«No se rindan», «organicen rutinas», «sentido del humor», «obedezcan a los que saben», alientan los 33 mineros chilenos que estuvieron casi 70 días atrapados en 2010 y dos de los sobrevivientes uruguayos de la tragedia aérea de los Andes en 1972, en un mundo en aislamiento por la pandemia.
Protagonistas de dos de las historias de supervivencia más espectaculares de las que se tengan registro echan mano a su experiencia para aconsejar sobre cómo llevar de mejor manera el confinamiento, aunque ahora en condiciones muy distintas a las que ellos enfrentaron.
«No se rindan chicos; el sentido del humor es muy importante. Organicen sus casas. Hagan y organicen una rutina para no aburrirse. ¡Hay muchas cosas por hacer!», recomienda Mario Sepúlveda, el más carismático de los 33 mineros que quedaron encerrados hace una década a 600 metros de profundidad en el interior de una mina en el norte de Chile.
«Hagamos cosas estos días que estemos en nuestras casas. Seamos obedientes, es súper importante. Hoy día ya no es un problema político, hoy día simplemente es un problema de salud», agrega este minero, que abandonó la mina tras 69 días de encierro, gritando «¡viva Chile!», regalando piedras a sus rescatistas y derrochando energía.
Sin contacto con el exterior y con alimentos apenas para los primeros 17 días, los 33 mineros sobrevivieron encerrados más de dos meses en el fondo de una lúgubre y vieja mina de cobre en la región de Atacama, en el desierto chileno.
«Nosotros estábamos en una situación bastante crítica y grave. No teníamos ninguna salida; no había cómo salir de esa situación», recuerda el minero Luis Urzúa, jefe de turno ese 5 de agosto de 2010 cuando un derrumbe lo confinó a él y su equipo.
«Hubo mucho compañerismo, mucha conversación. Conocimos parte de los trabajos que hacían los distintos compañeros en distintas faenas. Lo otro que nos ayudó mucho fue rezar», recordó.
«Pedirle no a dios que nos ayudara a nosotros, sino que la gente tuviera fuerza y voluntad para que insistieran en tratar de encontrarnos», agregó Urzúa, el último en abandonar la mina el 13 de octubre de 2010, cuando finalizó con éxito el rescate.
«Un enemigo que no vemos»
Carlos Páez, fue uno de los 16 sobrevivientes de aquel fatídico vuelo uruguayo que se estrelló en la cordillera de los Andes con 45 personas a bordo el 13 de octubre de 1972, cuando trasladaba a un equipo de jóvenes rugbistas a disputar un partido en Chile.
«Hay una gran diferencia en estas dos cuarentenas, por llamarlas así. En la primera que viví, fueron 70 días en la cordillera de los Andes pero sin ningún recurso: 25 grados bajo cero, sin comida, con nueve muertos alrededor, en la altura, sin radio, sin comunicación. Y yo tenía 18 años», contó Páez a la AFP.
Como a gran parte del mundo, ahora le toca vivir una nueva situación de aislamiento.
«Lo único que hay que hacer es no hacer nada. Te mandan a quedarte en tu casa y lavarte las manos. Y tenés todas las comodidades: televisión, internet, comida. Entonces no da para quejarse», reflexiona Paéz, hoy de 66 años.
Doce personas murieron en el accidente aéreo, mientras que otras 17 lo hicieron en el transcurso de los días. Al final, 16 lograron sobrevivir en condiciones extremas e incluso comiendo la carne de sus compañeros muertos.
«En la cordillera peleábamos contra un enemigo tangible, que era la montaña, la nieve, el frío, y ahora peleamos contra un enemigo que no vemos, que es lo que te genera cierta incertidumbre», apuntó.
«Pero yo peleo contra la arrogancia, trato de ser humilde y obedecer. El mensaje es claro: quédate en tu casa y lávate las manos. Fíjate qué simple», dice Paéz y agrega: «Yo trato de ser obediente porque tengo ganas de vivir».
Roberto Canessa, de 67 años, otro de los sobrevivientes de aquel accidente, aconseja buscarse «algo para hacer, un proyecto».
«Eso fue lo que hice en la cordillera. Yo trabajaba todo el día para no pensar y no tener la ansiedad y la angustia», dijo a la AFP.
De hecho, este médico cardiólogo participa de un proyecto en Uruguay para convertir equipos de reanimación manual en respiradores mecánicos transicionales, con el objetivo de paliar su escasez ante un posible aumento de la demanda para el tratamiento de enfermos graves de coronavirus.
«En el mundo no hay respiradores disponibles; igual que en los Andes, dependemos de nosotros mismos. No vamos a esperar que vengan los helicópteros o que vengan a traernos respiradores a Uruguay», agregó Canessa.
«Hay que transformar este problema en una oportunidad. Las crisis son las que hacen surgir los inventos». Ahora todo pasa por tratar de mantener la vida, coinciden estos supervivientes.