Cuando los extranjeros piensan en las especialidades suizas inmediatamente les viene a la mente su chocolate y quesos. Quizá pronto se acuerden del vino. Y es que los viticultores se han propuesto ver las marcas suizas en los mejores restaurantes del mundo.
«Tenemos excelentes cepas (únicas), pienso sobre todo en la ‘Completer’, una uva blanca de los Grisones, casi microscópica en términos de producción. Hay Amigne producida en El Valais, Cornalin, Humagne», enumera entusiasta Damien Leclerc, director comercial del bodeguero Lavinia en Ginebra.
Suiza «es un pequeño jardín en cuanto a producción», afirma Leclerc, sumiller de formación. En 2018, la superficie total abarcó menos de 15 mil hectáreas, en comparación con las aproximadamente 800 mil de Francia.
Suiza intenta desde hace años conquistar los mercados internacionales, debido entre otras cosas a la disminución del consumo nacional de vino. Le sobran cualidades para seducir: diversidad de regiones, microclimas, variedades indígenas.
En Lavaux, una región donde unos 200 viticultores trabajan en 800 hectáreas, los viñedos en terrazas, incluidos en la lista del patrimonio mundial desde 2007, están construidos en los flancos de colinas y se extienden sobre unos 30 km entre Lausana y Montreux, frente a los Alpes.
En el corazón de los viñedos, el Centro de descubrimiento de los vinos de Lavaux, en Rivaz, acoge cada año a miles de visitantes, de los cuales casi el 80% extranjeros, en particular asiáticos, explica a la AFP su gerente, Monica Tomba.
Muchos se van decepcionados por no poder encontrar estos vinos en el extranjero, asegura.
Pocos productores suizos se han atrevido a apostar por el mercado internacional. Exportar exige tiempo y recortar costes, algo delicado en estos viñedos, situados en terrazas o pendientes, en los que todo se hace sin máquinas, con una mano de obra cara.
Para imponerse «se verían obligados a rebajar mucho los precios» para competir con los vinos extranjeros. Tomba lo considera casi imposible para las pequeñas explotaciones de Lavaux.
Por el momento se exporta menos del 1% de la producción de vinos suizos, según el Observatorio Suizo del Mercado de los Vinos.
No sólo se debe a las reticencias financieras de los viticultores, sino también a la elección de los vinos de exportación de baja calidad y a una demanda interna aún suficiente.
Manhattan
Para cambiarlo, Swiss Wine Promotion, el organismo interprofesional local del vino, desarrolla desde hace cinco años una nueva estrategia que apunta a productos de calidad, afirma su director, Jean-Marc Amez-Droz.
Durante las actividades de promoción «ya no tomaremos un Fendant (la denominación más conocida de Suiza), un Dôle o un vino barato», sino otros muy específicos, afirma.
«Hemos constatado que si presentamos un Cornalin o una Petite Arvine a 30 o 40 francos (de 27 a 36 euros, entre 30 y 40 dólares), no hay discusión, mientras que si proponemos un Chasselas corriente a 5 francos (4,50 euros, 5 dólares), a la gente le parece demasiado caro», explica.
Michael Ganne, director de la casa de subastas ginebrina especializada Baghera Wines, aconseja «crear un dinamismo» en torno a una decena de «viticultores estrella» que producen vino de alta gama.
Por el momento existen muy pocas estrellas de este tipo. Marie-Thérèse Chappaz o Martha y Daniele Gantenbeim son algunas de las presentes en grandes restaurantes internacionales.
Una paradoja teniendo en cuenta que los grandes viticultores franceses «se forman en Suiza», apunta el francés Damien Leclerc.
Sandrine Caloz, de 30 años, dio el paso hacia la exportación a través de un importador estadounidense. Para ella ver sus botellas en restaurantes importantes de Manhattan «otorga credibilidad a nuestros vinos también y especialmente para la clientela suiza».