Como suele ocurrir con casi todo en la vida, la perspectiva de los hechos cambia según quien los vea o analice, sin importar si son acontecimientos deportivos, sociales, económicos y, sobre todo, políticos. Es suficiente con ver diferentes puntos de vista sobre algo tan sencillo como el hecho de que una persona se quede un día en cama sin hacer nada. Si es alguien pobre, decimos que es un haragán (huevón), pero si es alguien adinerado, entonces es un pobre hombre con estrés, o que le ha dado un nervous breakdown.
Desde mis ya lejanos días de joven e inquieto periodista —estoy hablando de la época de los gobierno militares, en los años setenta y ochenta— he escuchado reiteradas quejas de los gobernantes de turno sobre la mala actitud de la prensa, que no informa todo lo bueno que hacemos y solo destaca lo malo. Ni uno solo de la lista de militares y civiles ha fallado con eso, aunque unos peor que otros.
¡Por supuesto!, qué lindo sería para ellos que fuera al revés, que se hablara de sus obras maravillosas (¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?) y no se dijera nada de la triste realidad que afecta al pueblo: corrupción, irresponsabilidad administrativa, ineficiencia, abusos, impunidad e intolerancia. Es mejor un titular que diga que se puso la primera piedra o se dio el banderazo de salida de tal obra —algunas carreteras y obras públicas han sido inauguradas más de una vez—, que se ponga al desnudo —por ejemplo— la crisis hospitalaria que ningún gobierno ha sido capaz de atender adecuadamente.
Recuerdo una anécdota interesante que debe haber ocurrido en el primer semestre del año 2000. En septiembre del año anterior había llegado al país como nueva embajadora de Estados Unidos la diplomática Prudence Bushnell, quien desde el principio mostró gran simpatía hacia el nuevo presidente, Alfonso Portillo, de cuya administración decía —más o menos— maravillas, tanto en público como en reuniones privadas.
En cierta ocasión, la embajadora hace una atenta invitación a directores de medios para un almuerzo en el restaurante Giuseppe Verdi, en donde nos habla de las maravillas que Portillo estaba empezando a realizar en el país y aprovecha para criticar a la prensa, que solo se centra en lo malo (no son palabras textuales, por supuesto), y comenta como exagerada la publicación de una fotografía en la primera plana de Prensa Libre del carro blindado utilizado por el Presidente, regalado por su amigo, y principal financista, Francisco Alvarado —con quien, por cierto, terminaría confrontado por los casos de los bancos gemelos, y el supuesto alquiler de la casa en la zona 14, donde vivió los cuatro años de su administración—.
Por la alusión, y siendo director de ese diario, le rebatí su argumento con un ejemplo. Le pregunté si no sería objeto de una portada en el Washington Post o en The New York Times, si el presidente Bill Clinton volara en un avión regalado por Bill Gates, en vez de usar el famoso Air Force One. En todo caso, se le explicó que la prensa independiente guatemalteca hace lo mismo que la de todas partes del mundo: cumple con su función informativa. Antes de partir, ella recordó conmigo esa anécdota y me dijo con humildad: Ud. tenía razón aquella vez.
Durante siete u ocho años estuve viajando por Latinoamérica para atender problemas sobre libertad de prensa, algo que me permitió conversar con gobernantes en varios países. La queja es siempre la misma: publican lo malo y no lo bueno. Durante los quince años que permanecí como director en Prensa Libre, varias veces los gobernantes se quejaban ante los socios del periódico para decir que publicábamos lo malo y no lo bueno para vender más periódicos. Siempre se les hizo ver que lo que nosotros hacíamos era poner énfasis en la información que más afectaba a los guatemaltecos, y que nuestra tarea no era la de hacer apologías a los gobernantes.
Yo sostengo que no hay buenas o malas noticias, simplemente hay noticias, algunas pueden tener connotación positiva y otras negativa, pero siempre depende de el cristal con que se mire.
Durante el gobierno de Ramiro de León, en el diario laRepública detectamos —y se publicó— una red de vistas de migración y taxistas que se dedicaba a asaltar a turistas que llegaban de América del Sur. Fue noticia de primera plana. La Cámara de Turismo nos dijo que hacíamos daño a la imagen del país. La respuesta fue que nosotros no hacíamos el daño, sino que era que aquello sucediera.
La respuesta del gobierno fue interesante. En vez de negarlo y patalear por la mala noticia, envió al ministro de Gobernación a resolver aquello. Se despidió a un grupo de vistas y se organizó por primera vez a los taxistas con identificaciones y otro tipo de controles. La mala noticia para unos, fue buena para otros, y el problema se corrigió.
La prensa no está para sobar la leva de los funcionarios de turno. Cuando la gestión de un gobierno es buena, no se puede tapar con un dedo. Por eso, ni Jimmy Morales ni Jafeth Cabrera debieran preocuparse tanto de lo que dice o no la prensa. Mejor traten —al menos inténtelo— de trabajar bien y con honestidad. Si eso pasa, los elogios llegarán. Si no llegan, tengan la plena seguridad de que están fracasando.