Los artesanos taiwaneses fusionan fantasía y realidad en universos en miniatura

Desde una bucólica tienda de comestibles rural hasta campos de batalla ficticios y bases de robots guerreros, los artesanos taiwaneses elaboran con sumo cuidado unos mundos en miniatura que combinan realidad y fantasía.

Cuando no diseña interiores, Hank Cheng, de 51 años, pasa el tiempo creando maquetas con todo lujo de detalles.

Sus creaciones abarcan desde una réplica de una tienda de comestibles en el centro de Taiwán que le llamó la atención hasta una «base secreta» imaginaria para los Minions, fabricada con una caja de galletas con la forma de estos dibujos animados que recicló.

«Cuando la gente me pregunta si hay algo que no pueda hacer, les contesto bromeando: el aire y el sol», contó a la AFP. Dice que «intenta realizar» todo lo que se le pide y «deja volar la imaginación».

De joven, Cheng estudió iconografía en Japón, donde se valoran mucho los dioramas.

Comenzó a dedicar tiempo a su pasión hace cinco años, después de ver una foto de la obra de un artista japonés, que era tan realista, que a primera vista, creyó que era real.

Una de sus obras más llamativa es la de un antiguo restaurante japonés que vendía platos de arroz con anguilas.

Las huellas que deja el humo en la cocina, cuyo suelo está cubierto de grasa dan fe del realismo de esta creación hecha con infinita meticulosidad y precisión.

La obra ganó premios en un concurso en Japón.

La reproducción de un bar vetusto, con paredes cubiertas de grafitis, abarrotado de clientes ruidosos, cerca de un camino lleno de basura, es tan fiel a la realidad que Cheng espera que la gente pueda «sentir el olor» con solo verlo.

«Espero que cada una de mis creaciones cuente una historia para que la gente se interese por ella, y que no se limite a ser bonita o realista», afirma el maquetista que publicó un libro sobre la fabricación de miniaturas y organizó exposiciones de sus obras.

También espera que sus dioramas desprendan una cierta «calidez» y que den testimonio de la «realidad».

Terapia

Hikari Yang, de 39 años, comenzó a dedicarse a crear maquetas en un momento de su vida en el que se sentía un poco deprimida.

Recuerda que antes de terminar la primera, una ciudad de ensueño al estilo japonés, se sintió «curada» y se había olvidado de sus problemas.

Creó el taller FM Dioramas en Taoyuan, al norte de Taiwán, en 2016 con unos socios pero mantuvo su trabajo hasta poder vivir de su pasión.

El catálogo de este colectivo está lleno de dioramas que representan escenas de la vida cotidiana o de la ciencia ficción. Hacen falta entre ocho y nueve meses para terminarlos.

El taller también impartió cursos sobre la fabricación de objetos en miniatura en todo Taiwán y creó artículos para maquetistas de todo el mundo.

«La gente viene a nuestros cursos para aprender a fabricar lo que llamamos ‘pequeños objetos que curan’ como un árbol en un parque. Crear un modelo en miniatura de la nada les permite liberarse del estrés de su frenética vida», según ella.

Su socio Chen Shih-jen, de 45 años, explica que la construcción de dioramas le ha ayudado a aliviar la presión de su trabajo como programador informático a tiempo completo.

Los pedidos son diversos. Una institución gubernamental pidió a Chen que creara una maqueta en miniatura de una casa típica del grupo étnico Seediq, una de las muchas minorías de Taiwán.

Una pareja le pidió la del restaurante de su primera cita.

Para su propia colección, el maquetista también creó un diorama para transmitir un mensaje a favor del medio ambiente.

Esta gasolinera futurista, que llena el tanque de coches voladores en un planeta anegado por la subida de las aguas, ganó un premio en Hungría.

«Muestra cómo vivirá la gente cuando la tierra haya desaparecido», cuenta el artista, quien recuerda que los recursos «son limitados y algún día podrían desaparecer«.

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