empatados en el cuarto lugar con Yemen. ¿Cómo podemos explicarnos que teniendo Guatemala un PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo de US$8,429, su indicador de DC esté cercano a Burundi que tiene US$731, Yemén US$ 1,174 y Madagascar US$ 1,622. Timor Oriental tiene un PIB per cápita de US$5,097, pero hace 20 años fue devastado por la sangrienta represión Indonesia. Yemén, con quien compartimos posición, es asolado desde 2014 por una guerra civil igualmente sangrienta y es el primer país que corre el riesgo de quedarse sin agua.
El principal obstáculo para que las familias pobres tengan una ingesta adecuada de alimentos son los bajos ingresos, tanto si sus miembros trabajan por cuenta propia o son asalariados. La brecha entre el ingreso promedio de los ocupados y el costo de la canasta básica es enorme. Por eso los pobres solamente pueden subalimentarse, comer a medias.