Siete millones de personas votaban este domingo en Túnez, país precursor de la «primavera árabe», para elegir a su próximo presidente, en una elección de incierto resultado ante el gran número de candidatos y en un contexto de rechazo a la clase política.
A media jornada, la participación era del 16,3%, anunció la Isie, instancia organizadora de los comicios. «Estamos decepcionados con esta tasa, es baja y esperamos que evolucione de aquí a las 18H00» (17H00 GMT), hora del cierre de los colegios electorales, declaró Nabil Azaizi, miembro de la Isie.
Entre los 26 aspirantes se encuentran Youssef Chahed, el primer ministro, con un balance controvertido; Nabil Karoui, un magnate de los medios investigado por blanqueo de dinero y encarcelado; y Abdelfattah Mourou, el primer candidato del partido de inspiración islamista Ennahdha.
Las apuestas se prolongaban hasta el último minuto, alimentadas por los sondeos divulgados bajo cuerda –-ya que su publicación está prohibida desde julio-– y por la gran indecisión de los electores ante la amplitud de la oferta.
«La elección es difícil, y no habrá satisfacción al 100%», resumió Amira Mohamed, una electora de 38 años. Muchos votantes admitieron que dudaron hasta el final.
¿Dónde están los jóvenes?
En las primera horas de la elección, la media de edad era más bien alta en los centros electorales.
«¿Pero dónde están los jóvenes? Se trata de su patria, de su futuro», se lamentó Adil Toumi, un sexagenario que fue a «participar a una fiesta nacional, una victoria de la democracia».
Mientras que en las primeras elecciones libres en Túnez, en 2011, las cartas se jugaron en torno al apoyo o el rechazo a la revolución, y en 2014 la cuestión clave fue si se respaldaba a los islamistas, en esta ocasión algunos candidatos intentaron presentarse como «anitisistema».
Una forma de diferenciarse de una élite política desacreditada por las disputas, lo que favoreció la emergencia de figuras independientes.
La principal preocupación de los tunecinos es la crisis social, en un país en el que el desempleo carcome los sueños de numerosos jóvenes y la inflación pesa sobre unos ingresos ya bajos.
El primer ministro Youssef Chahed se ve limitado por el controvertido balance de sus tres años en el poder, marcados por una clara mejora de la seguridad, pero también por la caída del poder adquisitivo de los tunecinos, lo que motivó inéditas sin precedentes.
Prueba
Nabil Karoui ganó popularidad en los últimos años organizando distribuciones de comida y electrodomésticos, actos muy mediatizados por la televisión que él mismo fundó, Nessma.
Sus detractores lo ven como un mafioso inspirado en el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, en tanto que sus simpatizantes destacan el hecho de que recorrió el Túnez más desfavorecido como ningún otro dirigente político.
Pero a sólo diez días del inicio de la campaña electoral, Karoui fue detenido en el marco de una investigación por blanqueo y evasión fiscal desde 2017.
La tensión entre los diferentes bandos acentúa el riesgo de que descarrile el proceso electoral, advierte Michael Ayari, analista del centro de reflexión International Crisis Group (ICG).
Estos comicios son una «prueba» para la joven democracia tunecina, pues «podría tener que aceptar la victoria de un candidato que genere división», afirma la investigadora Isabelle Werenfels.
Durante la jornada electoral se movilizaron a unos 70.000 miembros de las fuerzas de seguridad, según el ministerio del Interior.
La madrugada del lunes podrán conocerse algunas estimaciones y sondeos, pero los resultados preliminares no se anunciarán hasta el martes.
Si ningún candidato obtiene la mayoría absoluta en la primera vuelta, los partidos se verán obligados a preparar de manera simultánea las elecciones legislativas del 6 de octubre y la segunda vuelta de la presidencial, antes del 23 de octubre.