A principios de este año el panorama electoral parecía bastante claro. Gracias a un enorme gasto publicitario y a la pasividad de los ciudadanos que parecíamos anestesiados, Otto Pérez y Roxana Baldetti gozaban de un ele-vado nivel de popularidad, incluso la “2” superaba al “1” en nivel de popularidad, por lo que una vez el excanciller Carrera dijo, con enorme convicción, que Pérez Molina y Baldetti continuarían jugando un papel relevante en la política nacional. En el Patriota apostaban a que el voto de rechazo a Baldizón y a Sandra Torres haría el milagro de que, por primera vez en 30 años, el partido oficial repitiera. Hasta Sinibaldi, con un pobre papel en su postulación para alcalde capitalino, gozaba de un grado bastante alto de aceptación, pero contra él conspiraban los planes de Baldetti de buscar la Presidencia en el 2019. En caso Sinibaldi ganara, las opciones de la “2” se reducían al mínimo, por lo que no dudaba en serrucharle el piso cada vez que podía.
Cuando Portillo concluyó su estadía en una cárcel estadounidense y retornó al país, varios partidos se lo disputaban. Algún analista dijo que sería el factótum de las elecciones. En lo personal me parecía que eso sería algo así como ponerle la tapa al pomo. Nuestra democracia habría entrado en una fase terminal y ya solo queda-ría rezar por ella. Pero afortunadamente se equivocó. En plena ola de rechazo a la corrupción, no puede sumar votos.
Por otra, con los arreglos espurios entre Líder y el PP para elegir magistrados y aprobar el presupuesto, mu-chos decían que habían llegado a un cogobierno, y que el PP prácticamente le reconocía la sucesión. Lo que iba muy bien con los planes de Baldetti. El Gobierno de Baldizón sería aun más desastroso “si ello fuera posible” que el de Pérez; y entonces la Doña, después de una rabiosa oposición, aparecería como la opción salvadora.
Esto llevó a que Baldizón se creyera a pie juntillas lo que desde hace varios años se había vuelto una especie de ley de la política. Al segundo lugar en la elección anterior le tocaba en la siguiente. Y sobre esa idea, simplona en grado extremo, basó su mensaje de campaña.
Pero con la develación de La Línea y la sucesión de escándalos de corrupción, y la torpeza con la que reac-cionaron Pérez Molina, Baldetti y Baldizón, todo ese panorama cambió radicalmente. Ni el más clarividente gurú de la política podría haber anticipado que algo así ocurriría. La condena a la actuación de los políticos, quienes son vistos como responsables o cómplices del saqueo de las finanzas públicas, lleva a muchos ciudadanos a rechazar el proceso electoral y a plantear el voto nulo como la única opción. Pero esto acarrea un peligro aun mayor. Ese peligro es, indudablemente, Manuel Baldizón. Comenzando por el hecho de que el señalamiento del MP y de la CICIG contra su candidato a vicepresidente no se va a quedar en el aire. Tendremos entonces, de ganar Baldizón, otra crisis institucional, cuando ya electo o en funciones, se le declare con lugar el antejuicio y sea necesario removerlo y designar al sustituto. Solo este argumento es suficiente para descartar al binomio Barquín-Baldizón. Y a esto agreguemos el diluvio de males que podemos esperar de él: violación y burla perma-nente de la Constitución y las leyes, de lo que ha dado numerosas muestras durante el actual proceso electoral; ampliación de la corrupción; manipulación de la Guatemala profunda; un esfuerzo sistemático para poner bajo control el sistema de justicia; descabezar al Ministerio Público, y terminar con el mandato de la CICIG.
Hay otras opciones que debemos analizar cuidadosamente. Una de ellas es Zury Ríos. No se ha desmarcado de la trayectoria de Ríos Montt, comenzando por el Jueves Negro. De cómo acepta la crítica pueden dar fe al-gunas mujeres indígenas a quienes, siendo diputada, les echó chile en la cara cuando protestaban en las puertas del Congreso contra el exdictador. Despierta simpatías en sectores de clase media, pero hay que reflexionar sobre los intereses que promueve. El neoliberalismo fundamentalista, al que ella se adhiere, es el principal enemigo de la clase media, pues favorece la profundización de la desigualdad, el principal problema estructural del país. Entre el 2000 y el 2012 Guatemala fue uno de los cuatro países de América Latina donde la clase media se redujo. Por ello los sectores urbanos deben buscar el trigo dentro de la cizaña y votar por quien garan-tiza un desarrollo integral, que impulse a la clase media y a los sectores más rezagados.
Pero con la develación de La Línea y la sucesión de escándalos de corrupción, y la torpeza con la que raccionaron Pérez Molina, Badetti y Baldizón, todo ese panorama cambió radicalmente.