El pasado más inmediato nos muestra que Guatemala vive momentos de incertidumbre política. El escenario es complejo y la agenda futura a muy corto plazo, sumado a las muestras de poca habilidad y capacidad que ha dado hasta ahora el Gobierno del presidente Jimmy Morales, no permite demasiado optimismo, por más que creamos en el refrán popular de que la esperanza es lo último que se pierde.
Lo que tenemos tras poco más de ocho meses de la administración del grupo FCN-Nación —insignificante y poco representativo— es un gobernante débil, que constantemente pierde credibilidad y popularidad, tiene pocos aliados que le sigan por convicción, y está sumido en un torbellino que se forma en medio de la importantísima cruzada contra la corrupción —encabezada por el MP y la CICIG—, sumado a la lucha entre la clase política que se resiste al cambio y el sentimiento ciudadano que, sin saber como lograrlo, quiere ver un sistema político distinto con un rumbo de nación definido.
Si 2015 fue un año en el que se crearon expectativas y creció la esperanza, el 2016 ha resultado más bien de fuerte desencanto. Esto no lo digo yo, es un sentimiento generalizado entre personas de todos los estratos sociales, líderes sectoriales, empresarios, analistas, prensa, opiniones en las redes sociales e, incluso, cuando hablan en confianza, representantes de la comunidad internacional.
Por más que el propio presidente se haya presentado ante la ONU como símbolo de esperanza para el país, la realidad es muy diferente. Le ha faltado energía para demostrar que de verdad quiere la transparencia, la mayoría de sus ministerios han naufragado en medio de falta de planes y proyectos, y sus actitudes —igual que las del vicepresidente Jafeth Cabrera— han creado un innecesario ambiente de confrontación con la prensa.
Hablar de las metidas de pata cometidas es remarcar lo que todo el mundo sabe. Sí es importante destacar que acciones de prueba, error y corrección, como fueron los fallidos intentos por impulsar una maltrecha reforma tributaria o imponer un ridículo Estado de Prevención, no han hecho más que comprobar la poca capacidad de su equipo de trabajo y la falta de un liderazgo fuerte, pero asertivo. Además, claro está, ha quedado al desnudo que no se tiene clara la idea de lo que se necesita y mucho menos de cómo lograrlo.
Una visión optimista podría hacernos suponer que las cosas pueden mejorar. Que el equipo de Jimmy Morales, y él mismo, han aprendido durante el tiempo transcurrido. Sin embargo, eso no parece suficiente, porque está claro que no se puede esperar mucho más de lo mostrado hasta ahora y sí, en cambio, que surjan más complicaciones por la propia inestabilidad y desgaste político que se ha generado hasta la fecha.
Su partido, lejos de ser fortaleza, es debilidad, no solo por pequeño, sino por todas las denuncias de corrupción que le envuelven, sobre todo desde que se fortaleció en el Congreso con fuerzas del alicaído y a punto de desaparecer partido Líder.
Se quiso convertir a FCN-Nación en una fuerza determinante sumando diputados tránsfugas, y el resultado es más de lo mismo.
En el legislativo hay también un caldo de cultivo favorable para la ingobernabilidad. Las fuerzas políticas son disfuncionales. Es en ese organismo del Estado en donde veremos situaciones que pueden tener gran impacto y generar un ambiente más denso: se tiene que aprobar el Presupuesto 2017, elegir nueva junta directiva, aprobar —o no—, el cambio de concesión de la Terminal de Contenedores Quetzal (TCQ), conocer las reformas constitucionales al sector justicia y, más adelante, las anunciadas reformas fiscales.
Y si de guinda para ese escenario convulso suceda que el hijo y el hermano del presidente puedan ir a juicio y hasta tener una orden de captura, seguramente se disparará la ingobernabilidad.
El tiempo apremia. Tal vez Morales ya debiera pensar en algunas acciones bastantes radicales y buscar como revertir esa imagen de debilidad, incapacidad y falta de transparencia que ahora transmite. En la medida en que el tiempo transcurre y se suman errores y situaciones complicadas, su margen de capacidad de acción se reduce.
No son pocos quienes deparan un escenario de cambio de gobierno —dentro de los cánones constitucionales—. Yo no lo veo de esa manera, pero el ambiente puede tornarse insostenible si no se observa que esas acciones tan necesarias puedan llevar algo de oxígeno a Morales, no digo para su equipo, porque, con el que tiene, cualquier oxígeno se puede agotar demasiado rápido.
La estabilidad política no está a la vista ni parece fácil. Si no se logra, tampoco ayudará el efecto en la economía. No se está derrumbando —todavía— el Gobierno, pero las señales que envía, lejos de fortalecerle, le debilitan y le hacen perder credibilidad. Es claro que el tiempo apremia.