Mensajes contundentes, no dejar nada oculto o entrelineado. Menos sutilezas y más directos. En esto se traduce uno de los cambios relevantes de los últimos meses, que no solo es notorio en los espacios de decisiones de envergadura, sino inclusive en las conversaciones cotidianas. Menos miedos, más disposición a la denuncia.
Ese avance se complementa con el hecho que en política, cada acierto representa una dosis de gasolina, que por pequeña que sea, permite ampliar los márgenes de maniobra. Esto es vital, especialmente cuando los caminos son angostos. Tal parece que esto es lo que sucede en el Congreso y con matices, en el Ejecutivo. En el primero de los casos, el diputado Mario Taracena logró caminar un primer trecho con base en el efecto sorpresa. Nadie o muy pocos se imaginaban que caminaría a gran velocidad, con resultados concretos y con una agenda que tocaría asuntos inimaginables. No fueron golpes de fuerza, sino productos de experiencia y sagacidad, pero con un riesgo evidente: cada acción genera reacciones, la mayoría de ellas adversas. Un poco tarde, pero las fuerzas contrarias despertaron y con rapidez han actuado para crear un bloque de contención. Hay que obliga a la máquina a reducir su velocidad, dar golpes de timón para cambiar de dirección. La percepción de logros es externa.
Las semanas subsiguientes han comprobado lo anterior. Los límites de la acción política se han reducido, cada paso se hace más difícil; se han perdido algunos pulsos. Esto ha dado como resultado la necesidad de acudir a los apoyos en forma abierta, sin dejar nada a la imaginación. Ese paso da márgenes a mayores desafíos: los actores externos funcionan con base a intereses. No basta la solicitud o la necesidad manifiesta. Se apoyará solo en los casos donde haya convergencia de agenda, temas comunes. Las ideas iniciales requerirán adaptaciones para reflejar los ámbitos de interés mutuo, dejando abierta una veta de dependencia que irá en aumento en la medida que las «necesidades» se amplíen. Lo peligroso de ese manejo de relaciones radica en la constante generación de incentivos, para que la maquinaria tenga el suficiente lubricante. Eso recuerda la imagen de la zanahoria y el garrote; uno no funciona sin el otro.
Para actores decisivos de la comunidad internacional, los vientos soplarán a favor si en la mesa se discuten iniciativas relacionadas con seguridad, justicia, combate a la corrupción, transparencia, competitividad y generación de empleo. Temas predilectos donde el camino es un poco más amplio. Reformas como la electoral, es necesaria pero vista como condición previa, y por tanto, donde los esfuerzos nacionales deben ser los pioneros e evidentes. Lo mismo sucede con lo relativo al fortalecimiento institucional. El combustible para que las cosas sucedan procede de las apuestas de la comunidad externa a los actores públicos.
Se corre otro riesgo, esperar más de las capacidades reales. Eso ha sucedido recientemente con la discusión de la paridad, en el marco de la discusión de las reformas electorales. La apuesta inicial era que las organizaciones sociales se hicieran presentes, masivamente, en el Legislativo y no solo presionaran desde los espacios mediáticos. Eso no sucedió. Las reacciones fueron mucho menores. La dispersión y el raquitismo se hicieron manifiestos. Hizo falta la gasolina necesaria. La batalla no está perdida, pero se ha erosionado.
En el caso del Ejecutivo, por mucho que nos quejamos, el Presidente y sus equipos siguen gozando de un período de sobriedad. El ejemplo está en la crisis de la salud. Lluevan las denuncias, los resultados de monitoreos, una resolución de la Corte de Constitucionalidad, reportajes periodísticos. Lo suficiente para poner a tambalear a cualquier gobierno, crear una serie de movimientos sociales. El caos es evidente, las responsabilidades compartidas por los últimos tres gobiernos (al menos) son elocuentes, pero al final poco se mueve. Hay temblores pero no el terremoto esperado. Son necesarios más esfuerzos, más presiones para forzar a la reducción del combustible.