Frente a las cumbres nevadas de los Alpes, los vecinos de la violinista Alexandra Conunova disfrutan cada día del concierto que la moldava ofrece desde su balcón, en Lausana, con el objetivo de «salvar almas» a través de la música en plena pandemia.
Cada tarde, al caer el sol, son muchos los que se asoman a sus ventanas o los que salen a su jardín o a la calle para echar un vistazo hacia el último piso de un pequeño edificio de viviendas de Lausana, en el oeste de Suiza, de donde proviene la música.
Un concierto al aire libre que rompe con la rutina de sus vecinos, que pueden disfrutar de piezas de Glück, Vivaldi o Bach interpretadas por la violinista, acompañada por la melodía grabada de un piano.
«Creo que nunca me había sentido tan útil como artista, porque sé que durante el confinamiento le hago bien a la gente», cuenta a la AFP la moldava de 31 años.
Esos conciertos bajo las estrellas son para ella una «oración común» con sus vecinos.
«No sabemos cómo será la vida después, pero creo que nos estamos dando cuenta de que la música es una vía mágica para curar almas», afirma.
La enfermedad COVID-19 ha matado más de 1.300 personas en Suiza, donde se registraron 29.000 casos de contagio. El país no impuso medidas de confinamiento tan restrictivas como las de sus vecinos Francia e Italia, pero sí que cerró las escuelas y los pequeños comercios y suspendió todos los eventos culturales.
Alexandra Conunova debía actuar el viernes por la noche en Heidelberg, Alemania, pero el concierto fue anulado.
«Dentro de unos meses, cuando la vida haya recobrado su ritmo habitual, estoy segura de que irá más gente todavía a las salas de concierto, porque habrán comprendido hasta qué punto […] la música puede, de alguna forma, salvar almas», apunta.
Galardonada en 2012 con el primer premio del Concurso Internacional de Violín Joseph Joachim en Hannover, Alemania, Conunova también fue galardonada en 2015 en el Concurso Internacional Chaikovski de Moscú.