Amani Osman pasó siete horas en una celda helada y 40 días en prisión por haberse manifestado contra el régimen en Sudán pero esta activista y abogada advierte que las mujeres continuarán la lucha por la igualdad.
En este país regido por la sharía (ley islámica) que les impone numerosas restricciones, las mujeres estuvieron al frente de la protesta que precipitó la caída del presidente Omar al Bashir, destituido por el ejército el 11 de abril, tras 30 años en el poder.
La noche del 12 de enero, Amani Osman fue llevada a un lugar llamado «el refrigerador», en Jartum. En Sudán, donde las temperaturas suelen alcanzar los 50 ºC, uno de los métodos empleados para quebrar a los disidentes es el frío.
«En esta habitación no hay ventanas, nada. Solo el aire acondicionado al máximo y una luz encendida las 24 horas, los siete días de la semana», cuenta Amani a la AFP.
El «refrigerador» se encuentra en un centro de detención administrado por los todopoderosos servicios de inteligencia, NISS, y situado en un inmueble discreto, a orillas del Nilo Azul.
Decenas de activistas, manifestantes y opositores políticos al régimen de Bashir pasaron por este lugar que los agentes de inteligencia llaman cínicamente «el hotel», un sitio «mugriento», recuerda Amani.
Los interrogatorios se realizan en esta celda helada. Al terminar, según el humor de los guardias, los detenidos son liberados o llevados a prisión.
Icono
Amani Osman recuerda que a su llegada un agente felicitó a sus colegas lanzando: «Habéis atrapado al animal», tras lo cual le quitaron todas sus pertenencias, salvo su Corán.
«Fui detenida, en contra de todas las leyes y de toda moral porque soy una activista y porque defiendo a las mujeres en un país donde no tienen voz», denuncia Asmani, actualmente en libertad.
«Como mujer, no puedo salir sola, no puedo estudiar en el extranjero y no puedo vestirme como quiero», denuncia a su lado Salwa Mohamed, de 21 años.
Durante semanas, miles de manifestantes mantuvieron una sentada delante del cuartel general del ejército en Jartum reclamando un poder civil.
Allí, coreando versos en homenaje a las reinas nubias (las soberanas que marcaron la historia de la región en la antigüedad), bajo un velo blanco y el dedo apuntando hacia el cielo, Alaa Salah, una estudiante de 22 años, se convirtió en icono de la revolución.
El 3 de junio, la sentada fue dispersada por la fuerza. Tras semanas de tensiones, los generales en el poder y los líderes de la protesta firmaron un acuerdo para repartirse el poder durante una transición de tres años.
«No vamos a esperar más por nuestros derechos, vamos a luchar para obtenerlos», reivindica Amani, añadiendo que las sudanesas reclaman un «40% de los escaños del futuro Parlamento».
La Alianza por la Libertad y el Cambio (ALC), líder del movimiento de protesta, incluyó esta petición en el acuerdo, según Asmani.
La universidad de Ahfad, creada en 1966 en Omdurman, ciudad gemela de Jartum, está reservada a las mujeres. Se enseña medicina, farmacia o psicología, y se explica a las mujeres cuáles son sus derechos, advirtiéndolas de la escisión y los matrimonios forzados.
«Este lugar es un espacio de libertad», dice Ayop Albino Akol, estudiante de 22 años que osa retirar su pañuelo y llevar ropa ajustada.
Para Amani, las reglas de la sharía fueron «desviadas» a una interpretación rigorista por Omar al Bashir para «amordazar a las mujeres». «Pero un nuevo Sudán está naciendo, con un gobierno civil que permitirá la igualdad».