Los fabricantes de góndolas de Venecia, en horas bajas

En Venecia, tan solo quedan unos cuantos, instalados en algunos rincones de la laguna. Los «squeri», pequeños astilleros donde se construyen las famosísimas góndolas, esperan que vuelvan los turistas para darle un poco de impulso a su actividad ancestral.

De la multitud que poblaba Venecia en los tiempos del pintor Canaletto, conocido por sus panoramas de la Senerísima del siglo XVIII, solo han sobrevivido cuatro «squeri», y todos están paralizados o casi desde que la pandemia del coronavirus dejó a la ciudad sin sus emblemáticas góndolas.

«Venecia sin sus góndolas es sombría, no tiene sentido», comenta entristecido Roberto Dei Rossi, uno de los pocos carpinteros que mantienen viva la tradición de los «squeraoili», los constructores de esas barcas negras y alargadas, únicas en el mundo.

«Cada vez que boto una nueva, es como asistir a un nacimiento, es mi creación», dice sonriendo el veneciano de 58 años, que afirma construir cuatro o cinco góndolas al año, completamente a mano. A cada una le dedica unas 400 horas de trabajo.

Hasta Versalles

AFP / Miguel Medina Una proa de hierro de una góndola, fotografiada en la ciudad italiana de Venecia el 27 de mayo de 2020

Las embarcaciones se componen de 280 pedazos de madera de ocho clases distintas (roble, alerce, nogal, cerezo, tilo, cedro, caoba y pino) y dos piezas metálicas situadas en la proa y en la popa. Miden 10.8 metros de largo y 1.38 metros de ancho, y pesan 600 kg.

Sus compradores son casi exclusivamente gondoleros, que pagan entre 30,000 y 50,000 euros por su herramienta de trabajo, dependiendo de los acabados. La góndola se fabrica a medida, en función del peso de cada uno.

«Pero ha habido unos pocos aficionados que nos hicieron encargos, en Estados Unidos, Alemania y Japón», precisa Roberto Dei Rossi.

Cuenta la historia que algunas fueron regaladas, con el gondolero incluido, por el dogo al rey Luis XIV de Francia para la «flotilla real», que recorría a finales del siglo XVII el gran canal del palacio de Versalles.

El grueso de la flota navega ahora por los canales de Venecia, impulsados por el remo de los cerca de 400 gondoleros (su número es limitado), contratados por oposición. La licencia de navegador se obtiene a través de la alcaldía.

AFP / Miguel Medina Elisabetta Tramontin lija una góndola en el astillero Tramontin e hijos de la ciudad italiana de Venecia el 27 de mayo de 2020

Pero ahora, privados de las parejas de enamorados a causa de la crisis sanitaria, y tras la crecida histórica de finales de 2019, que ya golpeó de lleno al turismo, los gondoleros están pasando por horas bajas, y las máscaras que tienen que llevar no se parecen en nada a las del carnaval, tan llamativas y coloridas.

«Maestros del hacha»

Este largo periodo de paro forzado tuvo repercusiones en la actividad de los astilleros, donde también se reparan las góndolas.

Es el caso del «squero» Tramontin, situado a orillas del canal Ognissanti. Es el taller más viejo de Venecia todavía en funcionamiento, y de él se encargan dos hermanas desde que en 2018 murió su padre Roberto, heredero de una dinastía de «squerarioli» fundada por su bisabuelo en 1884.

«Sin papá aquí, faltaba lo más importante. Así que hubo que reinventarse, pero con paciencia lo lograremos», explica a la AFP Elena Tramontin, de 33 años, que quiso hacer perdurar la saga familiar junto a su hermana pequeña Elisabetta.

AFP / Miguel Medina Un hombre rema en una góndola frente a la iglesia de San Giorgio Maggiore de Venecia, en Italia, el 27 de mayo de 2020

Ni una ni otra pensaban que acabarían dedicándose al oficio del padre, pero enfrentaron el reto rodeándose de la experiencia de los «maestri d’ascia» (maestros del hacha), los carpinteros expertos en darles vida a las góndolas, de los que cada vez quedan menos.

«Mi hermana se ocupa de las relaciones públicas, de la parte cultural de la actividad, que es importante, y yo me dedico a pintar y hago algunas reparaciones pequeñas en los barcos. Para el resto, intentamos dar el máximo trabajo posible a los artesanos de nuestro entorno», apunta Elisabetta, de 30 años.

«Con este oficio no te haces rico, hay que tener pasión, pero ta da muchísimas satisfacciones», añade la graduada en escultura, decidida a perpetuar la memoria de su padre y a trabajar para que la Casa «Tramontin e hijos» se convierta en «Tramontin e hijas».

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