La ultramediática llegada del príncipe Enrique y su esposa Meghan a la región de Vancouver tiene eufóricos a los monárquicos canadienses e inyecta esperanzas de mejorar las ventas entre comerciantes de esta urbe enclavada en la costa del Pacífico.
Raymond Greenwood, quien de declara monárquico convencido, no dudó en izar en su vivienda el estandarte real, la bandera personal de la reina Isabel II, para dar la bienvenida a la pareja principesca cuando se enteró de que iban a establecerse en la región.
Aunque con carácter más bien simbólico, la reina Isabel es la jefa de Estado de Canadá, gobernado por una monarquía parlamentaria.
«Estoy muy, muy feliz», dijo Greenwood, presidente de un club local y quien trabaja como voluntario en el sector del turismo.
«Quién no querría tener la oportunidad de encontrarse con Meghan paseando a sus perros en el vecindario», agregó Greenwood, sugiriendo en broma que podría establecer una cabina para vender souvenirs alusivos a la corona.
Bruce Hallsor, quien dirige el capítulo local de la Liga Monárquica Internacional -una organización que promueve las bondades del sistema monárquico de gobierno-, aspira reunirse con el duque y la duquesa de Sussex en cualquier evento social.
«Egoístamente, esperamos que incluso si el príncipe Enrique y Meghan reducen sus compromisos oficiales, al menos quedarán algunos para nosotros», dijo a la AFP.
«Sería una ventaja para nosotros», agregó, rechazando las críticas de quienes arremeten contra la pareja por haber renegado de sus obligaciones relacionadas con la corona.
Trabajar su francés –
En general los residentes de Vancouver, una ciudad de unos 600,000 habitantes, se han manifestado contentos con los nuevos vecinos al ser consultados por AFP.
Algunos esperan sacar réditos de la presencia de la pareja, que vive en una lujosa casa en el norte de Saanich, en las afueras de Victoria.
Las ventas de la bandera británica y otros emblemas reales han crecido, de acuerdo con Susan Braverman, la gerenta de una tienda de souvenirs en Vancouver que reconoce ser «fan» de Meghan desde que la estadounidense era actriz y trabajaba en la serie «Suits», en Toronto.
Y, como otros nuevos vecinos de la pareja, ella no los juzga por su decisión de emanciparse. «Todos queremos ver a nuestros hijos crecer y hacerse independientes, ¿cierto? Están despegando», dijo.
Sin embargo, queda por ver dónde se instalarán definitivamente Enrique, Meghan y su hijo, Archie.
Toronto, la capital económica del país, también tiene algunas ventajas: vive una de las mejores amigas de la duquesa, Jessica Mulroney, casada con el hijo de un ex primer ministro canadiense, y también es donde la propia Meghan residió varios años durante el rodaje de «Suits».
La isla Victoria, en la costa del Pacífico, lleva el nombre de la abuela de Enrique, la reina Victoria. Y la región finalmente puede recordarle su tierra natal, con sus salones de té y sus autobuses de dos pisos.
Por su parte, Edward Wang, un abogado de Vancouver y aficionado a las interpretaciones sobre la realeza, advierte contra las trampas políticas que podrían esperar a Enrique y Meghan en sus declaraciones públicas.
La pareja está a favor de la lucha contra el cambio climático, en lo que evidentemente coincide con buena parte de los canadienses, pero corre el riesgo de chocar con los defensores de la industria petrolera en un país que se encuentra entre los principales productores de hidrocarburos.
«Ciertamente existen riesgos al entrar en un campo minado político», dijo el abogado, quien se atreve a darles un consejo para integrarse mejor: trabajar su francés, el segundo idioma oficial de Canadá y que la abuela de Enrique habla muy bien.