¿Es importante una biblioteca en una casa? ¿O es mejor que ésta esté llena de televisores, computadores, tabletas y teléfonos súper inteligentes y, no digamos, de cámaras vigilantes made in Big Brother?
¡Sí que es importante —fundamental— una biblioteca! Indispensable como el inodoro, la estufa y los trastos de comer y de guisar. Una biblioteca grande, llena de los muertos que están completa y rebosantemente vivos. Llena de muertos cuya tumbas vivas son las mentes de quienes los piensan.
Así es mi vibrante cementerio de papeles palpitantes: la parte más importante de la casa, la piscina donde me sumerjo en la mañana y por la tarde a bucear el pan nuestro de cada día. De clavado, cierro los ojos —lector— y me entrego al agua clara de papeles, sin buscar, adrede, un libro en el que recalar mis ocios invernales. Al azar, y hoy he topado con algo nimbado de sencillez —no estupendo como la Genealogía de la Moral— sino con un libro que se pregunta nada más y nada menos que ¿Para quién es el Cielo?, escrito al alimón, por un cura y una monja católicos ¿me he vuelto piadoso y vuelvo a ser creyente?, que se encuentran con la conservadora ¿cuándo no?, Guatemala de mis 20 añitos.
Leí bien hace tiempo y después ojee —como hoy por la tarde— ese libro que le digo —lector— de los religiosos: ¿Para quién es el Cielo? Y he vuelto a comprender —en los hontanares de su lectura— que mi teorema y discurso de La Guatemala Inmutable (concebido y expresado hace unos 25 años, en las páginas de un magnífico Siglo XXI) se ratifica al releer el libro sencillo de ¿Para quién es el Cielo?
Este libro —del cura y la monja de Mariyknoll— cuenta cómo era la Guatemala de hace 50 años: 1966. Narra la resaca esquipulera de Mariano Rossell y después el gobierno del cobarde y alcohólico Julio César Méndez Montenegro y la Alianza para el Progreso, hoy Alianza para la Prosperidad. El sometimiento del Presidente del Partido Revolucionario al Chacal de Zacapa: Arana Osorio. Y la entrega del glorioso Ejército Nacional a una oligarquía tan tenebrosa como la de hoy. Y al procónsul de EE. UU.
50 años después de la escritura o redacción de ¿De quién es el Cielo?, de Thomas y Marjorie Melville, todo sigue igual. Igual ante el shock que les produjo —a los Melville— aquella Guatemala ignorante y arrogante (como la España del 98 de Antonio Machado) que los hizo convertirse en hijos del demonio, es decir, en comunistas, según la etiqueta que nos cuelgan ¡todavía!, los señores del CACIF. El cura y la monja toman una fotografía tenebrosa, gélida y congelada de mis 20 años landivarianos, lleno yo de ingenua estupidez que, eso sí, me sacudí ¡iracundo!, ante las sotanas que me censuraban. Ahora, a los 70 años, aquella fotografía paralizante de la Historia Patria, aún es imposible de poner en movimiento, de kinetizar, de tornar dinámica, de sacudir para que sus oxidadas estructuras, semimedievales, arranquen hacia alguna parte provisoria.
Otros textos similares y contemporáneos podrían también ser modelos de la inmutabilidad nacional a que aludo y que esos libros vituperaron. Hagamos la collatio a que me refiero: comparar lo que sus autores reprobaron y retrataron, hace 50 años, y que hoy sigue siendo lo mismo. Guatemala no ha cambiado ni un ápice. Me refiero a textos como: Guatemala, una Historia Inmediata; Fruta Amarga: la CIA en Guatemala; Guatemala país ocupado o Guatemala, un Pueblo en Lucha. Libros que, aparte del enjundioso y científico conocimiento que nos imparten, nos permiten, asimismo, ver lo que arriba digo: se escribieron para patentizar una realidad escandalosa, la verdad de la explotación continental de EE. UU. en las oligarquías parceladas y un Ejército obscenamente exterminador en 1960. Pero el escándalo provocador e invitador a la transgresión es que, ¡en 2016!, sigue todo igual. Con una gruesa capa de cosmético que disimula la apestosa podredumbre corrupta de la tumba.
La prueba de lo que digo es que la Prensa Libre —de hoy que escribo— dice, graciosamente, que el FBI colabora con la Policía para exterminar las extorsiones, igual que la CICIG (ONU-EE. UU.) colabora con el MP y el deficiente sistema judicial. El procónsul afroamericano —socio del hawaiano coronado en el Imperio— manda. Y manda con la medieval oligarquía de los sesenta retratada en Fruta amarga: la CIA en Guatemala o en Guatemala, País Ocupado de Eduardo Galeano.
El procónsul con un Ejército que se enmascara —desde Berger/Vielmann— pero que sigue mandando con la trinca infernal: ¿o no hay juntita? Todo esto, mientras unos chiflados patalean y exigen soberanía para echar cortinas de humo sobre el infierno guatemalteco que fue el mismo (en los libros que cito, de los 60) y es el mismísimo en la Guatemala de 2016: La tierra y la riqueza en manos de unos poquitos. Falta de escolaridad ¡adrede!, para mantener a las masas calladas sin lectura de diarios y menos de libros. Hambre por doquier. Hospitales del cuarto mundo. Hay mejores en Haití. Escuelas con mobiliario de bloc último modelo por su solidez, y viviendas que son una auténtica reliquia de la historia: pastiche de la Edad Media. Techo de paja, suelo apisonado y paredes con aire acondicionado —por lo ralas— en la Costa.
En Guatemala no hay necesidad del Príncipe de Lampedusa ni del gatopardismo. El de hay que cambiarlo todo para que todo quede igual. Aquí todo está igual desde siempre. No hay el fin o final de la Historia de Hegel. Llegamos al final antes que nadie, porque nunca partimos. El tiempo y el espacio, como la tortuga y Aquiles, de Zenón de Elea.