Los príncipes Guillermo y Enrique hicieron frente común el lunes, coincidiendo con una reunión de crisis convocada por su abuela, la reina de Inglaterra, tras el terremoto causado por el deseo de independencia del segundo, para denunciar una «información falsa» sobre su relación.
El encuentro, que despierta enorme expectación mediática, tiene lugar en la residencia privada de Isabel II en Sandringham, en el este del país, cerrada a la numerosa prensa que allí se congregó.
La monarca, su hijo Carlos y su nieto mayor Guillermo -padre y hermano de Enrique, respectivamente- deben mantener con el duque de Sussex una conversación que se anuncia tensa y en la que la esposa de este, Meghan, debía participar por teléfono tras haberse marchado la semana pasada a Canadá donde está con su hijo Archie, de ocho meses.
Se desconocía si el encuentro había comenzado cuando los dos hermanos publicaron un inhabitual comunicado conjunto denunciando una «información falsa» sobre su relación publicada el lunes en un diario británico.
«El uso de un lenguaje incendiario de esta manera es ofensivo y potencialmente dañino», afirmaron sin precisar de qué diario se trataba.
Citando a una fuente cercana a la familia, The Times afirmaba el lunes que Enrique y Meghan se consideraron «rechazados por lo que consideraban una actitud de intimidación por parte del Duque de Cambridge», Guillermo. Estas afirmaciones fueron «refutadas» por fuentes cercanas a ambos, precisó.
Más sutil, la víspera el Sunday Times afirmó que Guillermo, de 37 años, siente que él y su hermano, muy unidos desde la muerte de su madre, la princesa Diana, en 1997, se habían distanciado mucho.
«Soluciones viables»
Aunque llevaban tiempo manifestando sus dificultades para soportar la presión mediática, la decisión de Enrique, de 35 años y sexto en la línea sucesoria, y Meghan, de 38, una exactriz californiana que dejó su carrera al entrar en la familia real, sacudió al país y conmocionó al clan de los Windsor.
Especialmente porque la pareja, alabada por algunos por su modernidad y criticada por otros por rebelarse contra las reglas pero querer conservar privilegios y títulos nobiliarios, no avisó a la familia antes de provocar el seísmo.
La monarca, de 93 años, que recientemente tuvo que lidiar con el escándalo sobre la amistad de su tercer hijo, Andrés, con el difunto pederasta estadounidense Jeffrey Epstein, pidió que se encuentren rápidamente «soluciones viables» a esta nueva crisis.
Los duques de Sussex afirmaron querer seguir «apoyando a la reina» -o sea, que podrían representarla en actos oficiales o viajes internacionales- pero salir del sistema oficial de cobertura mediática, dividir su tiempo entre el Reino Unido y Norteamérica y buscar la «independencia financiera» aunque conservando su casa en Windsor y la asignación económica del príncipe Carlos.
La pareja registró además la marca «Sussex Royal», que cubre desde tarjetas postales hasta ropa pasando por consultorías o campañas caritativas.
Dinero, títulos y negocios
Según el Sunday Times, en el encuentro se abordarán temas como la asignación financiera -ingreso principal de la pareja-, los títulos nobiliarios y el alcance de las transacciones comerciales que podrán emprender.
«Son cuestiones complicadas», había afirmado el Palacio de Buckingham el miércoles por la noche en una incómoda reacción al sorpresivo anuncio.
Enrique, que antes de sentar cabeza era conocido como el miembro más disipado y problemático de la familia real británica, siempre tuvo una difícil relación con la prensa y recientemente se querelló contra varios diarios asegurando que estaban acosando a su esposa como lo hicieron con su madre.
Tras alabar su llegada a la familia real como un soplo de aire fresco, la prensa sensacionalista británica comenzó a criticar a Meghan por sus supuestos caprichos y su lujoso estilo de vida.
El actual deseo de Enrique y Meghan de querer vivir al mismo tiempo como príncipes pero disfrutando de los privilegios de los ciudadanos anónimos es una «mezcla tóxica», en palabras de David McClure, experto en finanzas reales.
Y la opinión pública parece mirar con desagrado su decisión: una mayoría estima que deberían renunciar a todo apoyo económico de la realeza y que Enrique ya no debería figurar en la línea de sucesión al trono.