Diez años después de quedar atrapados en el fondo de la mina San José, en el norte de Chile, los «33 mineros de Atacama», se sienten héroes caídos en el olvido y el abandono.
El jueves 5 de agosto de 2010 un derrumbe sepultó a este grupo de mineros de entre 19 y 63 años en la vieja mina.
A los 17 días se confirmó que estaban vivos y tras más de dos meses a 600 metros bajo tierra fueron rescatados y alabados como héroes por su tenaz solidaridad ante el encierro.
Una vez fuera de la mina, fueron invitados a programas de televisión, viajaron por el mundo y un excéntrico empresario minero les regaló 10.000 dólares a cada uno.
Cinco años después, Hollywood hizo una película sobre su historia llamada «Los 33», protagonizada por Antonio Banderas. Pero la fama no duró mucho.
Cuatro de ellos hoy relatan sus diferentes destinos a la AFP, afectados todavía por traumas, pesadillas y enfermedades.
Pesadillas
José Ojeda escribió el famoso mensaje: «Estamos bien en el refugio los 33», alertando al mundo de que estaban con vida cuando ya muchos perdían la esperanza.
A los 57 años, Ojeda lucha por su vida. Con una diabetes avanzada que redujo sus movimientos y con muletas, reconoce que en 10 años es muy poco lo que se ha recuperado y que todavía sigue «con las pesadillas y el mal dormir».
«La gente creía que nosotros pagábamos los viajes; pensaban que quedamos con mucho dinero y no es así», afirma desde Copiapó, donde vive modestamente junto a su esposa, Susana, y su nieta, Agustina, con la pensión que recibe del gobierno, de unos 320 dólares.
Jimmy Sánchez era el más joven del grupo. Llegó a trabajar a la mina a los 19 años, sin terminar la secundaria. «Es como si hubiera pasado ayer. Creo que eso no se me va a olvidar nunca», dice en Copiapó, a unos 800 km al norte de Santiago, donde vive de la pensión recibida por las secuelas del accidente, y si bien se declara agradecido de estar vivo, siente rabia de que muchos hayan lucrado con su sufrimiento.
«Ganaron mucho con nosotros y nosotros no ganamos nada», afirma. Nunca más pudo volver a trabajar en minería.
«Una vez fui a buscar trabajo, pero supieron que era yo y me cerraron las puertas. No fue culpa mía quedarme encerrado», lamenta a sus 29 años.
Casado y padre de dos hijos, vive en una pequeña casa junto a 20 personas.
Mario Sepúlveda, hoy de 49 años, presentador de la mayoría de los videos grabados en la mina durante el cautiverio, denuncia que los han tratado mal.
«Nosotros engrandecimos mucho el nombre de nuestro país. Nuestro accidente abrió fronteras, hizo conocer a nuestro país y creo que nos han tratado súper mal», lamenta quien, sin embargo, es uno de los mineros que salió adelante.
Con el dinero que ganó en la televisión, cerca de 150,000 dólares, Sepúlveda construye hoy un centro de ayuda para niños autistas y en riesgo de exclusión social, basado en la experiencia que vive con el último de sus seis hijos, «Marito», de siete años, que padece un autismo severo.
Para Omar Reygadas, uno de los más experimentados del grupo, «todavía está muy latente todo lo que vivimos en la mina». Reygadas continúa trabajando a sus 67 años como chofer, aunque ahora quedó cesante por la pandemia.
Divididos
Tras el derrumbe, estos mineros que apenas se conocían tuvieron que organizarse para sobrevivir, aprendieron disciplina y racionaron los escasos alimentos que había en el refugio de seguridad de la mina.
Dos cucharadas de atún enlatado y medio vaso de leche cada 48 horas fue su dieta durante los 17 primeros días que sobrevivieron en la oscuridad, la humedad extrema y temperaturas de más de 30 grados.
«Una de las cosas que más nos ayudó fue el humor. Aún en los peores momentos nos reímos. Abajo lo pasamos súper bien. Cantábamos, soñábamos, tomábamos decisiones democráticas y nadie se pasó de listo», recuerda Sepúlveda.
Pero, ¿por qué no lograron mantener esa unión fuera de la mina? «Las familias provocaron toda esta desunión entre nosotros. Hubo un antes, un durante y un después.
Y después que salimos ya se transformó en cada uno por su lado», agrega.
«Hubo muchos que se preocuparon de lo monetario y se olvidaron de todo lo que vivimos», plantea Sánchez.
La venta de los derechos de su historia ahondó la división. Pocas semanas después de ser rescatados, los mineros firmaron un acuerdo para transferir los derechos para una película y un libro a partir de una compleja estructura legal, pero ahora muchos se sienten estafados y presentaron una demanda.
«La estrategia de los abogados fue separarnos y lo lograron. Nos hicieron pelear», dice Sánchez.
Sueños modestos
Los mineros critican también el poco acompañamiento recibido tras ser rescatados: «Nos soltaron rapidito; estuvimos sólo un año en terapia», afirma Sepúlveda.
Alberto Iturra, psicólogo a cargo del apoyo emocional inicial de los «33», lamenta que no hayan concluido su recuperación y que ahora, en pandemia, no se escuche su experiencia.
«Ellos son expertos en manejo de crisis; saben cómo portarse en una crisis y tienen algo que decirle a la gente sobre cómo soportar una cuarentena, qué cosas recomendarían, y nadie les ha preguntado nada».
En vísperas del décimo aniversario del accidente, desde el gobierno destacan la evolución de la «cultura de la seguridad» minera.
«Tras el accidente de los 33 se produjo un cambio de paradigma», dijo a la AFP Alfonso Domeyko, director del Servicio Nacional de Geología y Minería.
Si en 2010, se realizaban cerca de 2,400 fiscalizaciones, en 2019 estas llegaron a 10,560.
Una década después, los 33 mineros no se juntan y sólo algunos mantienen el contacto entre ellos.
Para el futuro sus sueños son modestos: Jimmy Sánchez anhela tener casa propia. José Ojeda clama por ayuda para costear su tratamiento médico y Mario Sepúlveda afirma que cambiaría todo lo vivido por regresar a trabajar en una mina.
«Sueño entrando a un turno, al portal de una mina, estar con mis compañeros y con el jefe de turno. Sueño con eso (…) Quiero volver para aportar con mi experiencia. Amo la minería y el trabajo minero», dice emocionado.