Recorrido de casi siete décadas, con visión paralela de mi vida con los acontecimientos sociopolíticos de Guatemala, nuestro bello país.
Gonzalo Marroquín Godoy
En el lejano 1954, el llamado Segundo Gobierno de la Revolución entra en crisis y confrontación. El presidente Jacobo Árbenz enfrenta no solo fuerte oposición interna, sino también presión externa, concretamente de Estados Unidos. El 27 de junio es derrocado por una fuerza apoyada por la CIA y asume el coronel Carlos Castillo Armas.
Ese fue el año de mi nacimiento en un hogar con fuerte tradición periodística. Un año que marca el inicio de la intensa pugna ideológica que nos ha mantenido enfrentados a los guatemaltecos hasta la fecha, con una guerra interna de 36 años que dejó muerte y dolor.
Los años 60 trajeron el inicio de esa guerra y el continuismo de gobiernos militares. Mi abuelo, Clemente Marroquín Rojas incursionó en la política y fue vicepresidente de la República (1966-1970). Mi padre, Oscar Marroquín Milla, fue diputado constituyente y otra vez por Jalapa, mientras yo tenía mi primer contacto con la prensa, aunque no como periodista, sino trabajando en los talleres del diario Impacto.
Hay acontecimientos mundiales que llaman mi atención de adolescente: los asesinatos de John F. Kennedy (1963) y Martin Luther King (1968); el primer hombre pisa la Luna –Neil Armstrong– (1969); en el plano nacional, la década se inicia con el surgimiento del primer grupo guerrillero (1960).
Conozco por primera vez el concepto de corrupción, pues cuando íbamos con la familia a la costa sur, pasábamos por el quetzal de piedra en la carretera vieja a Escuintla, y mi linda mamá, Victoria Godoy Cofiño de Marroquín, lo señalaba y decía: ese es el único quetzal que dejó Ydígoras, refiriéndose al derrocado presidente Miguel Ydígoras Fuentes.
En los 70, mi vida alcanza una dimensión muy grande. Me caso con una gran mujer y tengo mis primeras maravillosas hijas, Claudia y Alejandra; me inicio en el periodismo y vivo el terremoto más fuerte que ha golpeado al país (1976); empiezo un recorrido como corresponsal de prensa internacional y trato por primera vez con gobernantes: Kjell Laugerud y Romeo Lucas.
En los 80 mi vida sigue siendo intensa. Vuelvo a casarme con otra gran mujer y llegan cuatro hijos también maravillosos: Gonzalo, Laura, Sofía y Lucía. Tengo mi primera experiencia en televisión –el telenoticiero 7Días–, pero antes me toca reportar dos golpes de estado (1982 y 1983), a lo que sigue la apertura política de los militares y la entrega de poder a civiles, con nueva Constitución. Me cabe el honor de proponer el artículo 35 de la Constitución sobre Libertad de Expresión, siendo presidente de la Asociación de Periodistas de Guatemala (1984-1985).
En los 90 sigue mi recorrido periodístico en el diario La República y luego Prensa Libre. Para entonces la dimensión familiar crece con los primeros nietos increíbles: Fernando, Natalia y Luna. En el plano profesional me toca representar a Guatemala en varias comisiones pro libertad de prensa en todo el continente. Se da el colapso de Jorge Serrano y luego se empieza a fortalecer el sistema político en base a corrupción e impunidad.
No hubo blackout informático con la llegada del nuevo milenio (2000). Me toca ser espectador de la sucesión de gobiernos civiles. La población principia a sentir aquello de que siempre nos escoger entre el menos malo en las elecciones generales y se comprueba que el sistema político no ofrece soluciones a la problemática nacional.
El tiempo transcurre. A finales del siglo XX estábamos entre los peores países latinoamericanos en el Índice de Desarrollo –mide educación, salud, pobreza, etcétera–
Ahora seguimos igual. La capital se moderniza, pero los índices muestran que estamos igual o muy cerca de Haití, Honduras y Nicaragua.
En 2011 llego a la presidencia de la Sociedad Interamericana de Prensa –la SIP–. En 2015 revientan los escándalos de corrupción y se desnuda la trama para crear impunidad.
Mucho mejor es la llegada de más nietas lindas –perdón por la falta de modestia–: Camila, Juliana y recientemente Venus.
En lo personal, tengo mucho que agradecer a Dios. Me ha regalado inmerecidamente una familia fuera de serie. En lo profesional tampoco tengo motivo de queja, más allá de contratiempos normales con lo que sucede con el negocio de la prensa.
Ahora llego a los 68 años. Tendré más nietos y razones para ser feliz. Eso en el plano personal y profesional, pero como guatemalteco, lo único que me queda es soñar que pronto vendrán cambios para mejor. Sueño con la llegada de políticos honestos, una nueva generación que piense en la oportunidad que representa gobernar y hacer cosas importantes para el bien del país, que no digan frases trilladas –he logrado lo que nadie hizo antes–, sino que, en vez de palabras vacías, veamos con hechos que empezamos a ser un país de oportunidades… para todos.