- (Se dice de alguien que es sometido al fuego, que se quema más de la cuenta… pero se hace de una manera chusca u ordinaria)
Crispino Picón Rojas
Cuenta la historia, y no lo digo yo, ni ninguno de quienes forman La Red de camaradas, amigos y meseros, que en la época de la Inquisición –que por cierto duró algunos siglos–, no era importante demostrar que el acusado hubiera cometido herejía, sino simplemente se les acusaba por pensar o actuar en la línea contraria a quienes detentaban el poder.
Para mejor ilustrar, queridos lectores, basta mencionar a dos personajes que fueron acusado por la Santa Inquisición: El científico Galileo Galilei, quien estuvo a punto de ser ¡chamuscado! en una hoguera por decir el disparate de que la Tierra giraba alrededor del Sol, algo que él había confirmado con estudios científicos astronómicos. Otra fue la jovencita Juana de Arco, líder guerrera que guio a los franceses en victorias ante los ingleses, hasta que fue capturada y quemada en una hoguera, tras declararla convenientemente culpable de herejía.
Pero ustedes se preguntarán: ¿Qué tiene que ver esto con la actualidad nacional? ¿Qué fregados tienen de parecido estos casos con lo que sucede en la bella Chapinlandia? Aquello ocurrió en la Europa medieval, mientras que ahora se nos vende que algo parecido no podría suceder, porque existen sistemas de justicia que garantizan que la verdad debe prevalecer en cualquier juicio.
En aquella época, quien tenía el poder político y militar, impartía también la justicia y sus fallos y resoluciones no podían objetarse. Quién lo hiciera corría el peligro de sumarse a la santa persecución de la Inquisición, una institución que funcionaba con absoluto poder y hacía temblar al más honesto y transparente de los humanos medievales.
Eso sí, la Inquisición requería de ciertas condiciones para operar:
PRIMERO: Para ser acusado tenían la persona tenía que ser destacada y su actuar estar en la dirección contraria a lo que el poder de la Inquisición imponía.
SEGUNDO: No se requerían pruebas contundentes, porque las mismas podían ser hasta inventadas por la parte acusadora. De tal cuenta que se buscaban o implantaban. Se conseguía a testigos, muchas veces personas presionadas por el poder inquisidor, que hacían los señalamientos necesarios en contra del acusado.
TERCERO: En ningún momento se suponía que el acusado fuera inocente. Lejos de existir o permitir la presunción de inocencia, se le trataba desde el primer día como culpable. El proceso era sólo para llenar el formulismo.
CUARTO: Se creaba tribunales ad hoc, en donde los jueces llegaban con la certeza de que el fallo debía ser condenatorio, siempre a favor de la Inquisición y de la parte acusadora. Era una conspiración montada contra los acusados, que poco o nada podían objetar.
QUINTO: La parte acusadora controlaba todas las pruebas que se presentaban, ya fueran reales o simplemente montajes, con testigos que muchas veces participaban bajo la presión de hacerlo o, en caso contrario, serían también acusados de herejía y sometidos al mismo proceso.
SEXTO: El castigo debía ser ejemplar, pues lo que se quería era sembrar el miedo ante el poder de la Santa Inquicisión, convertida en su momento en un poder dentro del mismo poder político. Se trataba de un sistema o grupo que podía imponer temor, pues cualquier acusación que saliera de su boca como ahora sucede con algunos en las redes sociales– se convertía automáticamente en el inicio de una causa que podía terminar en la hoguera.
El poder de la Inquisición estaba en la fuerza de su capacidad de acusar y lo riguroso de sus penas. No había nada ni nadie que se opusiera a estos juicios disparatados, porque hacerlo podía significar caer bajo su persecución.
Galileo Galilei fue doblegado por la Inquisición y tuve que aceptar los cargos para evitar la hoguera y condena, una práctica que a muchos les puede parecer parecida…
Juana de Arco tuvo menos suerte, porque se trataba de quitar del camino a una heroína que pdía levantarse contra el poder militar inglés en cualquier momento. Su juicio fue ante un juez ad hoc, casi sumario, sin permitirle pruebas y con una sentencia contundente: la hoguera.
En esta Guatemala de hoy, la justicia se ha convertido en algo parecido a la Inquisición, cuando de juzgar a opositores –los herejes modernos– se trata. Por eso los casos mencionados pueden tener algún paralelismo con los juicios contra Virginia Laparra, José Rubén Zamora y Samari Gómez. ¿O no?