Renzo Lautaro Rosal
Cuando un gobierno tiene poco control, incluso en los ámbitos más cercanos y obvios de la gestión pública, no solo se abre frentes para procesos de desgaste acelerado; sino que además, al advertir debilidades, crea condiciones para que actores de poder, tradicionales y emergentes, le tomen la medida. También se generan vacíos que pronto son llenados por acciones que agitan las aguas, a sabiendas de que las posibilidades de reacciones son débiles e, incluso, inexistentes. Uno de los vectores donde esto es puesto a prueba, es en materia de seguridad ciudadana.
El accionar de las pandillas expresa una de las modalidades indicadas. Tomar la medida a las actuales autoridades del Ministerio de Gobernación, a manera de prueba de capacidad de acción; aprovechar el momento de gobierno simbólico para una nueva etapa de reposicionamiento territorial, ya que las fuerzas de seguridad estatales tienen limitada capacidad de fuego y de inteligencia; evidenciar que el vínculo entre pandillas y otras estructuras criminales se ha fortalecido; comprobar que la capacidad de movilidad y rearticulación de las pandillas es más intensa de lo aparente en el Triángulo Norte son algunas de las hipótesis. Todas podrían ser válidas, como objetivos intermedios. El punto está en que el repunte de los hechos de violencia tiene mayores explicaciones de las que se han expresado públicamente.
Otro vector relacionado es la conflictividad. La falta de respuestas estatales es música para ciertos oídos que están prestos y dispuestos a crear escenarios de agitación, cuando, de antemano, se sabe que las respuestas serán dispersas y tardías. Ese es el caso del reciente mensaje sobre el aparecimiento de las fuerzas armadas campesinas en el departamento de Huehuetenango, que bien podría relacionarse con varios supuestos: Falsa creación de grupos interesados en la activación de las respuestas militaristas, orientadas a contener el crecimiento de las organizaciones territoriales que se oponen a los proyectos extractivos, pero, al mismo tiempo, para que tras ese imaginario, se produzcan condiciones para la nueva embestida de los actores interesados en incrementar el control político-social a nivel local, lo cual implica dejar fuera a los opositores, sean reales o falsos. Este escenario no niega que las condiciones de volatilidad van en aumento. La posibilidad de llevar a cabo un nuevo tipo de consultas comunitarias, tras la resolución de la Corte de Constitucionalidad del año pasado, puede dar inicio a una escalada de violencia real. La nueva etapa representa una posibilidad real para envalentonar a organizaciones locales y sus redes cercanas. Eso motivaría una mezcla de reacciones, que van desde las atemorizadas hasta las que querrán aprovechar los momentos para revolver las aguas.
Los dos fenómenos anteriores se exacerbarán con un nuevo ingrediente. El aumento de los descontentos sociales en el área rural, producto de una nueva oleada de abandono. Tal parece que los programas sociales, los fertilizantes y otras iniciativas, que a pesar de su carácter asistencialista y clientelar, algo han logrado hacer; están lejos de ser puestos en marcha con algún sentido. De no lograr la readecuación presupuestaria, la implementación de préstamos negociados con organismos multilaterales —bancos— e iniciar algo del Plan de la Prosperidad, el segundo semestre será un período de más vacas flacas. A eso se suma que el modelo de gestión está venido a menos; su recuperación es posible en tanto haya entendimientos y capacidades, hoy lejanas. Este escenario no es del todo nuevo. Antes se apostaba por que la fragmentación y la miseria imposibilitan las reacciones. Eso está por verse a partir de la recomposición organizativa y estratégica que comienza a generarse en varios territorios.
En cualquier caso, lo que se vislumbra en los siguientes meses —sumado a los nuevos escándalos que probablemente se coloquen en el tapete—, crea un escenario volátil que solo podrá contenerse si el gobierno, las élites y otros actores con ciertas capacidades dejan de jugar a lo cosmético, los temores infundados, la falsa soberanía y los mensajes de humo.
De no lograr la readecuación presupuestaria ni la implementación de préstamos o que al menos arranque algo del Plan de la Prosperidad, el segundo semestre será un período de vacas flacas.