Gonzalo Marroquín Godoy
La Revolución de Octubre del 44 tuvo el motor de la ciudadanía, pero en su preparación y desarrollo hubo numerosos líderes que trabajaron e impulsaron el movimiento, que luego requirió para su solución a alguien aun más determinante: Juan José Arévalo, quien se convirtió en presidente, trayendo la calma que el país requería en aquel momento.
La actual democracia se ha ido construyendo por etapas que, en todo caso, han requerido de liderazgos en determinados momentos. Durante los Gobiernos militares era difícil sobrevivir, pero aun así hubo quienes destacaron en la lucha contra la tiranía y asumieron los roles necesarios para mantener con vida el espíritu e ideales libertarios. Entre ellos estaban algunos demócrata cristianos, quienes se pusieron en primera fila para iniciar la nueva etapa.
Vinicio Cerezo y la DC nos dijeron ¡sí, hay un camino!, y ese rumbo tomamos. Con aires frescos en el país, surgió una vigorosa sociedad civil organizada en la que se dieron nuevos liderazgos. El país parecía caminar en la dirección correcta y la democracia florecía. Lo sucedido, todos lo sabemos, y ahora lo estamos viviendo. La corrupción floreció, luego una clase política con visión egoísta y de corto plazo se hizo del poder, hasta llegar al punto en que nos encontramos. Sin embargo, hay que hacer un paréntesis y recordar lo sucedido en el intento de golpe de Estado de Jorge Serrano. En aquel momento, aquellos liderazgos que habían surgido con la nueva democracia saltaron a la palestra y respondieron a las necesidades de la patria. Fue esa sociedad civil organizada la que buscó y encontró la salida institucional a una crisis que se veía venir. Los liderazgos funcionaron.
Desde entonces, otra jugada de esa clase política se ha enfocado en descabezar a esa sociedad civil surgida tras los regímenes militares. La mayoría de líderes sectoriales fueron convocados y absorbidos por distintos Gobiernos, para involucrarlos, más o menos, al sistema que se creaba. Posiblemente, sin participar en los aparatos corruptos, al formar parte de sus estructuras, les hicieron perder esa credibilidad tan necesaria en los momentos complicados. Les convirtieron en parte del sistema.
Así llegamos a la crisis actual. Un movimiento ciudadano que no cede en su lucha ha brotado casi de la nada, convocado por redes sociales y expresando lo que la mayoría siente: ¡basta ya! Entonces nacen #RENUNCIA YA y #JUSTICIA YA. Su gran fortaleza ha sido, sin embargo, también su gran debilidad: no hay líderes visibles que guíen o encausen el movimiento.
La contraparte, esa clase política que, si bien es amorfa para ciertas cosas, es granítica en otros aspectos. Cuenta con cabezas visibles, con personas que promueven y controlan al resto. Sabe lo que quiere y, sobre todo, está unida por lo que no quiere; aquello que le puede hacer daño y que tiene que evitar a toda costa.
En ese momento estamos.
La clase política apuesta a que las aguas no se agiten más con las elecciones y que haya un nuevo Gobierno el 14 de enero del 2016. No importa tanto quién gane –aunque la ambición hace que entre ellos haya diferencias–, lo que le importa es que el sistema que ha construido siga funcionando y la impunidad y corrupción continúen campeando. A eso apuntan, y no se vislumbra entre los 14 aspirantes presidenciales uno que pueda ser anti ese sistema.
Entonces hay que volver la vista a ese movimiento ciudadano, pero con la esperanza de que surjan liderazgos importantes que le den un rumbo y ayuden a poner orden en las ideas, como sucedió cuando había que solucionar la crisis que Serrano había creado.
En medio de tanta conflictividad y confusión que se ha creado, los políticos han sacado provecho, bajo aquel lema de que en río revuelto, ganancia de pescadores. Ellos salieron a pescar para ganar tiempo. Se sacaron de la manga esas cuatro leyes o mesas de discusión y pensaron que así dorarían la píldora a un pueblo que exige cambios.
En dos platos, pretenden ser el problema y la solución al mismo tiempo. Nada que ver, quieren que la fiesta de la que se enriquecen siga. Por eso hay que poner un alto a lo que está sucediendo, por eso hay que escuchar voces que guíen, por eso ¡se necesita de nuevos liderazgos!
Por ejemplo, las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) se plantearon mal desde un inicio. Surgen del clamor popular y la buena intención de magistrados del TSE, agobiados por los problemas inmediatos de su labor, cuando se requiere de un proyecto profundo que tenga una filosofía de lo que el país necesita: partidos totalmente diferentes, un TSE robustecido y un sistema de financiamiento integral. Cambios de verdad, no cambios cosméticos que hacen pensar que se quiere dar un Mejoral a un enfermo terminal.
Sin liderazgos, el movimiento ciudadano seguirá diluyéndose. Eso no debe suceder, porque después del 6 de septiembre la frustración será mayor. Porque a partir de ese momento, y más aún a partir del 14 de enero, las batallas de ahora pueden convertirse en la madre de una guerra que el país necesita para terminar con la corrupción y la impunidad. Estoy seguro que surgirán los líderes que el país necesita.
En dos platos, pretenden ser el problema y la solución al mismo tiempo. Nada que ver, quieren que la fiesta de la que se enriquecen siga.