Luis F. Linares López
Peor que las siete plagas de Egipto y los cuatro jinetes del Apocalipsis será la presidencia de Donald Trump para los Estados Unidos y para el mundo. En los diarios y columnas más serias no se escatiman calificativos: imprudente, impredecible, torpe, ignorante, buscapleitos, bravucón, etcétera. Pero no cabe duda que su programa es el plataforma de los sectores más conservadores de la política y la economía de Estados Unidos. Es el ideario del Tea Party, el ala extrema del partido Republicano y de think-tank neoliberales como la Fundación Heritage de Estados Unidos, que coincide con la de otros centros como la Sociedad Mont Pelerín de Suiza o el neoliberalismo marroquiniano de Guatemala.
Comenzaron con desmantelar el ObamaCare que mejoraba o facilitaba el acceso a la salud para millones de estadounidenses. Antes de la Ley de Cuidados de la Salud Asequibles, había demasiados excluidos. Luego viene su reforma fiscal regresiva, favorable a las grandes empresas y a los estadounidenses más ricos, que profundizará la desigualdad y aumentará el déficit fiscal. Seguramente buscarán compensar la baja en la recaudación con el aumento de impuestos indirectos o hasta un impuesto a las remesas.
Esas medidas son parte del evangelio neoliberal. De la misma manera que en Brasil, Michel Temer, promueve una reforma laboral que reduce el nivel de protección para los trabajadores, privatizar las pensiones y congelar el salario mínimo para los próximos 20 años. No les importa a los beneficiarios – el gran capital – que lo haga un presidente sin legitimidad. Las crisis hay que volverlas una oportunidad.
La decisión de retirar a los Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático, da a primera vista la impresión de que se trata de una nueva muestra de las ocurrencias de Trump, pero es también totalmente coherente con la posición que, sobre el cambio climático tienen los sectores neoliberales, de los Estados Unidos y de todo el mundo, incluidos los criollos. Lo niegan a rajatablas, aduciendo que no hay evidencia científica contundente y, nuevamente, que el mercado es el que está llamado a lograr el equilibrio. Esa postura es, en el fondo, la defensa a ultranza de los intereses de las grandes empresas petroleras y de otros grupos, que no tienen reparo alguno en comprometer la vida futura del planeta a cambio de sus ganancias de corto plazo.
La eliminación del ObamaCare y la reforma fiscal son medidas domésticas, cuyos efectos negativos caerán sobre los pobres y la clase media de los Estados Unidos. Los residentes en el llamado “Cinturón del Oxido”, los estados desindustrializados, que le dieron la victoria a Trump son parte de las víctimas. Dado que Hillary Clinton se desentendió de este sector de población y desplazó a Sanders, que era quien podía impulsar medidas que redujeran el impacto de la pobreza – en Detroit, la “capital del autómovil” un tercio de la población vive es pobre – escucharon los cantos de sirena de Trump y lo llevaron a la presidencia. Ya veremos que no habrá ninguna medida a favor de esos perdedores de la globalización, porque esto es normal de acuerdo con el pensamiento neoliberal.
Sin embargo, la retirada del Acuerdo de París tendrá un impacto mundial. Estados Unidos tiene el 4% de la población del mundo y es responsable del 14% del dióxido de carbono (CO2) que se emite. La Unión Europea con 7% de la población emite el 10% del CO2, así que no se requiere emitir tantos gases para tener calidad de vida. El mayor responsable es China con el 17% de población y el 25% de los gases. Pero la producción de China es de 1.2 toneladas métricas per cápita y 16 para Estados Unidos, así que China es la mayor amenaza, pues su modelo económico es depredador del medio ambiente. Algunos ilusos piensan que podría tomar el liderazgo en la lucha contra la contaminación, pero su comportamiento en explotaciones agrícolas y mineras en países en desarrollo dice lo contrario. Es Europa a quien le corresponde tomar la iniciativa en la defensa de la democracia, el Estado de bienestar y el ambiente, pero entre los gobernantes actuales no hay nadie que dé la talla. Así que, mientras tanto, solo queda esperar que los cuatro años de Trump pasen rápido – si es que antes no lo someten a juicio, pues motivos ya sobran – y que los ciudadanos estadounidenses reparen el error cometido el pasado noviembre y, de paso, demostrar que la democracia es el único sistema que puede corregirse a sí mismo.