Thomas nació mujer, pero siempre se percibió varón. Una ley de 2012 le permitió el cambio de identidad de género en Argentina y un reciente decreto que establece un cupo para transexuales en la administración pública le abre la puerta a un trabajo formal.
«Si bien Argentina es pionera en un montón de derechos, no es gratuito. Viene a costa de muchas muertes en nuestro colectivo«, recuerda a la AFP Thomas Casavieja, de 32 años, al considerar una reparación histórica el decreto que reserva el 1% de las vacantes del Estado a personas transexuales.
Aunque Argentina abrió camino en América Latina con leyes como la del matrimonio igualitario (2010) e Identidad de Género (2012), la discriminación hacia la comunidad LGBT+ (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales) persiste. En el primer semestre de este año se registraron 69 crímenes de odio, según el Instituto contra la Discriminación de la Defensoría del Pueblo.
«El colectivo LGBT+ es uno de los más vulnerables y de los que sufren más desigualdades aquí y en toda América Latina«, subraya Alba Rueda, subsecretaria de Políticas de Diversidad de la Nación, reconocida activista y funcionaria transexual.
El promedio de vida de las personas transexuales en Argentina es de 40 años, reveló el Programa de género y diversidad Fundación Divino Tesoro en su informe «La revolución de las mariposas«, mientras en el resto de la región, de 35, según la CIDH.
«Esos cinco años que ganamos de vida son el resultado de luchas sociales. En este contexto, el cupo es un paso histórico«, afirma Rueda.
Visibilizar la diversidad
A punto de formalizar su ingreso al Banco Nación, la mayor banca pública del país, Thomas siente que su vida dará un giro.
Como muchas otras personas transexuales fue expulsado de una familia que no aceptó su identidad de género, tuvo una educación fragmentada y teñida por la discriminación y sobrevivió con trabajos precarios.
«Trabajar en el banco es la oportunidad de cambiar mi realidad, pero también la de clientes y compañeros de trabajo. Es fundamental que empecemos a transitar estos espacios, porque lo que no se visibiliza no existe», afirma.
Según estudios de colectivos de transexuales, más del 80% de esa comunidad sobrevive de la prostitución, en situación de pobreza y bajo maltrato social e institucional.
«Más allá de lo simbólico está lo concreto: tener una jubilación, una obra social (seguro médico), pero también compañeros y compañeras que se preocupan por uno y acompañan«, destaca Thomas.
Casado y con planes de formar una familia, considera que hace falta «un cambio cultural y social que no tiene que ver con leyes sino con paradigmas».
«Desabrazos»
Susy Shock, escritora, cantante y docente transexual, aplaude el cupo, pero no se conforma.
«Se celebra, pero que salga por decreto no es la panacea«, afirma al pronunciarse en favor de una ley integral que espera su debate parlamentario.
Como Thomas, Susy entiende que la integración de la diversidad es un camino cultural y no legal. Y en su activismo se aferra al arte como herramienta.
Pese a las restricciones por la pandemia, Susy encontró la forma de seguir haciendo arte en Buenos Aires.
Con su guitarra canta bagualas desde un escaparate de un centro cultural mientras del otro lado del vidrio los transeúntes se vuelven un público ocasional.
«Nosotras generamos inclusión sin ninguna alharaca«, afirma. «Estamos las ‘travas’ mezcladas con otras personas, esa es la diversidad, no para cubrir el ‘cupito’ y que se sientan inclusivos», ironiza.
En su filosofía, lo que falta es el abrazo social a la diversidad.
«Mi comunidad viene a demostrar esa falta de abrazo: el papá y la mamá que no te quieren, primero; la policía que te persigue; el Estado que te ningunea, que no te da un espacio. Situaciones que son desabrazos», enumera.
Susy aboga por una inclusión también en la toma de decisiones. «Estar en la ronda para pensar todos juntos, insistir al Estado en que ese es el camino».
«El desabrazo es un hecho político. Construimos desde ahí, y nos cuesta la vida«, dice.