Un sombrío panorama se esbozó sobre la economía mundial en 2019 y podría continuar en 2020, con una lenta asfixia del crecimiento mundial ante la falta de adaptación a las tensiones comerciales, a las frustraciones sociales, a la digitalización y al cambio climático.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) prevé que el crecimiento mundial se situará el año próximo en 2.9%, como en 2019, su nivel más bajo desde la recesión mundial de 2009 tras la crisis financiera. «Estamos en un periodo inquietante», señala su economista jefe, Laurence Boone.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) espera por ahora un rebote de 3.4% el año próximo. Pero esta recuperación «sigue siendo precaria», advierte la economista jefe del Fondo, Gita Gopinath.
La economía mundial no solo se encuentra al final de un ciclo, sino también al final de una era, la de los intercambios comerciales y el ascenso industrial de los países emergentes.
El consenso diplomático en torno del librecambio estalló en pedazos con la llegada al poder del presidente estadounidense Donald Trump, enfrentado a China en una pulseada comercial y también tecnológica de la cual depende, en gran parte, la evolución económica a corto plazo.
El Brexit -si tiene lugar como está previsto- será un ensayo adicional para el multilateralismo.
Las finanzas mundiales están profundamente trastornadas tras años de generosidad de los grandes bancos centrales. De ser vigilantes lejanos, estos últimos se convirtieron, a menudo a su pesar, en pilotos omnipresentes de la coyuntura.
El fenómeno a primera vista absurdo de las tasas de interés «negativas» se generaliza en algunos países, reduciendo la rentabilidad de los bancos, e inflando una deuda privada a veces de mediocre calidad.
Steve Eisman es categórico: «No tendremos una crisis sistémica», como la de Lehman Brothers, asegura a la AFP este inversor conocido por haber anticipado hace una década el derrumbamiento del sistema financiero estadounidense.
Este financista, cuya historia inspiró la película «The Big Short», ve más bien «una recesión típica con una economía que se desacelera y gente que pierde dinero. Será ya bastante doloroso de esa manera».
Ludovic Subran, economista jefe de la aseguradora Allianz, observa de su lado «un purgatorio de crecimiento» mundial.
Si se produce, «el próximo choque sistémico no vendrá sin dudas de las finanzas, sino que será exógeno. Por ejemplo un gran shock de regulación de los datos personales, o en vínculo con el clima».
Elecciones estadounidenses
La «sacudida» podría producirse con la elección a presidente en Estados Unidos. Elizabeth Warren, candidata demócrata, quiere una política fiscal más dura para las grandes fortunas, atacar de manera frontal a los gigantes de internet conocidos como GAFA, y reforzar las exigencias climáticas.
El administrador de fondos y multimillonario Leon Cooperman la ha acusado de querer destruir el «sueño americano».
Excepto que Donald Trump sea reelegido. «O hace un segundo mandato a la estadounidense, es decir no hace nada. O redobla la apuesta contra China», teme Subran.
Las tensiones geopolíticas, la distribución de la riqueza, la digitalización y el clima son cuestiones que dominarán la economía mundial mucho más allá de Estados Unidos, y del 2020.
El ascenso de los gigantes tecnológicos sentados sobre montañas de datos replantea la distribución de las riquezas y remodela el concepto de empleo.
Frente al cambio climático, industriales e inversores revisan sus estrategias. Incluso el gigante petrolero saudita Aramco redujo el volumen de su gigantesca introducción en bolsa.
«No tenemos miedo de superar una crisis coyuntural. Sabemos hacerlo», confía a la AFP Ingo Kübler, representante de personal del proveedor automovilístico alemán Mahle, que suprime empleos a raíz sobre todo de la pérdida de mercado del diésel.
Ira social
«El gran tema es la transformación, la digitalización, la movilidad eléctrica. Tememos la pérdida de muchos empleos» ante un flujo de baterías de vehículos chinas, se preocupa.
Si una Alemania todavía próspera se preocupa por el futuro, otros países -Líbano, Chile, Colombia, pero también Francia con los «chalecos amarillos»- ya han vivido explosiones de ira social.
Nicolás Achondo, cocinero chileno de 33 años, tuvo que cerrar su restaurante, ahogado por los gastos médicos tras un accidente. «Al no tener cómo pagar entras en el sistema de los deudores. Como emprendedor, el hecho de ser deudor hizo imposible obtener un crédito para mi negocio y éste empezó a generar deudas. Es bien injusto», explicó a la AFP.
En un mundo con un crecimiento débil donde, según la oenegé Oxfam, 26 multimillonarios tenían el mismo dinero que la mitad más pobre del planeta, la cuestión de la distribución de la riqueza se planteará cada vez con mayor dureza, incluyendo a los países desarrollados.
«Incluso cuando la gente parece beneficiarse de un confort material básico, puede conocer el mismo nivel de miseria y malestar que los más pobres», advirtió Esther Duflo, especialista en cuestiones de desarrollo, poco después de haber obtenido el 14 de octubre el premio Nobel de Economía.