Desde que las sociedades principiaron a organizarse como tal, se ha visto el surgimiento de clases dominantes que han impuesto estilos de vida que marcan la cultura. Los antiguos mayas, los egipcios, los romanos o los griegos las tuvieron en la antigüedad, como las han seguido teniendo desde entonces todas las culturas y naciones en las diferentes épocas.
Cuando los mayas se diluyeron en distintos pueblos –quichés, cakchiqueles, zutujiles, entre otros– se multiplicaron esas clases dominantes hasta la llegada de los españoles, quienes impusieron por el poder militar sus costumbres, tradiciones y religión, para gobernar durante el largo período previo a la Independencia en 1821, cuando se deja a un lado la línea dominante de los reyes de España, pero bajo los lineamientos del linaje económico predominante en el país en aquél entonces. La habilidad de ese grupo dominante fue grande, porque interpretó el sentir popular, lo canalizó a su favor, para hacer que las estructuras económicas no cambiaran y siguieran favoreciéndole.
Desde ese momento se han visto movimientos y cambios entre las clases dominantes. Primero se hicieron llamar liberales o conservadores y se imponían por la fuerza militar. Luego fue claramente un militarismo autoritario, y ya en pleno siglo XX se vivió la Revolución del 20 de Octubre, con la cual se pretendió que fuera el pueblo el que dictara el camino que la Nación debía seguir.
Esos movimientos no fueron exclusivos de Guatemala y seguramente llegaron con algún retraso a nuestro país, porque la democracia empezó a predominar mucho antes de ese año en el planeta como un sistema en el que el poder político, la clase dominante, está siempre sujeto a la fiscalización de la sociedad, aunque no siempre funcione bien, ni en Guatemala ni en otras latitudes.
Después de la Revolución volvimos al militarismo, una corriente que se impuso en casi toda América Latina después de la Segunda Guerra Mundial. Fue una clase dominante autoritaria y represiva, pero finalmente también comenzó a caer en la región con el llamado efecto dominó. Pero la democracia no se fortalece a sí misma, son los pueblos los que deben robustecerla con su permanente participación.
En Guatemala, los militares se resistieron al cambio y a perder el poder, hasta que se dieron cuenta de que la sociedad principiaba a repudiarlos. Entonces dejaron que surgiera una nueva clase dominante, la política, que muy pronto perdió el rumbo, y en vez de ser impulsora y defensora de la democracia, ha intentado aprovecharse de ella para detentar todo el poder, al extremo de corromper el Estado en su máxima expresión.
En las pasadas elecciones hubo una manifestación popular a favor de la democracia. El mensaje implícito fue el rechazo a la tradicional clase política dominante, pero con la intención de seguir bajo el mismo sistema, aunque cambiado, mejorado.
Sin embargo, hay que ser claros y reconocer que si bien se han dado avances importantes en la lucha contra la corrupción y la impunidad, el cambio definitivo no se ha logrado. Jimmy Morales está obligado a responder a ese mandato popular y debe continuar su fortalecimiento.
La clase política inició la ofensiva para evitar su resquebrajamiento al aprobar el Presupuesto 2016, en el que se restan recursos al sector justicia, con el cual sabe que tendrá que medir fuerzas a partir de ahora. La resistencia al cambio es enorme. Nunca las clases dominantes aceptan perder el poder sin esforzarse antes por retenerlo y seguir imponiendo su estilo político, económico y social.
Estamos en medio de un camino, ante la disyuntiva que nos puede llevar a una nueva Guatemala o continuar igual, o peor aún. Si Morales es absorbido por las corrientes militaristas de su partido o cede a las pretensiones de la clase política dominante, veremos desastres en el país. Si por el contrario surge de él un líder nacional fuerte e importante, con buenas intenciones y promotor de cambios, veremos un resultado totalmente diferente.
Abraham Lincoln dijo a mediados del siglo XIX que la democracia debe ser un sistema del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Una frase que cobra vida a cada momento en cualquier nación que aprecie la libertad, pero sobre todo en aquellos países en donde se quiere que no prevalezca una clase dominante, porque los gobiernos deben ser pasajeros y fiscalizados siempre por el pueblo; es decir, por la sociedad en su conjunto.
En el pasado, el peso de esas clases poderosas se fue diluyendo paulatinamente. El poder político, económico o social no debe ser absoluto. Hay que recordar que todo poder corrompe, pero en la medida en que sea más dominante, se vuelve más corrupto. La sociedad tiene la palabra principal. Jimmy Morales también tiene la palabra acerca del lado en que estará.
Jimmy Morales podrá decidir si está del lado del pueblo o escoge ser parte de la clase dominante.