La triste y complicada existencia de Jessyca, prostituta peruana muerta en París

Estudiaba francés y soñaba con ser cocinera y salir del Bois de Boulogne, un parque de París conocido por ser un centro de prostitución. Jessyca Sarmiento, trabajadora sexual peruana transgénero que murió atropellada la semana pasada, hizo todo lo posible para cambiar de vida.

«Murió de la peor manera», solloza Dina. El 20 de febrero, esta prostituta de 26 años, también peruana, llegó «al bosque» con Jessyca, de 38 años. Eran las nueve de la noche. «Pasábamos las noches juntas», cuenta a la AFP.

Dina se fue con un cliente y ya no volvió a ver a su amiga, arrollada mortalmente por un automovilista pasadas las dos de la madrugada.

Según los primeros testimonios, se trató de un acto deliberado y se abrió una investigación por «homicidio voluntario» pero hasta ahora no se ha detenido a ningún sospechoso.

Dina y sus compañeras, en su mayoría peruanas, se manifestaron el sábado en París, cerca del lugar del atropello, para pedir «justicia para Jessyca».

Oriunda de la provincia de Cañete, a unos 100 km de Lima, Jessyca Sarmiento llegó a Francia en abril de 2019 después de ejercer la prostitución durante varios años en Argentina. Una vida muy similar a la de su compatriota Vanessa Campos, quien murió de un disparo en agosto de 2018 también en el Bois de Boulogne.

Jessyca «tenía una situación financiera complicada e importantes problemas de salud», cuenta Brenda, nombre ficticio de esta mujer de 41 años que la ayudó a venir a Francia y la recibió en su casa, en las afueras de París.

«Le presté dinero para el billete de avión y me lo devolvió», explica esta mujer, también peruana, que subraya que sufrió dos violentas agresiones en el Bois de Boulogne ejerciendo la prostitución.

«Sueños interrumpidos»

Jessyca trabajaba poco y una vez pagado su alquiler, enviaba lo restante a su hermanastro, cuya hija también es transgénero. «Tenía miedo de que ella dejara la escuela y se prostituyera como ella», explica Brenda.

Para ella, la prostitución era el medio que le permitiría realizar su sueño de convertirse en cocinera. «Vendía en casa y en su lugar de trabajo los platos que preparaba», recuerda Brenda.

En este proyecto había recibido la ayuda de una asociación de defensa de las personas transgénero, Acceptess-T, junto a la que también preparaba un recurso para no verse obligada a abandonar Francia, ya que había recibido un aviso al respecto en agosto de 2019. Además, estudiaba francés y estaba en terapia psicológica. 

«Era muy discreta y voluntariosa. Era una buena alumna, que había hecho grandes progresos en pocas semanas», dice su profesor de francés, Rémi Vibert.

Jessyca se encontraba inmersa en un proceso de reconversión provocado por su llegada a los 40, cuando los ingresos de las trabajadoras sexuales disminuyen.

«Le dije que aprendiera francés para que tuviera otra forma de ganarse la vida, no quería que trabajara más en el Bois de Boulogne, sentía que estaba en peligro», afirma Brenda.

La penalización de los clientes desde 2016 es responsable, según varias asociaciones, del aumento de la violencia contra las trabajadoras sexuales, obligadas a ejercer en lugares muy apartados y alejados de los controles de la policía.

Según estas asociaciones, una decena de trabajadoras sexuales han muerto violentamente en Francia en los últimos seis meses.

Giovanna Rincón, directora de la organización Acceptess-T, no esconde su rabia: «Jessyca hizo todo lo que pudo para que le fuera bien, pero sus sueños se vieron interrumpidos».

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