Liu Xiaobo, un disidente vigilado hasta después de la muerte

Como fantasmas, policías vestidos de civil surgen de detrás de las tumbas cerca del crematorio donde, según los rumores, el cuerpo del disidente chino Liu Xiaobo ha sido transportado tras su muerte el jueves.

Semejante despliegue de seguridad, en un lugar en el que ni siquiera se sabe con certeza si está el cuerpo de Liu, muestra la determinación del gobierno chino a la hora de mantener a los periodistas lo más lejos posible del premio Nobel de la Paz y de su familia.

Antes de que el disidente muriera como consecuencia de un cáncer de hígado, una decena de agentes vigilaba la entrada del servicio de oncología en la tercera planta del hospital en el que había sido ingresado, en la ciudad de Shenyang, en el noreste de China.

Ayudaban a una enfermera inflexible cuya labor consistía en impedir el paso a cualquier persona que no acudiera a visitar a un paciente inscrito en su lista. Una lista en la que faltaba un nombre: el de Liu Xiaobo.

De hecho, no era el único lugar en el que no aparecía el nombre del disidente. Las autoridades chinas procuraban borrar cualquier mención al opositor en los medios oficiales o en internet.

En las salas de espera del hospital donde recibió tratamiento, algunos pacientes afirman que nunca oyeron hablar de Liu, aunque su historia copó las portadas de varios medios internacionales.

«¿Quién es? ¿Un famoso de internet?», pregunta Liu Weiwu, un comerciante entrevistado cerca del hospital, frente a una gran estatua de Mao Zedong.

– Escolta –

Los periodistas observan cómo hombres vestidos de civil los siguen a todas partes, en el restaurante e incluso en los lavabos. En un hotel, un grupo de tres individuos se instala en una habitación situada frente a la de un corresponsal de la AFP y dejan la puerta abierta para vigilar sus movimientos.

«Sólo estamos aquí para garantizar su seguridad», afirma uno de ellos, evitando un teléfono móvil tendido hacia él para grabar sus palabras.

Mientras se difunden los primeros rumores sobre la muerte de Liu, los reporteros empiezan a recibir llamadas telefónicas extrañas, y los empleados del hotel llaman a la puerta con cualquier pretexto: anunciar pruebas de los detectores de humo o una suspensión del servicio de comida en las habitaciones.

Tras la confirmación del fallecimiento del disidente, las autoridades comunican que los médicos de Liu van a dar una rueda de prensa. Los hombres vestidos de civil ya esperan en la sala. Una decena de ellos vigila la entrada mientras se instala el público.

Los médicos contestan a las preguntan sobre la salud de Liu y las últimas palabras que dedicó a su esposa: «Vive bien». Pero un misterio persiste: ¿por qué no se encuentra el nombre del premio Nobel en el sistema informático del hospital?

Uno de los médicos, el doctor Liu Yunpeng, tiene una explicación: el gran número de pacientes. «No estoy seguro de que nuestro personal médico pueda recordar quiénes son todos. Eso parece casi imposible, ¿verdad?».

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