Estos últimos meses en Buhera, una catástrofe tapa a otra. Devastado en marzo por el paso del ciclón tropical Idai, este distrito rural del este de Zimbabue sufre actualmente una grave sequía que amenaza con hambruna a su población.
Omega Kufakunesu, de 40 años, recuerda como si fuese ayer el diluvio que cayó hace seis meses sobre su pequeño pueblo de Mahwengwa.
«Cayeron lluvias torrenciales durante una semana entera, algunos perdieron su casa», cuenta esta madre de seis hijos. «El agua se filtraba por los muros. Afortunadamente, nuestras chozas resistieron».
Pero las cosechas no. Antes de las llegada de Idai, los campesinos ya habían renunciado a su cosecha de maíz, aniquilada por la sequía. Esperaban entonces salir adelante con el mijo y el sorgo, más resistentes al fuerte calor.
Pero no fue así. Ahogados por el ciclón, empezaron a germinar. «Y es imposible comer un grano que germina», afirma Omega Kufakunesu.
Luego de haber devastado la ciudad de Beira, en el centro de Mozambique, donde dejó más de 650 muertos, Idai continuó camino a Zimbabue. Allí, 350 personas murieron y decenas de miles resultaron damnificadas.
Afectados desde hace años a episodios recurrentes de sequía, los pobladores del distrito de Buhera tienen una ayuda de emergencia del Programa Mundial de Alimentos (PMA). Se trata de 8 dólares por mes por persona, aceite y raciones de avena para los niños.
«Eran suficientes para tener tres comidas por día, pagar los gastos de escolaridad de los niños y sus comidas en la escuela», recuerda ahora Kufakunesu.
Sobrevivir como se pueda
Limitada a los periodos entre dos cosechas, esta ayuda se terminó. Pero la sequía no.
Entre las chozas con techos de paja, la tierra se volvió polvorienta y sólo los árboles exhiben aún un poco de verde en sus hojas. La familia tuvo que adaptar su régimen diario. Hoy no almuerza y solo cena «sadza», un caldo muy pobre.
«Los niños recogen frutos salvajes y por la noche nos alimentamos con ‘sadza’ de vegetales de la huerta comunitaria», cuenta la madre de familia. Esto no alcanza para llenar el estómago.
En cuanto al agua potable, la situación no es mejor. El pozo cavado en su jardín está cerca de agotarse. «Sólo un dique podría ayudarnos».
En los pueblos alrededor, las malas cosechas hundieron a miles de pobladores en la inseguridad alimentaria.
Para enero, su número alcanzaría los 7,7 millones -es decir casi la mitad de la población de Zimbabue-, de los cuales 2,2 millones en las ciudades, según la ONU.
Las agencias de Naciones Unidas lanzaron en agosto un llamado de urgencia los donantes para recolectar los 331 millones de dólares que estiman necesarios para ayudar al país, víctima ya de una crisis económica catastrófica.
A la espera de que eso se concrete, los habitantes del distrito de Buhera sobreviven como pueden.
En el pueblo de Joni, Fungai Mugombe, de 49 años y madre de siete hijos, montó con las otras dos mujeres de su marido un pequeño puesto de venta de chatarra recuperada que trenzan como alambrado sobre ruedas de camiones.
«Necesidad de ayuda»
«La gente lo compra para hacer cercos, lo que nos da un pequeño ingreso», explica.
A menudo, cambia hierros o alambres viejos por alimentos. Una vez lo hizo incluso por una vaca. «Tuvo cría justo antes de que la consiguiese. Espero que tenga más», dice Fungai Mugombe.
El gobierno afirma haber dedicado 1.800 millones de dólares zimbabuenses (120 millones de dólares estadounidenses al cambio oficial) de su reducido presupuesto a la producción de «cultivos estratégicos».
Pero en un país hundido en la crisis desde hace 20 años, estos granos se hacen esperar y el sufrimiento continúa.