La corrupción y la impunidad campeaban en el país, y la sociedad se mostraba tolerante y/o frustrada. La credibilidad institucional en la justicia se había perdido del todo, y la clase política era una especie todopoderosa y prácticamente intocable.
Sin embargo, el malestar social creció entre marzo y abril del año de 2015, sobre todo, por el destape de escándalos de corrupción por parte de la prensa —el caso del agua milagrosa para Amatitlán—, y por la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) y el Ministerio Público (MP), con el llamado Caso de La Línea.
Aquella ciudadanía silenciosa empezó a despertar. Fue por medio de las redes sociales donde germinó el movimiento que llegó a conocerse como #RenunciaYa. Con esa etiqueta o hashtag, se convocó a una manifestación el 25 de abril en la Plaza Central o Plaza de la Constitución. La respuesta fue muy fuerte, porque cerca de 50 mil personas se congregaron para demandar la renuncia de los entonces gobernantes, Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti.
Pero la situación no quedó en eso solamente. Poco a poco el movimiento fue cobrando fuerza, y durante 20 sábados, una multitud ciudadana regresó a la Plaza para exigir, ya no solo protestar, que se pusiera fin a la corrupción y la impunidad, al tiempo que se expresaba un repudio a la llamada clase política.
El movimiento ciudadano cobró fuerza sin liderazgos visibles. Eso fue tal vez su gran fortaleza, y ahora, visto a la distancia, también una debilidad, porque poco a poco aquella corriente se fue diluyendo y no queda más que la manifestación por medio de las redes sociales.
¿Qué logró aquel movimiento ciudadano? No ha sido poca cosa, aunque, evidentemente, tampoco suficiente para promover cambios de fondo en la vida política e institucional del país. Sin embargo, no se debe perder de vista que aquel movimiento fue un factor determinante para que renunciara primero la exvicepresidenta Baldetti, y que la misma suerte corriera luego Pérez Molina. Se pudo apreciar que una alianza CICIG-MP/Ciudadanía/prensa independiente, puede llevar a cabo acciones de impacto.
El país vivía simultáneamente un proceso electoral. También en las elecciones de 2015 tuvo algún grado de incidencia el movimiento ciudadano. El repudio hacia la clase política provocó que dos aspirantes, en teoría los más fuertes —Manuel Baldizón y Sandra Torres—, perdieran los comicios frente a un casi desconocido Jimmy Morales, con un partido aún menos conocido, el FCN-Nación.
Ahora se llega a este aniversario del brote del movimiento ciudadano en medio de un ambiente político agobiante. El Congreso de la República, reducto de la clase política, está volviendo a mostrar que no hay interés de cambiar el país. Abusos, coacción, corrupción e incapacidad son la nota destacada en la legislatura.
El partido oficial, FCN-Nación, en vez de mostrar que se trataba de algo diferente, decidió nutrirse de la basura de los partidos en caída —Líder y PP— y, para colmo de males, el presidente Morales no se aparta de la forma tradicional en que han actuado los anteriores gobernantes.
La Plaza no se olvida, porque tuvo frutos, pero, ahora, la Plaza se añora por parte de algunas corrientes ciudadanas.
Es posible que se requiera un detonante especial —como fue el caso de La Línea—, pero no cabe duda de que las aspiraciones de aquellas manifestaciones no se alcanzaron en su totalidad: no se logró un relevo o renovación en la clase política.
Se aplaudió la refrescante brisa que se sintió cuando en el Congreso se dijo que habría más transparencia, pero la alegría ha durado muy poco y ahora los diputados vuelven a las andanzas, eso sí, falta aún ver el mamarracho de reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, con las que piensan dorar la píldora a la sociedad para seguir con el control del país.
Al presidente Morales se le acaba el tiempo. El malestar aumenta y no ha logrado enviar algún mensaje claro —más allá de palabras— del rumbo al que quiere llevar al país.
La Plaza logró cosas. La Plaza tiene fuerza cuando la ciudadanía se expresa, cuando hace escuchar su voz. Cuando La Plaza está en silencio, los políticos se sienten cómodos.
La gran interrogante es si veremos un pulso entre sociedad y clase política. Si se produce, la fuerza, el valor y los principios están del lado ciudadano.